Es de noche, estoy dormido profundamente y de
pronto me despierto sobresaltado. Me ha parecido oír un ruido sospechoso en la
terraza. No fue demasiado fuerte, pero sí lo suficiente para ser calificado
como significativo por un pedante universitario. Yo mismo, sin ir más lejos. No
enciendo la luz y me quedo tumbado en la cama esperando acontecimientos, creo
que es una buena medida para no dar pistas al posible intruso, y permanezco a
la expectativa por si el ruido se reproduce o se hacen evidentes sus causas o
sus consecuencias. Podría tratarse de un gato que ha trepado por el árbol desde
el jardín. Están en época de celo y a veces se les oye maullar con cierta
desesperación, debe ser una cuestión hormonal. En cualquier caso, a mi modo de
ver, un resultado más que dudoso de la teoría de la evolución: podía ser algo
menos desagradable. Aunque también puede tratarse de que el gato hace daño a la
gata la penetrarla o al desengancharse. No es algo tan raro, la leona cuando
termina de copular, suele dar un zarpazo o un mordisco al león enamorado.
Como en
los siguientes diez minutos no oigo nada, intento volver a dormirme pero no lo
consigo. Creo que estoy excitado sexualmente. Imaginarme a los mininos y los
leones copulando ha introducido en mi cabeza una variable impensada a esas
horas de descanso, y soy incapaz de retomarlo. Saco la linterna que tengo en el
cajón de la mesilla de noche, y empiezo a jugar con ella encendiéndola y
apagándola alternativamente, hasta que al final la mantengo encendida y dirijo
la luz por toda la habitación. Es algo mágico pero un tanto tenebroso y
bastante inquietante. Nunca lo había hecho antes, y no tengo ni idea de por qué
lo estoy haciendo en esos momentos. Tengo la impresión de ser el protagonista
de una película de terror, y digo protagonista en el peor de los sentidos pues
mi impresión es que voy a ser la víctima. Paradójicamente me siento bastante
relajado, aunque tengo una ligera taquicardia que achaco a la excitación a la
que antes he aludido. No puedo entenderlo, a mí, los felinos siempre me han
dado bastante grima, me parecen antipáticos y engreídos independientemente de
su tamaño.
Después
de recorrer con la luz de la linterna prácticamente todos los rincones de la
habitación y comprobar (?) que todo estaba en su sitio, meto la linterna en la
cama y la apago. Todo es bastante absurdo, pero actúo mecánicamente y enseguida
vuelvo a encenderla y meto la cabeza debajo de las sábanas. Enfoco la linterna
hacia mis pies que me parecen simplemente desagradables, dos bichos repelentes
moviendo sus cabecitas, esa especie de percebes extrañísimos que tenemos debajo
del empeine y que al parecer, también según la evolución, en su día nos
sirvieron para colgarnos de los árboles boca abajo. Las piernas a continuación no
mejoran nada el panorama, son largas y muy peludas, pero sobre todo muy
delgadas. Pienso en un cadáver y por un momento tengo la impresión de estar en
la morgue después de un grave accidente de tráfico. Yo soy el fiambre,
naturalmente. Trato de olvidarlo y dirijo al haz de luz hacia el pene, que he
sacado por encima del calzoncillo. Normalmente duermo con pijama, me parece más
serio y adecuado para el tema del que se trata, pero anoche hacía demasiado
calor. Es un artefacto extraño, pariente no tan lejano de los dedos de la mano
(¿el medio?) y de los champiñones, pero en esos momentos, llevado por un
orgullo risible a mi edad, me siento satisfecho con su aspecto y proporciones,
aunque tiene algo de extraterrestre. Podría masturbarme para relajarme y volverme
a dormir, es un método que no pocos varones emplean para ahorrarse
ansiolíticos, pero finalmente decido que no. Onán no fue bien visto en la
Biblia y aunque no practicante, soy culturalmente cristiano. Apago la linterna
y la vuelvo a depositar en la mesilla de noche. Intento dormirme recurriendo a
los métodos habituales, contando ovejitas saltando una valla primero, luego
contando número impares y finalmente números primos. Es inútil, y como en otras
ocasiones, acabo encendiendo la luz y colocando los almohadones sobre el
cabecero de la cama dispuesto a leer para dormirme cuando antes. Para ello,
recurro a dos libros que siempre tengo a mano. En primer lugar “la Crítica de
la Razón Pura de” de Kant, y luego “Ser y Tiempo” de Heidegger, a los que
pronto voy a añadir el “Finnegan´s wake” de Joyce, cuya traducción en español
acaba de salir, y que según todas las informaciones, es definitivo y supera con
creces a todos los barbitúricos. Mañana será otro día.
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