sábado, 3 de noviembre de 2012

MARIONETAS


Era evidente que huíamos de algo. Una amenaza que de latente había pasado a ser real y operativa en los últimos momentos. Belisario y yo habíamos estado de copas hasta bien entrada la noche, y al regresar al cuartel fuimos conscientes de no ir solos. A unos cuantos metros a nuestra espalda alguien o algo (que ambos habíamos percibido toda la tarde), se había materializado y nos seguía. No quisimos volver la cabeza porque fuimos conscientes de que en tal caso, aquello (lo que fuera) se daría cuenta de nuestro temor, y posiblemente se envalentonaría. De una cosa estábamos seguros, y es que tenía pies, porque oíamos sus pisadas con toda nitidez, por lo que de inmediato mediante ambos supusimos que de la misma manera tendría piernas y caminaba, pues eso es lo habitual en seres con extremidades inferiores. Cerca del cuartel echamos a correr y entramos por la puerta principal mediante un sistema de apertura electromagnética, del que se nos había dotado para no despertar al personal de guardia. Una vez adentro, no obstante, nos refugiamos en los Servicios de la primera planta, cerca de la Guardia de Prevención. Todos parecían dormidos o drogados por motivos que nos eran totalmente ajenos. Considerándonos indefensos ante tal perspectiva, a los pocos instantes de hacer nuestras necesidades, nos entregamos a un destino que suponíamos aciago, y que sin embargo, resulto ser un individuo enclenque y con cierta cojera, que al vernos pareció satisfecho, aunque nos ignoró y pasó de largo.

 

Soy un pez. No quiero decirlo porque sé que mis amistades me van a mirar con cierta sorpresa y aprensión, aunque acostumbrados como están a mis bromas, es posible que se la tomen como una más. Y no es el caso. Tengo datos. No solo la escamación (y desescamación consiguiente) de mis piernas, brazos y cuello, sino ciertas dificultades respiratorias, sobre todo evidentes cuando hago el mínimo esfuerzo, que solo se resuelven cuando meto la cabeza en un lavabo lleno de agua. Por un sistema sutil que desconozco, mi sistema respiratorio se está modificando, y paulatinamente mis pulmones se están transformando en  branquias. Pero cuando más lo noto es por las tardes, en las que suelo visitar la piscina municipal y soy capaz de hacer varios largos buceando. Sin ir más lejos, el otro día el vigilante empezó a tocar el silbato y gritar pensando que me había ahogado, y se enfadó muchísimo conmigo llamándome irresponsable. Como es natural, no le dije que era un pez, pero ganas no me quedaron. Tengo curiosidad por saber a que clase perteneceré, me agradaría ser un escualo, pero me temo que en tal caso tendría problemas desde el momento que causara las primeras bajas. Seré un delfín. La verdad es que me entristece que debido a esta mutación tenga que decir finalmente adiós a la vida sobre la superficie de la tierra, pues hasta ahora me había sido grata y me permitía fumar, algo que empieza a ocasionarme algunos problemas, pues me he dado cuenta que con el cambio del sistema respiratorio, el humo empieza a salirme por las orejas. Adiós, pues. Quizás en el mar haya sirenas.

 

La abuelita está sentada a la mesa y come sin levantar la vista del plato. Dice que si lo hace, volver a enfocar de nuevo la comida le cuesta un mundo, y añade en plan pseudocientífico, que en su opinión se debe a un problema de la córnea, la retina o el cristalino. La tía sin embargo es diferente, y con cada cucharada baja y sube la cabeza como si fuera una marioneta, y todos tenemos la sensación que lo hace exclusivamente para fastidiar a su hermana. Nunca se han llevado bien, aunque no puedan vivir la una sin la otra. Nosotros al poco tiempo de observarlas, somos siete hermanos, los padres y la criada, nos hemos dividido en dos bandos, y actuamos miméticamente de acuerdo con el modelo a imitar. Es divertido y los pequeños nos reímos mucho, aunque a los mayores no les parece bien e intentan que sigamos su ejemplo. En todo caso, dice de vez en cuando mi padre cuando momentáneamente puede hacer un alto (él es del modelo/tía), ya no nos queda mucho tiempo, pues a partir de los siete años, o en su defecto después de la primera comunión, no tendremos más remedio que imitarles.

 

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