-El psiquiatra
me dice que sentir un malestar general sin más detalles no es un síntoma, y que
si quiero que me ayude deberé ser más preciso. Al oírle siento una ira intensa
que no puedo controlar, le agarro del cuello y le zarandeo, aunque enseguida le
suelto, diciéndole a continuación “esto es lo más específico que puede decirle:
padezco de arrebatos”. El psiquiatra se levanta resoplando y grita con todas
sus fuerzas “¡Hijo de puta. Seguridad, Seguridad!”
-Se conocieron
en una ciudad cosmopolita del norte de África, que ya es decir, aunque era otra
época y tampoco hay que pensar demasiado para saber de cual hablamos. Él confesó
que Dora enseguida le gustó porque era feílla, pequeñita y pizpireta, su modelo
de mujer ideal. Por su parte, ella acabó diciendo que lo que más le gustaba de
Román es que se tratara de un verdadero animal, gordo, feo y mal educado, poco
que ver con lo que se conoce con el nombre genérico de persona. El flechazo entre
los dos, sin embargo, fue inmediato, quizás debido a las características
reseñadas o al calor tórrido de aquella época del año. Desde entonces no se
separan ni un instante, por lo que debemos inclinarnos por la primera de ambas
opciones, considerando que viven en Barcelona y ya han pasado muchos inviernos.
-La
característica del matrimonio es que siempre van juntos, incluso para los
asuntos más nimios, o aquellos en los que uno de los dos sobra o incluso
estorba. Al parecer no lo pueden remediar, pues cuando uno de ellos debe estar
solo por causa de fuerza mayor, el otro siente como si verdaderamente le
hubieran amputado un trozo de sí mismo. Son famosos sus paseos de la mano y sus
visitas al médico de la misma guisa, incluso cuando uno de ellos tiene que
hacerse determinadas pruebas. Un día llegaron a confesarme con el ruego de que
no se lo dijera a nadie, que también utilizan los servicios juntos, hasta el
punto que suelen tener ganas de ello al mismo tiempo, lo que les supone un
verdadero problema cuando no están en casa. E incluso en ella por razones
obvias.
-Salgo de casa y ya bajando en el ascensor recuerdo que he olvidado algo.
Vuelvo a subir y una vez adentro no recuerdo de qué se trata. Dudo unos
instantes y me siento en el sofá del salón esperando acordarme. Casi al
instante recuerdo que era y cojo el pasillo,
pero a los tres pasos lo he vuelto a olvidar. Me detengo y espero. Casi de
inmediato recuerdo que la cosa estaba en mi cuarto. Finalmente entro y me
siento en la cama. Pero obviamente no se trataba de nada que tuviera que ver
con ella. Quizás en la mesilla de noche, en el armario o la cómoda. Pero no me
acuerdo, desisto, vuelvo al salón y me siento de nuevo. No lo entiendo, era
algo importante y debe seguir siéndolo, aunque si no lo recuerdo quizás no lo
era tanto. Voy hacia la puerta y me detengo en el umbral, reflexionando. Es
inútil y cojo de nuevo el ascensor donde me encuentro con Josefina que baja del
octavo y enseguida me dice que le gustan mis zapatos. Miro hacia abajo y veo
los dedos de mis pies. En la planta baja Josefina se despide de mí riéndose.
“Eso nos pasa a todos”, dice. Vuelvo a subir
No hay comentarios:
Publicar un comentario