Luis María es un hombre muy meticuloso. No lo
era sin embargo hasta hace relativamente poco, cuando sus amistades le tenían
por una persona desordenada, o lo que es lo mismo en expresión popular,
vivalavirgen. Al llegar a los cincuenta, en el momento que sintió su vida
peligrar como consecuencia de una infección pulmonar rebelde que a punto estuvo
de llevarle a la tumba, cambió radicalmente. De considerar la vida como una
especie de tránsito obligatorio, en la que ninguna cosa era más valiosa que otra,
pasó a ser alguien desmedidamente meticuloso y perfeccionista, que consideraba
que las actividades de los seres humanos por mínimas o insignificantes que
fueran, tenían un valor intrínseco, a las que había por tanto que considerar en
detalle, pues después de todo, eso es lo que somos: nuestras acciones. Imbuido
pues desde entonces por esta idea, cambió radicalmente sus hábitos y comenzó a
llevar una vida estricta, que de alguna forma podía compararse con la que puede
llevar un monje trapense en un cenobio. En este sentido, madrugaba mucho y se
acostaba temprano, siguiendo la que era a su parecer la enseñanza principal de los
ascetas: levantarse y acostarse como las gallinas. Sus actividades diarias eran
las de cualquier hombre soltero de cierta edad, pero dado que había cogido la
jubilación anticipada enseguida, se dedicaba especialmente a cultivar el cuerpo
y el espíritu. Para lo primero asistía varias veces por semana al gimnasio y
otras cuantas a la piscina, además de llevar una alimentación frugal, especialmente
a base de vegetales, hortalizas, cereales, huevos y leche, descartando prácticamente
la carne y el pescado, aunque en ocasiones se permitía unos muslos de pollo al
ajillo, que le entusiasmaban, con un poco de vino tinto. Llevaba en este
sentido la vida de los que en su día fueron llamados higienistas, pues
abundando en el tema, también frecuentaba la sauna, y en ocasiones se
trasladaba a los balnearios para desintoxicar su organismo a base de aguas
sulfurosas y manguerazos alternativos de agua caliente y helada. Su higiene
personal, como bien puede suponerse, era muy estricta, y no abusaba de geles ni
jabones, que según tenía entendido resecaban la piel y acentuaban su descamación,
algo nada conveniente con la edad. Para compensarlo utilizaba hidratantes a
base de alóe vera y aceite de oliva. Se rapaba la cabeza cada quince días, pues
consideraba que el pelo y toda vellosidad aumentaban la sudoración del
organismo, e incrementaban el riesgo de infecciones de la piel y sobre todo de
los papilomas (e incluso la sarna, llegados a ciertos extremos). Todas las
semanas acudía asimismo a una clase de artes marciales con objeto de enterarse
de los rudimentos de la defensa personal, no porque considerara al mundo
exterior especialmente violento, sino porque le proporcionaba una disciplina y
dominio de su organismo que creía conveniente para su vida de anacoreta.
Admiraba a los samurais y los yoguis, y por lo tanto, acabó comprándose una
katana y practicando raja yoga. El tiempo que le quedaba libre, como es natural,
lo dedicaba a sus normales funciones fisiológicas y a gestiones administrativas
y de manutención, permitiéndose quincenalmente determinados desahogos eróticos
en cierta dirección que no viene al caso especificar. No descartaba las
relaciones sentimentales, pero no dedicaba el menor tiempo a su búsqueda, pues
en el fondo las consideraba una pérdida de tiempo y energía, coincidiendo en
eso, grosso modo, con la doctrina de la Santa Madre Iglesia para sus
profesionales. Y luego, claro está, aunque no se halla mencionado aquí hasta
este momento, la mayor parte del tiempo restante la dedicaba a levantar acta
pormenorizadamente de sus actividades, en una serie de cuadernos en papel
cuadriculado y debidamente numerados por fechas. Es decir, a llevar un diario
pormenorizado y meticuloso de su vida, en el que hacía constar hasta los
mínimos detalles de la misma por muy banales que pudieran parecer a un
espectador desapasionado. En esta tarea empleaba los que él consideraba como
sus mejores recursos en cuanto a dedicación y esmero, pues no solo utilizaba
los elementos de escritura más afines a lo que pretendía (calidad del papel,
pluma y tinta adecuados, etc), sino que ponía en la narración de sus vivencias
y vicisitudes la caligrafía más exquisita y su mejor literatura, hasta el punto
que en alguna que otra ocasión lo presentaba a sus amistades más allegadas como
prototipo del primor con el que se empleaba. Se negaba en redondo a utilizar la
pantalla del ordenador para tales funciones, considerándola, si le conozco
bien, como un medio excesivamente mezquino para sus pretensiones. El diario
reseñaba desde los actos menos relevantes en la vida de un ser vivo de la
especie homo sapiens desde el punto de vista cultural (levantarse, utilizar los
servicios, desayunar, pasear, comer, etc), hasta los más elevados, como la
práctica de las disciplinas anteriormente reseñadas. Incluía asimismo con letra
de otro tipo los pensamientos que le venían a la cabeza y los sueños que tenía
cada noche, así como consideraciones de orden filosófico sobre el mundo, su
vida y la vida que hubiera tenido de haber continuado siendo un crápula, como
se anticipó al principio. Es pues Luis María un personaje singular, que lo
mismo le puede mover a uno a acercarse, para tener noticia de mundos que nos
son ajenos a la mayoría de los mortales, como a alejarse a buen paso nada más
verle, sabiendo que sus preferencias difícilmente tendrán nada que ver con las
de una persona que no se considera un alienígena. Para finalizar, ha de tenerse
en cuenta que las páginas de sus diarios están plagadas de autoreferencias, en
el sentido de que si por ejemplo en cierto lugar escribe “a las 8.30 me he
lavado los dientes y utilizado el hilo dental”, dos líneas más abajo puede
puntualizar “respecto a lo dicho antes, debo precisar que me he cambiado del
Colgate a Licor del Polo: es más fresco”, por ejemplo. Creo que con esto el
lector tiene suficiente para hacerse una idea y elegir en caso de encontrarse
con Luis María en la calle. Espero que esta semblanza haya sido suficiente.
Todo el mundo está advertido.
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