- Hay mucho por
hacer, dice mansamente sentado en la silla, desde donde todas las tardes del
verano, disfruta de los atardeceres en el jardín de su casa. Permanece así
hasta que el sol se oculta, y el horizonte es ya poco más que una línea de luz
tras las colinas. Entonces se levanta y regresa con el paso certero de quien no
tiene dudas. No le molestó que otros hayan disfrutado a su lado del ocaso, o
que por el contrario, cuando estaba abstraído contemplándolo, se hayan dirigido
a él ignorando que en esos momentos no estaba allí, aunque su cuerpo pareciera
demostrar lo contrario. Después de todo, son juegos que acepta con la
benevolencia de quien sabe que el trayecto es largo, y que muchos todavía están
en el camino. Cuando llega a casa y se enciende la luz del salón, da una
palmada enérgica exigiendo que la cena le sea servida sin dilación. Para él,
que tiene un concepto aristocrático de la existencia, tales formas de actuar,
aunque parezcan antitéticas, son las expresiones de una profunda convicción en
la que el caviar y las porcelanas de Sèvres no están en absoluto reñidos con
una fina sensibilidad para emocionarse con las puestas de sol, y la diligencia
del servicio doméstico.
-Tiene un sentido
épico de la vida, y los días transcurren para él como una batalla antigua, en
la que más allá de la victoria, lo que cuenta es el honor que se desprende de
su empeño. Esa es sin duda la razón por la que, una vez inmerso en la lid, que
a la postre será la que le defina, se ofusca en combates que no tienen
demasiado que ver consigo mismo. En tales circunstancias, más allá de la
victoria, su única ambición es representar ante sí mismo una odisea en la que
quede claro que él es el héroe, pues en su actitud nunca consideró el
resultado, y sabe que Penélope siempre le esperará, pues la paciencia que la
adorna es fruto de esa misma pasión, siendo evidente además que las ruecas bien
utilizadas, no tienen en cuenta la longitud del hilo que manejan.
Soy una
institución, eso que quede claro antes de proseguir, y que de esta manera quien
me lea no llegue a confundirme con un cuerpo y sus limitaciones. Soy por lo
tanto algo parecido a una metáfora, que nadie se atrevería a definir con
precisión, pero ante la cual todos saben a que atenerse. Cada cual se inviste
de aquello de lo que es capaz o de lo que le conviene para sobrevivir, y que
los otros harían bien en no confundir, pues aunque de todos es sabido que entre
las instituciones las hay más y menos prestigiosas, suelen en cualquier caso
haber alcanzado una estructura que, por lo general, las preserva de los ataques
impensados o excesivamente simples. Por eso, a lo largo de mi vida he superado
avatares y circunstancias que no hubiera soportado la humildad de mi
constitución física. Siempre me ha resultado curioso observar como otros a
quienes en realidad desconozco, se aferran a conceptos que según ellas me son
propios, cuando la realidad es que nunca hablo de mi mismo. Encarno valores que
otros me atribuyen, y que de esta manera se atribuyen a sí mismos para colgarse
medallas de dudosa valía. Otros vendrán y harán de mí algo nuevo o demasiado
añejo. Yo sigo aquí, mudo y ajeno. Me necesitan, no saben vivir sin héroes o
villanos.
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