miércoles, 28 de noviembre de 2012

TACONES


No puedo entender lo que sucede ahí arriba, aunque supongo que las razones no deben ser demasiado complejas. Después de todo, hay fenómenos y situaciones muy simples que ignoramos por la sencilla razón de no habernos preocupado en conocer sus fundamentos. En este sentido, y no quiero entrar en detalles y ser demasiado prolijo, es muy posible que mucha gente no sepa la razón por la que, existiendo la fuerza de la gravedad, la luna no se derrumba sobre la Tierra, o por la que al pulsar un interruptor se enciende una bombilla. Por eso digo que la situación que causa mi desasosiego buena parte del día, puede tener una causa de lo más elemental, pero que de momento  desconozco por las razones apuntadas más arriba. Vayamos de todas maneras por partes. Decir lo que he dicho al empezar estas líneas no se ajusta a lo que verdaderamente he querido expresar, pues no es que no sepa lo que pasa, sino que lo que realmente no sé es por qué pasa. Me explicaré: desde que hace unos meses los nuevos inquilinos han ocupado el piso de arriba, el ruido de unos tacones  (o lo que sea) desplazándose a todas horas sobre mi cabeza está a punto de trastornarme. Creo que así quedan las cosas suficientemente claras. Para tratar de solucionarlo, podría ir al grano directamente y preguntarles el motivo del suplicio chino a que me tienen sometido, pero hasta el momento soy una persona suficientemente discreta como para dejar que los acontecimientos se sucedan, y justifiquen por sí mismos lo que acontece, por lo que me he dado un tiempo prudencial para resolver el asunto. De todas maneras, y de buenas a primeras, se me ocurre que la señora del sexto (mi piso, obviamente, es el quinto) usa zapatos de tacón continuamente, por más que a mí me resulte sorprendente que no dé un respiro a sus pies después de torturarlos con unos casi de aguja, que utiliza normalmente cuando sale a la calle (en el portal he sido testigo de ello en repetidas ocasiones). Esa, a mi parecer, es la posibilidad más factible. Por las razones que sea (eso es otra cuestión sobre la que volveré), ha decidido no cambiarse de calzado al volver a casa, o si lo hace se pone otro de un tipo bastante parecido. De no ser esto así, pudiera suceder, por otro lado, que ya en su domicilio no utilice el calzado confortable al uso, sino que por alguna querencia o hábito insustituible, se calce una especie de zapatillas especiales con alzas, parecidas a las que utiliza el personal sanitario en los hospitales y centros de salud (una variante de los zuecos), pero más agresivas. Esta segunda opción parecería más lógica, pues andar por casa con zapatos de tacón no debe resultar muy cómodo, ni se le debiera escapar al usuario, a no ser que haya sido informado en otro sentido, de que el vecino de abajo no está sordo, caso que, de confirmarse, diría muy poco del sentido que tiene de la buena vecindad. El primer caso no sería de extrañar, dado que dicha mujer, aunque es joven  debe ya andar rondando los cuarenta, y es posible que intente por todos los medios que la tersura de sus piernas y glúteos se prolongue en el tiempo al llegar a esa edad fronteriza, en la que comienzan los temores a la acción persistente de la fuerza gravitatoria. En el segundo, a mi parecer, se trataría de una adaptación bastante ramplona del calzado sanitario, del que ella debe pensar que proporciona algún beneficio en ese sentido (o quizás es enfermera, todo es posible). Otras consideraciones en el primer sentido (los tacones de aguja), me sugieren fantasías que sin embargo nunca fueron mis preferidas, pues lo que puede suceder es que, lisa y llanamente, el matrimonio practica la disciplina inglesa (tiene un marido bastante enclenque y con pinta de sumiso), en la que lógicamente ella actúa como ama, lo que justificaría en buena medida su taconeo al trasladarse de un lado para otro, buscando los perfiles adecuados para hacer restallar al látigo sobre las magras carnes del esposo. Me los imagino y me quedo frío, al tiempo que me preocupa, pues estos tipos de perversiones tienen difícil arreglo. De todas maneras, ella, con la altura y formas que tiene, y con la cara angulosa y muy pintada, debe dar miedo, llena de cueros y herrajes. Pero es posible que esté exagerando, y que solo se trate de pases de lencería íntima, que el marido la hace probar, para ver que tal podría quedar a sus clientas, suponiendo, claro está, que él sea un comerciante que trabaje en el ramo, aunque aquí podría darse cabida gustos íntimos que ambos comparten, al disfrutar todavía de la fase erótica de su relación amorosa. En último lugar considero las patologías de cualquier género, sobre todo, como es natural, las que afectan a las extremidades inferiores. Quien sabe si el hombre, por ejemplo, tiene aún secuelas de una poliomielitis mal curada a la que da rienda suelta en su casa, después de haber estado todo el día forzando la postura y disimulando. O en un caso más extremo, si ocultan a alguien, un niño tullido por ejemplo, del que se avergüenzan y al que retienen encerrado (para ver que no sería tan raro solo hace falta leer los periódicos). Claro que en tal caso el asunto sería más complicado, los infantes en tales situaciones lloran y se hacen oír, y en cualquier caso su taconeo no sería tan nítido y bien acompasado. Me mantendré alerta por si surgen otros indicios que aclaren la situación. No quisiera por nada del mundo, no obstante, que tuviera que intervenir la policía.

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