lunes, 5 de noviembre de 2012

YOGUIS


Luis María es un hombre muy meticuloso. No lo era sin embargo hasta hace relativamente poco, cuando sus amistades le tenían por una persona desordenada, o lo que es lo mismo en expresión popular, vivalavirgen. Al llegar a los cincuenta, en el momento que sintió su vida peligrar como consecuencia de una infección pulmonar rebelde que a punto estuvo de llevarle a la tumba, cambió radicalmente. De considerar la vida como una especie de tránsito obligatorio, en la que ninguna cosa era más valiosa que otra, pasó a ser alguien desmedidamente meticuloso y perfeccionista, que consideraba que las actividades de los seres humanos por mínimas o insignificantes que fueran, tenían un valor intrínseco, a las que había por tanto que considerar en detalle, pues después de todo, eso es lo que somos: nuestras acciones. Imbuido pues desde entonces por esta idea, cambió radicalmente sus hábitos y comenzó a llevar una vida estricta, que de alguna forma podía compararse con la que puede llevar un monje trapense en un cenobio. En este sentido, madrugaba mucho y se acostaba temprano, siguiendo la que era a su parecer la enseñanza principal de los ascetas: levantarse y acostarse como las gallinas. Sus actividades diarias eran las de cualquier hombre soltero de cierta edad, pero dado que había cogido la jubilación anticipada enseguida, se dedicaba especialmente a cultivar el cuerpo y el espíritu. Para lo primero asistía varias veces por semana al gimnasio y otras cuantas a la piscina, además de llevar una alimentación frugal, especialmente a base de vegetales, hortalizas, cereales, huevos y leche, descartando prácticamente la carne y el pescado, aunque en ocasiones se permitía unos muslos de pollo al ajillo, que le entusiasmaban, con un poco de vino tinto. Llevaba en este sentido la vida de los que en su día fueron llamados higienistas, pues abundando en el tema, también frecuentaba la sauna, y en ocasiones se trasladaba a los balnearios para desintoxicar su organismo a base de aguas sulfurosas y manguerazos alternativos de agua caliente y helada. Su higiene personal, como bien puede suponerse, era muy estricta, y no abusaba de geles ni jabones, que según tenía entendido resecaban la piel y acentuaban su descamación, algo nada conveniente con la edad. Para compensarlo utilizaba hidratantes a base de alóe vera y aceite de oliva. Se rapaba la cabeza cada quince días, pues consideraba que el pelo y toda vellosidad aumentaban la sudoración del organismo, e incrementaban el riesgo de infecciones de la piel y sobre todo de los papilomas (e incluso la sarna, llegados a ciertos extremos). Todas las semanas acudía asimismo a una clase de artes marciales con objeto de enterarse de los rudimentos de la defensa personal, no porque considerara al mundo exterior especialmente violento, sino porque le proporcionaba una disciplina y dominio de su organismo que creía conveniente para su vida de anacoreta. Admiraba a los samurais y los yoguis, y por lo tanto, acabó comprándose una katana y practicando raja yoga. El tiempo que le quedaba libre, como es natural, lo dedicaba a sus normales funciones fisiológicas y a gestiones administrativas y de manutención, permitiéndose quincenalmente determinados desahogos eróticos en cierta dirección que no viene al caso especificar. No descartaba las relaciones sentimentales, pero no dedicaba el menor tiempo a su búsqueda, pues en el fondo las consideraba una pérdida de tiempo y energía, coincidiendo en eso, grosso modo, con la doctrina de la Santa Madre Iglesia para sus profesionales. Y luego, claro está, aunque no se halla mencionado aquí hasta este momento, la mayor parte del tiempo restante la dedicaba a levantar acta pormenorizadamente de sus actividades, en una serie de cuadernos en papel cuadriculado y debidamente numerados por fechas. Es decir, a llevar un diario pormenorizado y meticuloso de su vida, en el que hacía constar hasta los mínimos detalles de la misma por muy banales que pudieran parecer a un espectador desapasionado. En esta tarea empleaba los que él consideraba como sus mejores recursos en cuanto a dedicación y esmero, pues no solo utilizaba los elementos de escritura más afines a lo que pretendía (calidad del papel, pluma y tinta adecuados, etc), sino que ponía en la narración de sus vivencias y vicisitudes la caligrafía más exquisita y su mejor literatura, hasta el punto que en alguna que otra ocasión lo presentaba a sus amistades más allegadas como prototipo del primor con el que se empleaba. Se negaba en redondo a utilizar la pantalla del ordenador para tales funciones, considerándola, si le conozco bien, como un medio excesivamente mezquino para sus pretensiones. El diario reseñaba desde los actos menos relevantes en la vida de un ser vivo de la especie homo sapiens desde el punto de vista cultural (levantarse, utilizar los servicios, desayunar, pasear, comer, etc), hasta los más elevados, como la práctica de las disciplinas anteriormente reseñadas. Incluía asimismo con letra de otro tipo los pensamientos que le venían a la cabeza y los sueños que tenía cada noche, así como consideraciones de orden filosófico sobre el mundo, su vida y la vida que hubiera tenido de haber continuado siendo un crápula, como se anticipó al principio. Es pues Luis María un personaje singular, que lo mismo le puede mover a uno a acercarse, para tener noticia de mundos que nos son ajenos a la mayoría de los mortales, como a alejarse a buen paso nada más verle, sabiendo que sus preferencias difícilmente tendrán nada que ver con las de una persona que no se considera un alienígena. Para finalizar, ha de tenerse en cuenta que las páginas de sus diarios están plagadas de autoreferencias, en el sentido de que si por ejemplo en cierto lugar escribe “a las 8.30 me he lavado los dientes y utilizado el hilo dental”, dos líneas más abajo puede puntualizar “respecto a lo dicho antes, debo precisar que me he cambiado del Colgate a Licor del Polo: es más fresco”, por ejemplo. Creo que con esto el lector tiene suficiente para hacerse una idea y elegir en caso de encontrarse con Luis María en la calle. Espero que esta semblanza haya sido suficiente. Todo el mundo está advertido.

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