jueves, 17 de enero de 2013

ODIOS BIS


Le odiaba demasiado como para seguir soportando su presencia con indiferencia. El hecho era, sin embargo, que ni yo mismo podía decir exactamente la razón, lo que hacía que me sintiera terriblemente culpable y tratara de evitarle. Durante un tiempo lo conseguí simplemente aceptando no ir al comedor de la empresa, lo que por otro lado también me hería y suponía, además de una molestia, un esfuerzo suplementario para mi bolsillo, pues por los alrededores no existía ningún restaurante con un menú tan barato. Esto fue haciendo que, paulatinamente, el odio que desde un principio sentía por aquel individuo, se fuera incrementando por la vejación que me suponía tratar de evitarle a expensas de mi nómina. Llegó un día en que ya no me fue posible aquella maniobra, pues lo enviaron a trabajar a la sección donde estaba yo, y para más inri, en una mesa a escasos cinco metros. Su actitud hacia mí, paradójicamente, era en todo momento cordial, de hecho, excesivamente cordial, y eso era algo que no entraba en mi cabeza, como si, a pesar de mi actitud, por su parte fuera totalmente ajeno a la inquina que su mera existencia me provocaba. Yo trataba de permanecer tranquilo en sus proximidades sentado a mi mesa, y sin mirar en absoluto hacia su lado, lo que empezó a provocarme un tortícolis de aúpa, que me obligó a llevar collarín durante dos semanas. La situación pues se estaba volviendo insufrible, y decidí que debía tomar alguna medida práctica para acabar con aquel tormento ridículo, pues, si debo ser sincero, aunque aquel tipo me resultaba inaguantable, no podía saber verdaderamente el por qué, si se trataba de su expresión y su gesticulación exagerada, en la que sin venir a cuento movía los brazos como aspas de molino, o si más bien estaba relacionado con su forma de caminar, a mi modo de ver impropia de un varón adulto por el contoneo que imprimía sus caderas. Quizás se trataba de una mezcla de todo ello, acompañado de una voz excesivamente grave, que sin embargo en ocasiones se le disparaba con unos agudos incomprensibles, dignos en todo caso de una vicetiple (¡no de una soprano ni un castratti, ojo!). Debo confesar, y lo hago sobre todo para justificarme interiormente ante mi familia por la situación que la he originado, que lo intenté, pero que no fui capaz, pues todas mis tácticas fracasaron, hasta el punto de que mi rigidez postural me causó una severa cervialgia que ni los antiinflamatorios más eficaces han sido capaces de mitigar. Tan es así, que para mi vergüenza, acabé operándome de una espondilitis rebelde, originada según me dijo el traumatólogo, por una inadecuación postural prolongada. Y que conste, que me encaminé a la mesa de operaciones con el pleno convencimiento de que todo aquello era un camelo debido a mi sobreactuación reactiva ante Baldomero, pero me dejé hacer esperando que de esa manera no acabara descubriéndose que lo que yo padecía era una auténtica neurosis fóbica ante aquel tipo, que, para decirlo todo, se hizo cargo de mi puesto, una vez que me dieron la baja laboral indefinida. Lo que ya en última instancia me empieza a resultar verdaderamente insoportable es que el tipo, llevado posiblemente por un sentimiento agudo de culpa, venga a visitarme a casa todas las semanas, pues no sé como voy a poder evitar que cualquier día me dé un ataque y termine en el psiquiatra. En cualquier caso, espero que esta situación no acabe conmigo en una silla de ruedas, algo no descartable según algunos agoreros que piensan que con la espalda lo mejor es no jugar.

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