miércoles, 16 de enero de 2013

RIOS BIS


-Voy nadando río arriba con una energía que me es desconocida, pues siendo de tierra adentro ni siquiera estoy acostumbrado al agua. La conciencia de este hecho hace que me sienta aún mejor y redoble mis esfuerzos, llevado además por un sentimiento estético que espero que quienes me observen sean capaces de valorar. El agua baja revuelta y turbia, y la situación puede volverse en cualquier momento peligrosa, pues según avanzo a contracorriente, veo pasar río abajo los cadáveres de  todo tipo de animales, desde vacas a gallinas, lo que hace evidente de que se trata de una riada, algo que enseguida me confirman grandes troncos de árboles y maleza, sin duda abatidos por la lluvia y la tormenta en las montañas. Sin embargo, no me importa, y para mi sorpresa, tales hechos me infunden un nuevo aliento, y me capacitan para remontar el río a contracorriente sin perder la compostura. Varío los estilos, y según la velocidad de la corriente y los remolinos, echo mano de la braza, el crawl o la mariposa, lo que acaba sumiéndome en un estado de euforia que finalmente hace que me entregue a las aguas enfurecidas, y descienda con ellas como un leño más abatido en un bosque que desconozco, pero que sin duda acabarán llevándome en poco tiempo mar adentro, a un lugar que, supongo, tengo bien merecido.

 

-Cuando trabajo, me cuesta aceptar que los que están a mi alrededor se dediquen con frecuencia a actividades que nada tienen que ver con la tarea que nos corresponde. Ni siquiera me conforta el hecho de que al final de la jornada, la misma se haya llevado a cabo eficazmente. Para mí, el trabajo tiene un valor intrínseco, lo que trae aparejado una determinada manera de llevarlo a cabo. No entiende la necesidad de los otros de salirse de lo estrictamente encomendado con supuestas bromas o distracciones, que al parecer les causan un regocijo íntimo, como si así pudieran zafarse de lo que al fin y a la postre tenemos que llevar a cabo obligatoriamente. Ahora se ha puesto de moda entretenerse con los teléfonos móviles y los ordenadores para ver videos pornográficos o meterse en chats que forzosamente tendrán que dejar su impronta negativa en la calidad del trabajo. Mis compañeros me lanzan ciertas miradas mezcla de reproche de conmiseración, soy consciente de ello, como si al ser como soy me estuviera perdiendo algo imprescindible, cuando son ellos los que nunca podrán experimentar el íntimo deleite de las frases bien estructuradas, con una sintaxis perfecta, el léxico adecuado y el empleo meticuloso de las figuras literarias más brillantes.

 

Estoy tirado en la calle. No sé que me ha sucedido, pero debo decir de inmediato que me encuentro bien. Llueve a mares y, sin embargo, ni siquiera me siento mojado, pero lo que resulta sin duda más sorprendente es que los transeúntes que pasan por la acera me miran pero no hacen nada para ayudarme, tras un breve gesto de despreocupación. Supongo que estoy borracho o que algo en mí no resulta de fiar, y por eso prefieren pasar de largo. Intento ponerme de pie, pero enseguida me doy cuenta de que no puedo, o al menos tengo la impresión de que no puedo, que no es exactamente lo mismo. En todo caso, sigo tirado en el suelo y llego a la conclusión de que, independientemente de lo anterior, verdaderamente no puedo. Siendo esto así, tratando de razonar y no perder los nervios, me digo que debe sucederme algo que me impida hacerlo; es posible, por ejemplo, que no tenga piernas y tal cosa resulte imposible (no puedo levantar la cabeza ni mover los brazos para comprobarlo), pero en tal caso los peatones me habrían socorrido o habrían llamado a una ambulancia. A pesar de todo, me siento bien y, aunque algo confuso, llego a la conclusión de que quizás lo que sucede es que tengo fiebre, y eso me impide percibir la humedad y el frío que debe hacer, teniendo en cuenta que estamos en febrero, pero entonces temblaría o sentiría un calor intenso, cosa que tampoco es el caso. Pasa el tiempo y los viandantes se hacen cada vez más escasos pero  igual de indiferentes, momento en el que me pregunto dos cosas, la primera, si me voy a quedar allí tirado toda la noche, y la segunda cómo es posible que ningún vehículo me haya atropellado, teniendo en cuenta que en esa avenida, el tráfico suele ser intenso. Me siento confundido y pienso que quizás las cosas no son exactamente como las percibimos, y que por lo tanto el mundo dista mucho de ser lo que podemos esperar de él en determinados momentos. Pero, insisto, no estoy mal, e incluso cuando las luces de los inmuebles empiezan a apagarse y las farolas ya solo iluminan la calle tenuamente, tengo la impresión de sonreír ante lo agudo de mis apreciaciones, viendo la luna en un cielo, sin embargo, demasiado oscuro que lo justifique.

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