domingo, 23 de julio de 2017

ALGUIEN



Alguien te habita que nada tiene que ver contigo. Y no se trata del inconsciente de Freud ni el alma colectiva de Carl G. Jung. Algunas noches de insomnio o en otras las que te despiertas empapado en sudor, tienes la convicción de que has estado a punto de descubrirlo, pero al volver a dormirte te sumerges de nuevo en el desconocimiento, que de alguna manera se va haciendo el núcleo de tu verdadero ser.

No se trata tampoco del alma cristiana, que al parecer recorre nuestras venas y nuestro sistema nervioso como un hilo de plata sutilísimo inventado por lo profetas y surgido de la nada. Ni se trata de un espíritu descendido desde lo alto como las llamas de la sabiduría descendieron hace dos mil años sobre las cabezas de los apóstoles en Pentecostés.

Nada sabes ni nada lograrás saber de ello por mucho que te impliques en un psicoanálisis freudiano ortodoxo, o acabes interpretando en clave esotérica las enseñanzas de la Torá, la Biblia, el Corán, los Upanishad o el Kalevala, cualquiera de esas fantasías creadas por el hombre para dar un sentido superior a su existencia.

Porque eso que te habita no está dentro de ti ni dentro de tu mente, suponiendo que esta no esté ya comprendida de alguna manera en tu cerebro. De hecho, pobre ignorante, nada te habita, y esa sería con mucha suerte la a la conclusión que llegarías si fueras lo suficientemente humilde. Quizás seas tú el minúsculo habitante de algo muy superior que no se molestará en conocerte. Y no se trata de la mente de Dios tampoco, esa imaginería a la que recurren algunos científicos que pretenden ser leídos por los creyentes. Quien sabe si solo se trata de un vago temblor cualquier día en cualquier lugar de tu lamentable cuerpo. O un mínimo insecto que apartas con un simple manotazo una arrebatadora tarde de verano cuando todo te parece aún posible, y la poesía crece lentamente en el corazón de los búfalos.


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