Mañana salen mis
padres hacia Estados Unidos. Siento como si de esta manera fallecieran, y que,
por lo tanto, debo en adelante hacerme cargo de mí mismo y afrontar lo que me
quede de vida en soledad. Estoy solo y tengo que organizarme a partir de ahora
como un yo-huérfano, sin poder tenerlos a ellos como responsables a quienes
culpar periódicamente de mi desgracia.
Ayer mi amigo
Felipe, el psicólogo y grafólogo, me dice que en su opinión mi escritura delata
un carácter muy infantil, detenido apenas en la frontera de la pubertad. Además,
se me percibe como profundamente egoísta, en el sentido de que los demás me
tienen sin cuidado. En resumen me viene a decir que no tengo buenos
sentimientos, o como se diría en un lenguaje más infantil, que es lo que me
corresponde, que no soy bueno aunque quiera aparentarlo. Y que, en ese sentido,
de nada me sirvió en su día pertenecer a las juventudes de Acción Católica y el
Movimiento Nacional.
Desde ayer me
doy cuenta que mi depresión es en el fondo una manera de no evolucionar. Con
ella prolongo mi aislamiento y falta de comunicación, y lo justifico atándome
al pasado y eludiendo de tal manera mi responsabilidad. De tal manera me
desimplico y culpo a otros de mis dificultades, negándome de tal manera a
crecer y hacerme adulto. Mi negación a moverme tanto física como psíquicamente,
que yo justifico por mis síntomas, es una forma muy elaborada de mi psiquismo
para culpar al mundo de todo cuanto me acontece.
Hablo con Raquel
de mi situación, y trato de disculparme
por mi falta de dedicación tanto con ella como con los niños. Le digo, no
obstante, tratando de justificarme, que no tuve en mi padre una figura ejemplar
a quien imitar, motivo por el cual tuve que inventarme a otros idealizados, y
por lo tanto, irreales e hiper virilizados, de acuerdo con los patrones en
vigor en aquellos días, especialmente Gary Cooper y Kirk Douglas.
Doy las gracias
muy agradecido a mi terapeuta. Es una mujer que me ha hecho ver a través de mis
sueños que soy una persona que ha rechazado totalmente sus sentimientos, al
identificarlos con una feminidad que interpreto como la posibilidad de ser
absolutamente marica. “Los hombres también lloran”, me dice al verme llorar a
mí, aunque después de un cuarto de hora añade un tanto irritada: “aunque
tampoco es cuestión de ponerse como una Magdalena”.
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