martes, 15 de enero de 2013

DISPAROS BIS


-Estamos en Dinamarca, o al menos esa es mi impresión por algunos carteles que he visto en la carretera. No sé como he llegado aquí, porque lo cierto es que, que yo recuerde, no tenía coche ni sabía conducir. Quizás esté soñando, pero en este preciso instante no puedo aseverarlo. Me detengo en un descampado lamentable junto al arcén, algo impropio de estos tiempos en los que ya son habituales las zonas de servicio bien acondicionadas. Está anocheciendo y el tráfico es escaso, pero poco después llega un Chevrolet antiguo con las luces de cruce encendidas, y se detiene a pocos metros de donde me encuentro. Bajo del coche y sin darles tiempo a que desciendan,  abro fuego y les impido hacer lo que sin duda tenían en la cabeza. Miro en el interior y veo cuatro cadáveres, de los cuales dos son niños de corta edad, y una mujer bellísima que aún respira y debo rematarla para que no me delate. El conductor es un tipo con pinta de árabe que reconforta mi conciencia. Seguramente se trataba de un terrorista y doy por bien empleado el consumo de una munición, que sin duda me hará falta en el futuro. Vuelvo al coche, pongo las luces largas y me alejo con la satisfacción del deber cumplido.

 

-Ayer, Adelaida y yo cenamos en un restaurante de lujo, y luego, llevados por un impulso casi adolescente, nos metimos en una boîte y bailamos hasta la madrugada. Quizás habíamos bebido demasiado, pero siendo expertos bailarines mantuvimos el ritmo hasta el punto de que el disc-jockey nos felicitó, aunque al finalizar cometió un error que le ha costado caro, pues cuando ya nos alejábamos camino de la mesa, ha añadido “bailáis bien, y más a vuestra edad”. Le esperamos afuera, cuando ya todo el mundo había salido y las luces de neón del local se habían apagado, y justo al doblar la esquina, le he descerrajado dos tiros a bocajarro después de saludarle con la cordialidad que aún es posible a esas horas tan intempestivas. Ha tenido tiempo de mirarnos con cara de asombro, seguramente incrédulo ante lo que acababa de suceder, pues siendo aún un hombre joven, sin duda esperaba una vida prometedora que ha visto inesperadamente truncada. Ya en el suelo, ha balbuceado algo que ha hecho que, más por curiosidad que por otra cosa, acercara mi oreja a su boca. Decía “lo siento, lo siento, lo siento…”, consciente sin duda de  que con personas de cierta edad, como mínimo hay que guardar las formas y tener un mínimo de cortesía.

 

-Mi padre, después de hablar durante un buen rato con mamá, decidió que al día siguiente todos iríamos a visitar a la prima Encarna y su marido. Le habían llegado noticias de que ambos estaban atravesando ciertas dificultades de las que quería enterarse de primera mano, además de manifestarles colectivamente (somos ocho de familia), que estábamos con ellos con independencia del mal que les afligiera, pues sus padres, es decir mi tío y su mujer, fallecidos hace tiempo en un accidente de automóvil, “siempre se habían portado muy bien con nosotros”, algo que sin embargo no especificó, aunque siendo pobres de solemnidad, tampoco era necesario, caía por su peso. Nos recibió la criada, una chica joven que, como novedad, no tenía aspecto de sudamericana, asiática o rusa, por lo que supusimos que se trataba de alguien del lugar, a pesar de que por sus maneras resultara evidente que intentaba parecer extranjera. Al entrar en la habitación donde se encontraba mi prima, vimos a la pareja acostada con muy mal aspecto, ambos tremendamente flacos y con el rostro más que lívido, cerúleo. Nos quedamos mirándoles estupefactos, mientras la criada se fue y cerró la puerta. Papá, siguiendo un impulso que posiblemente le vino directamente del homo heilderbengesis, se echó sobre ellos y sin darnos tiempo a reaccionar, les ahogó apretando una almohada sobre sus caras. Los ya extintos, patalearon durante unos instantes, pero pronto cejaron en su instinto de supervivencia y se quedaron rígidos. La familia no supimos qué decir. Papá era un hombre de impulsos y casi siempre acertaba en sus decisiones. Cuando abandonamos la habitación todo quedó en orden, y la chica que intentaba hacerse pasar por extranjera, nos acompaño amablemente hasta la puerta, ignorando la tragedia que acababa de desarrollarse a sus espaldas. Antes de subir al autobús, papá se dirigió hacia nosotros y siguiendo un rasgo didáctico muy típico de su carácter, nos dijo “llevo pistola, pero hubiera resultado demasiado aparatoso”.

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