Al poco de
vernos me desnudó, y me dijo que me dejase hacer y me estuviera quieto. Al
principio me sentí molesto porque no comprendía por qué tenía que prestarme a
tales juegos, y tuve que hacer un verdadero esfuerzo para aceptarlo y no
dejarla allí sola con sus fantasías. Sin embargo, poco después consentí, y al
poco de sentir la firmeza de sus manos sobre mi pecho, supe que de la misma
manera que constituían una prisión de la que no podía huir, eran el único
aliciente que tenía para seguir vivo, como si con su movimiento me fueran
destruyendo y creando al mismo tiempo. Era una sensación especial y un tanto absurda
de la que quería desembarazarme, pero
que finalmente acepté, pues no era posible la una sin la otra. Inesperadamente
mi vida dependía de aquella dualidad. Ella, de todas maneras, se comportó
siempre como una auténtica profesional, cuyo único cometido en aquellos
momentos parecía ser, más que mi satisfacción, la conciencia de una tarea hecha
como Dios manda, pues la situación, a pesar de prestarse a otras
interpretaciones, jamás se salió de los límites en una sesión de ese tipo.
Cuando ya llevábamos así un buen rato, se dirigió a mí y me dijo que no era
bueno que me dejase vencer por el sopor que sin duda alguna me iría invadiendo,
sino que en todo momento tratara de ser consciente de las sensaciones que
experimentaba, lo que efectivamente me hizo reaccionar y volver a una realidad
que paulatinamente se me estaba haciendo ajena. Aprovechando sin duda verme más
espabilado, me pidió que hiciera el favor de dirigirme a ella hablándola de las
cosas más abstrusas y complejas que me vinieran a la cabeza, aquel momento, en
su opinión, era para ella el más indicado para la comprensión de los aspectos
del mundo que desconocía. Debía hablarle, por ejemplo, como lo haría un
científico de renombre dirigiéndose a sus colegas en un congreso. Me quedé un
tanto perplejo, pues en tal coyuntura podía imaginar cualquier cosa excepto
precisamente esa. Dudé como es natural durante unos instantes, hasta que
presión ascendente de sus manos sobre mi cuello, me hicieron ver que estaba
hablando en serio. En principio, para salir del paso como buenamente pude, le
hablé en inglés, lengua que a pesar de lo corriente en la actualidad, tenía la
seguridad de que no manejaba con facilidad por algunos datos previos que tenía
sobre ella. En cualquier caso, teniendo en cuenta que el mío también era muy
elemental, no dudé ni por un instante en inventarme las palabras o alocuciones
necesarias para completar una frase y que diera la impresión de ser auténtico.
A continuación, y sin solución de continuidad, eché mano de mis conocimientos
elementales de física moderna y astronomía, poniéndola al día de conceptos
tales como relatividad especial y general, física de partículas, caos y
fractalidad, emergencia y estructuras disipativas, aprendidas en revistas de
divulgación de dudosa credibilidad, pero que, no obstante, parecieron
tranquilizarla. La situación, sin embargo, no se quedó ahí, pues como si se
estuviera tratando de otra situación, la masajista empezó a pedir más, con una
voz entre paroxística y lastimera, dando la impresión de estar alcanzando un
clímax no estrictamente científico. Finalmente, cuando ya me tenía al borde de
la asfixia por estrangulamiento, algo debió pasar por su cabeza y aflojó la
presión, sentándose de inmediato en un sillón de orejas que había en la
proximidad de la camilla, y prorrumpiendo en un llanto que si cabe me dejó aún
más confundido. Me vestí como buenamente pude aprovechando su aparente ausencia
mental, y en el preciso momento que me dirigía hacia la puerta para salir, pude
oír con toda claridad como me daba las gracias por aquellos momentos pasados en
mi compañía “ha sido maravilloso, dijo, la próxima vez quiero me pongas al
corriente de los conceptos elementales de la lingüística, y dentro de ellos, de
la gramática generativa y el post estructuralismo”.
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