domingo, 25 de noviembre de 2012

ESCRITURAS


Escribo, escribo sin parar, como si el mero hecho de encadenar palabras fuera una especie de respiración que me mantiene con vida. Comprenderás ahora este alud de cartas que te llegan y posiblemente te desbordan. Tienes razón en sentirte agobiada, pero qué puedo hacer si toda lo que me pasa por la cabeza debe al instante verse reflejado sobre una hoja en blanco. Ya sé que podría buscar alternativas a esta compulsión, por ejemplo atarme el brazo a la silla, o no abrir el ordenador o no disponer de cuartillas o bolígrafo, pero tal cosa me haría enloquecer declamando en alta voz lo que me llega de ahí arriba, y tampoco es cuestión de que me encierren. Sé, a pesar de todo, que esta afluencia epistolar trata paradójicamente de decir una sola cosa, para la cual no encuentro la palabra ni la expresión adecuada. Podría tratarse simplemente de un vocablo que lo abarque todo, o de una frase con la que podría ser clausurado cualquier discurso posterior, porque ya estaría dicho de antemano. En el fondo, tengo el convencimiento que todo lo que sale de nuestra boca trata de llegar al otro y subsumirlo, hacerlo uno mismo, quizás por la inquietud que nos produce el hecho de seguir divididos. ¿Qué otra cosa son esas largas veladas al amor de la lumbre, en las que una trata de ahondar en el otro buscando una fusión que nunca llega? ¿Qué otra cosa es la sexualidad más allá de un intento desesperado de poseer al otro definitivamente? Nos hubiera bastado con la bipartición o la partenogénesis, por ejemplo. No te angusties, por favor, ni te sientas asediada, pues conociéndome, sabes bien que no es eso lo que pretendo aunque sea incapaz de obrar de otra manera. Incluso para tranquilizarte y no resultarte una carga demasiado pesada, se me ocurren algunas ideas que no por ser mías espero que deseches de inmediato. Por ejemplo, y esta es la primera manera con la que trato de ayudarte, cuando veas un correo mío, mételo de inmediato en la papelera o deshazte de él, verás como cualquiera de ambas acciones te proporcionan una satisfacción que no esperabas, (hasta el punto, y ese es el peligro, que estés deseando que llegue el siguiente para poder hacer lo mismo). No soy en absoluto responsable de tus actos, aunque te conozca lo suficiente para aventurar que no sería extraño que cayeras en la tentación. Creo que sería más adecuado, y perdona mi presunción, que no leyeras nunca mis mensajes, y que como mucho los imprimieras cuando te venga en gana, es decir, de inmediato o pasados unos días cuando el agobio sea menor. Después, sola o en compañía, podrás leerlos en alta voz. Te recomiendo, eso sí, que al hacerlo des a cada palabra y cada frase la entonación precisa, considerando que ningunas han sido escritas al azar o sin intentar poner en ellas su auténtica valía, fonética, sintáctica o literaria. Ese sería todo el homenaje que podrías rendir al esfuerzo desinteresado de quien compartió contigo bellos momentos que no volverán a repetirse. Y aún te digo más, no tengo inconveniente que si tal situación sucede en un lugar acogedor (al amor de la lumbre, por ejemplo, como te dije más arriba) en compañía de alguien con quien ya compartes tus días, que no te resistas a la tentación de, una vez leída cada hoja, lanzarla al fuego con una sonrisa o una carcajada. Nada hay más dulce que oír crepitar un papel donde el amor ya es puro sinsentido.

No hay comentarios:

Publicar un comentario