sábado, 30 de agosto de 2014

MALESTARES

-El psiquiatra me dice que sentir un malestar general sin más detalles no es un síntoma, y que si quiero que me ayude deberé ser más preciso. Al oírle siento una ira intensa que no puedo controlar, le agarro del cuello y le zarandeo, aunque enseguida le suelto, diciéndole a continuación “esto es lo más específico que puede decirle: padezco de arrebatos”. El psiquiatra se levanta resoplando y grita con todas sus fuerzas “¡Hijo de puta. Seguridad, Seguridad!”

-Se conocieron en una ciudad cosmopolita del norte de África, que ya es decir, aunque era otra época y tampoco hay que pensar demasiado para saber de cual hablamos. Él confesó que Dora enseguida le gustó porque era feílla, pequeñita y pizpireta, su modelo de mujer ideal. Por su parte, ella acabó diciendo que lo que más le gustaba de Román es que se tratara de un verdadero animal, gordo, feo y mal educado, poco que ver con lo que se conoce con el nombre genérico de persona. El flechazo entre los dos, sin embargo, fue inmediato, quizás debido a las características reseñadas o al calor tórrido de aquella época del año. Desde entonces no se separan ni un instante, por lo que debemos inclinarnos por la primera de ambas opciones, considerando que viven en Barcelona y ya han pasado muchos inviernos.

-La característica del matrimonio es que siempre van juntos, incluso para los asuntos más nimios, o aquellos en los que uno de los dos sobra o incluso estorba. Al parecer no lo pueden remediar, pues cuando uno de ellos debe estar solo por causa de fuerza mayor, el otro siente como si verdaderamente le hubieran amputado un trozo de sí mismo. Son famosos sus paseos de la mano y sus visitas al médico de la misma guisa, incluso cuando uno de ellos tiene que hacerse determinadas pruebas. Un día llegaron a confesarme con el ruego de que no se lo dijera a nadie, que también utilizan los servicios juntos, hasta el punto que suelen tener ganas de ello al mismo tiempo, lo que les supone un verdadero problema cuando no están en casa. E incluso en ella por razones obvias.


-Salgo de casa y ya bajando en el ascensor recuerdo que he olvidado algo. Vuelvo a subir y una vez adentro no recuerdo de qué se trata. Dudo unos instantes y me siento en el sofá del salón esperando acordarme. Casi al instante recuerdo que era  y cojo el pasillo, pero a los tres pasos lo he vuelto a olvidar. Me detengo y espero. Casi de inmediato recuerdo que la cosa estaba en mi cuarto. Finalmente entro y me siento en la cama. Pero obviamente no se trataba de nada que tuviera que ver con ella. Quizás en la mesilla de noche, en el armario o la cómoda. Pero no me acuerdo, desisto, vuelvo al salón y me siento de nuevo. No lo entiendo, era algo importante y debe seguir siéndolo, aunque si no lo recuerdo quizás no lo era tanto. Voy hacia la puerta y me detengo en el umbral, reflexionando. Es inútil y cojo de nuevo el ascensor donde me encuentro con Josefina que baja del octavo y enseguida me dice que le gustan mis zapatos. Miro hacia abajo y veo los dedos de mis pies. En la planta baja Josefina se despide de mí riéndose. “Eso nos pasa a todos”, dice. Vuelvo a subir

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