-Voy nadando río arriba con una energía que me es desconocida, pues
siendo de tierra adentro ni siquiera estoy acostumbrado al agua. La conciencia
de este hecho hace que me sienta aún mejor y redoble mis esfuerzos, llevado
además por un sentimiento estético que espero que quienes me observen sean
capaces de valorar. El agua baja revuelta y turbia, y la situación puede
volverse en cualquier momento peligrosa, pues según avanzo a contracorriente,
veo pasar río abajo los cadáveres de
todo tipo de animales, desde vacas a gallinas, lo que hace evidente de
que se trata de una riada, algo que enseguida me confirman grandes troncos de
árboles y maleza, sin duda abatidos por la lluvia y la tormenta en las
montañas. Sin embargo, no me importa, y para mi sorpresa, tales hechos me
infunden un nuevo aliento, y me capacitan para remontar el río a contracorriente
sin perder la compostura. Varío los estilos, y según la velocidad de la
corriente y los remolinos, echo mano de la braza, el crawl o la mariposa, lo que
acaba sumiéndome en un estado de euforia que finalmente hace que me entregue a
las aguas enfurecidas, y descienda con ellas como un leño más abatido en un
bosque que desconozco, pero que sin duda acabarán llevándome en poco tiempo mar
adentro, a un lugar que, supongo, tengo bien merecido.
-Cuando trabajo, me cuesta aceptar que los que están a mi alrededor se
dediquen con frecuencia a actividades que nada tienen que ver con la tarea que
nos corresponde. Ni siquiera me conforta el hecho de que al final de la jornada,
la misma se haya llevado a cabo eficazmente. Para mí, el trabajo tiene un valor
intrínseco, lo que trae aparejado una determinada manera de llevarlo a cabo. No
entiende la necesidad de los otros de salirse de lo estrictamente encomendado
con supuestas bromas o distracciones, que al parecer les causan un regocijo
íntimo, como si así pudieran zafarse de lo que al fin y a la postre tenemos que
llevar a cabo obligatoriamente. Ahora se ha puesto de moda entretenerse con los
teléfonos móviles y los ordenadores para ver videos pornográficos o meterse en
chats que forzosamente tendrán que dejar su impronta negativa en la calidad del
trabajo. Mis compañeros me lanzan ciertas miradas mezcla de reproche de
conmiseración, soy consciente de ello, como si al ser como soy me estuviera
perdiendo algo imprescindible, cuando son ellos los que nunca podrán
experimentar el íntimo deleite de las frases bien estructuradas, con una
sintaxis perfecta, el léxico adecuado y el empleo meticuloso de las figuras
literarias más brillantes.
Estoy tirado en la calle. No sé que me ha sucedido, pero debo decir de
inmediato que me encuentro bien. Llueve a mares y, sin embargo, ni siquiera me
siento mojado, pero lo que resulta sin duda más sorprendente es que los
transeúntes que pasan por la acera me miran pero no hacen nada para ayudarme,
tras un breve gesto de despreocupación. Supongo que estoy borracho o que algo
en mí no resulta de fiar, y por eso prefieren pasar de largo. Intento ponerme
de pie, pero enseguida me doy cuenta de que no puedo, o al menos tengo la
impresión de que no puedo, que no es exactamente lo mismo. En todo caso, sigo
tirado en el suelo y llego a la conclusión de que, independientemente de lo
anterior, verdaderamente no puedo. Siendo esto así, tratando de razonar y no
perder los nervios, me digo que debe sucederme algo que me impida hacerlo; es
posible, por ejemplo, que no tenga piernas y tal cosa resulte imposible (no
puedo levantar la cabeza ni mover los brazos para comprobarlo), pero en tal
caso los peatones me habrían socorrido o habrían llamado a una ambulancia. A
pesar de todo, me siento bien y, aunque algo confuso, llego a la conclusión de
que quizás lo que sucede es que tengo fiebre, y eso me impide percibir la
humedad y el frío que debe hacer, teniendo en cuenta que estamos en febrero,
pero entonces temblaría o sentiría un calor intenso, cosa que tampoco es el
caso. Pasa el tiempo y los viandantes se hacen cada vez más escasos pero igual de indiferentes, momento en el que me
pregunto dos cosas, la primera, si me voy a quedar allí tirado toda la noche, y
la segunda cómo es posible que ningún vehículo me haya atropellado, teniendo en
cuenta que en esa avenida, el tráfico suele ser intenso. Me siento confundido y
pienso que quizás las cosas no son exactamente como las percibimos, y que por
lo tanto el mundo dista mucho de ser lo que podemos esperar de él en
determinados momentos. Pero, insisto, no estoy mal, e incluso cuando las luces
de los inmuebles empiezan a apagarse y las farolas ya solo iluminan la calle
tenuamente, tengo la impresión de sonreír ante lo agudo de mis apreciaciones, viendo
la luna en un cielo, sin embargo, demasiado oscuro que lo justifique.
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