Conducía excitado por el miedo de saber que no debían andar
muy lejos. En esos momentos era evidente que la policía ya estaba al corriente,
y que se habría dado la voz de alarma en todas las carreteras de salida.
Nosotros habíamos cogido uno de los primeros desvíos de la A-6 y
debíamos estar a dos o tres kilómetros de Titulcia (*) donde teníamos el
escondite. Se trataba de un viejo garaje sin utilizar a la entrada del pueblo,
fuera de la carretera. Allí nos esperaba Fermín con la puerta del local abierta,
listo para ocultar el coche rápidamente. Nosotros teníamos que desaparecer de
inmediato en otro vehículo preparado para volver a la capital. Cuando planeé el
golpe creí que eso despistaría a la policía, pues no es natural que quienes se
acaban de llevar seis millones de un banco en la ciudad, estén entrando en ella
apenas media hora después. Además teníamos nuestra coartada bien preparada,
volvíamos de comer en casa de Adela, la novia de Andrés, mi socio, que vivía en
Villaconejos(*), a una hora de Madrid. Nuestro plan salió perfecto y llegamos a
casa sin novedad. Quiero decir Andrés a la suya y yo a la mía poco después. Por
la tarde nos vimos en el centro en Casa Botín, nos habíamos puesto de acuerdo
para celebrar el golpe cenando en un restaurante de prestigio, y nada más
adecuado, teniendo en cuenta que se trataba de uno de los mejores de comida
española de Madrid ( empezaba a estar claro que le debíamos algo a nuestro
país). Todo iba estupendamente hasta que Andrés me pasó un papelito con
disimulo, en el que me decía que habían entrados dos tipos sospechosos de ser
polis, y que era conveniente que a partir de ese momento habláramos en inglés.
Ni que decir tiene que le hice caso, porque es un tipo muy avispado y que de
tonterías dice las justas, por lo que durante el postre y el café hicimos lo
que me indicó, con la matización de que verdaderamente fue solo él quien habló,
pues yo, además de estar achispado solo ser decir yes y zanqiú, o algo así. Al
salir, subiendo a la Plaza Mayor por el Arco de Cuchilleros mi compañero empezó
a elevar el tono más de la cuenta metiéndose con todo el mundo y llamándolos
“españolos de mierda”, momento que aproveché para hacer un quiebro y perderme
una bocacalle próxima. Cuando Andrés se ponía así lo mejor era dejar que se le
pasara la moña y quitarse de en medio, aunque al llegar a casa recordé que
cuando se ponía así acababa tan loco que era capaz de hacer las mayores
majaderías. De repente, a punto ya de meterme en la cama, se me ocurrió que
aquel tipo estaba tan trastornado, y que era capaz de entregarse y cantar de
plano, pues aunque parezca mentira era un católico practicante con un alto
sentimiento de culpa. En un instante decidí que lo mejor sería dormir en cualquier
hotelucho del extrarradio, por lo que de inmediato cogí el coche y me alojé con
nombre falso en uno que conocía de antiguo, al lado de una gasolinera en
Alcobendas. Apenas pude dormir, pero al amanecer lo primero que hice fue
telefonearle al móvil con llamada oculta. Nada más descolgar me llamó hijo de
puta por haberle dejado solo, diciéndome que había pasado media noche en la
comisaría de Centro en la calle Leganitos, por haberse liado a palos con un
grupo de chavales que le llamaron borracho. Al final le soltaron, pero estaba
tan cabreado que a punto estuvo de contarles lo del atraco para joderme, lo que
confirmaba la reflexión que hice poco más arriba y que me obligó a poner pies
en polvorosa la noche anterior. Además, añadió que había intentado hacía rato
ponerse en contacto con Fermín para hacernos cargo de la pasta que teníamos en
el coche, pero que no respondía, algo que podía ser normal a las seis de la
mañana, pero que a partir de las nueve era para suponer que aquel desgraciado,
prácticamente el tonto del pueblo, no era lo retrasado que parecía, y había
tomado alguna iniciativa que nos perjudicaba de todas, todas, y que tendríamos
que empezar a buscarle inmediatamente. Le habíamos hecho creer que lo que
llevábamos en el coche eran papeles de nuestra empresa que debían estar a buen
resguardo, pero empezaba a ser posible que le hubiera dado por comprobar el
contenido del paquete, y se hubiera dado cuenta de que efectivamente lo eran,
pero con el sello y timbre del Banco de España. A las once de la mañana, cuando Andrés y yo
nos reunimos en Cibeles para adoptar una táctica común tras una serie de
llamadas infructuosas, resultaba evidente que Fermín había desaparecido. Nos
presentamos al poco rato en el garaje de a Titulcia y allí no había nada, aunque
al ver al principio la puerta cerrada, pensamos que aquel idiota podía no
haberse enterado de nada y tener el teléfono apagado o fuera de cobertura. Era
evidente que Fermín sería todo lo tonto que quisiéramos, pero que sabía
distinguir perfectamente toda la gama de billetes del euro de los recortes de
periódicos o de los documentos de una empresa, por lo que de inmediato nos
pusimos a cavilar sobre lo que podíamos hacer. Aunque parezca mentira, teníamos
tal confianza en aquel tipo que ni se nos había ocurrido pensar que hubiera
puesto a trabajar a la única neurona que debía habitarle, algo que estaba
quedando claro en aquellos precisos instantes. De entrada decidimos ir a
Villaconejos para hablar del asunto en casa de Adela, ella estaba al corriente
de todo y no nos importaba que lo siguiera estando. En Titulcia no había nada
que hacer, pues Fermín vivía solo y no tenía parientes y no queríamos levantar
la liebre entre sus amistades. En Villaconejos nos esperaba otra sorpresa y es
que Adela no estaba, y en su lugar solo pudimos encontrar una carta suya
dirigida a los dos en la que decía: “Sois unos capullos, Fermín y yo hace
tiempo que estamos liados, y en los momentos que leéis estas palabras estamos
volando con la pasta rumbo a los Mares del Sur. Leed a Conrad, Stevenson y
Melvilla: son una pista”
(*) Titulcia y Villaconejos están en otra
carretera, pero a los efectos de la acción de este relato
(o lo que sea), no tiene importancia.
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