1) Hablo
con C por teléfono. Me dice que no es el momento adecuado porque está en el
baño. Le digo que a mí no me importa. Se
oye el ruido del agua y unos jadeos que no se corresponden con las funciones
habituales en aquel lugar. Ella habla de forma entrecortada y dice sí, sí
continuamente, aunque yo no le pregunte nada. No debe oírme o su teléfono debe
estar fuera de cobertura, porque al poco rato se corta y me es imposible
conectar de nuevo.
2) X
y yo asistimos a clase de manualidades. Intentamos hacer una vasija de barro,
pero se nos desmorona continuamente, y ni siquiera podemos meterla a cocer en
el horno. Abandonos la tarea y nos dedicamos a hacer pajaritas de papel,
fabricando veinte en menos de diez minutos. El profesor se acerca y nos dice
que ese no es el tema y que deberíamos ceñirnos a él: algo falla en los
elementos que empleamos para hacer la vasija. En un instante, sin embargo, las
veinte pajaritas echan a volar y el profesor aplaude entusiasmado, sin
considerar que al instante los pájaros milagrosos tienen sus necesidades y
ponen todo perdido.
3) Voy
a visitar a H que vive al otro lado de un puente de madera muy estrecho. Mi
coche pasa justo, pero a la mitad se atranca. Me bajo y observo la situación.
No me parece tan grave, vuelvo a subir y me digo que ese puente “lo paso por
cojones” (sic). Arranco en primera y piso a fondo el acelerador. El puente se
cae, y el coche y yo con él al mismo tiempo. En el trayecto hasta el río me da
tiempo a pensar que si fuera, por ejemplo, una paloma, el asunto no tendría
mayor trascendencia.
4) Dos
mujeres jóvenes y muy guapas me abordan por la calle a dormir en su casa sin
intercambiar demasiadas impresiones. Al llegar me invitan a un poleo de menta y
enseguida nos vamos los tres a su habitación.
Una vez allí y me piden que me desnude añadiendo “te vas a enterar”, y
apagan la luz. Cuando espero expectante a que ellas lo hagan, oigo que se van y
cierran la puerta con llave por afuera. Como no sucede nada más, acabo
tumbándome en la cama, hasta que me duermo a pesar de la emoción del momento. A
media noche se vuelve a abrir la puerta, me despierto y puedo verlas con un
tipo enorme al que llaman Urug, que dirigiéndose a mí me dice que nunca debería
fiarme de las apariencias. Luego se acerca a la cama y se desprende del
taparrabos.
5) Sentada
en una terraza de un café del Barrio latino de París, una mujer aún joven me
aborda y se sienta a mi lado sin más preámbulos. Me habla de inmediato de su incapacidad para
ser feliz, a pesar de tener un marido maravilloso y cuatro hijos de corta edad
a los que quiere con locura. Insiste en que no es feliz porque no sabe
exactamente lo que le falta, y se siente mal y culpable porque no deja de ser
una privilegiada. Le digo que debiera hacerse monja de clausura y renunciar a
las cosas de este mundo. Como movida por un resorte se levanta súbitamente, y
con lágrimas en los ojos me da las gracias y me dice que ya es feliz y que
Bernard sabrá cuidar de los niños. Luego se aleja.
6) X
no para de hacer operaciones aritméticas, encerrado en su cuarto. No come y
casi no bebe. Sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, raíces cuadradas,
etc… ocupan todo su tiempo. No emplea calculadora. Trato de establecer contacto
con él, pero solo me responde con papeles, en los que previamente ha
garabateado cualquiera de las operaciones antes mencionadas como respuesta.
Cuando ya dispuesto a que acabe la pantomima entro en la habitación con un
cuchillo en la mano, me dice algo que me enternece “perdona, papá: sufro un
delirio matemático”. Luego nos abrazamos.
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