domingo, 24 de agosto de 2014

AGUJEROS

Que hayamos decidido pasar cada cual las vacaciones por nuestra cuenta no quiere decir que algo haya cambiado entre nosotros, María Luisa. Recuerda que siempre dijimos que entre los novios, o las parejas, como a ti te gusta decir, siempre es conveniente que corra un poco de aire, lo que finalmente colabora a que se sientan más unidas.
 Me dices en tu último correo que te parezco demasiado taciturno, y que a tu edad (y la mía) cuando ya se percibe el crepúsculo (perdona la cursilada, de mi cosecha), son preferibles las personas optimistas que ven el futuro con esperanza. Y siempre te dije que estabas en lo cierto, recuerda. Aunque luego añadiera que siempre se han dado casos de quienes al saltar daban vivas a la vida y al porvenir, ignorando la resistencia del suelo a ser penetrados por los cuerpos sólidos en caída libre con independencia de la altura.
Me dices también que te parece increíble que siga llamando a mi perrita María Luisa, y aquí tengo que recordarte una vez más que la conocí a ella antes que a ti, y que haberla  cambiado de nombre entonces no hubiera sido demasiado ético. María Luisa, los animales son dignos de respeto, y si yo le hubiera cambiado el nombre de la noche a la mañana, el nuevo le hubiera resultado incomprensible después de tanto tiempo, y no me hubiera hecho ningún caso, con grave riesgo de su propia vida en determinadas ocasiones (es propensa a atravesar los pasos de peatones  con el semáforo en rojo si yo no le advierto antes. De los pasos de cebra ni te quiero contar). Lo que ya me parece por tu parte verdaderamente cruel es que me digas que la mayor prueba de mi amor por ti sería que la sacrificara y me la comiera en pepitoria, como si se tratase de una gallina o un pollo. Ya sé que hace tiempo un japonés en París descuartizó a su pareja, y se la comió después como testimonio de la veneración que la profesaba, queriendo incorporarla a su sistema digestivo, pero ese no es mi caso, teniendo en cuenta, además, que las cosas no se detienen en ese punto, como sin lugar a duda sabes.
Por otro lado, en tu correo me reprochas mi interés por los agujeros, y que me pase buena parte del día leyendo ensayos sobre el tema, como si en la vida no existieran otros más interesantes y menos morbosos. Creo, sin embargo, María Luisa, que además de pecar de reduccionista, no te has detenido con la suficiente atención en el significado de esa palabra, que como todas, no se detiene en sí misma, sino que apunta a un objeto tan común en nuestra vida cotidiana. Y cuando digo objeto, me gustaría que pensases que no solo es eso, sino también un concepto que abarca otras realidades, algo mucho mayor que el que pudiera sugerir, por ejemplo, la palabra “alcantarilla”, que no deja de ser un agujero prolongado. Piensa en la caverna de Platón, por decir solo algo.
María Luisa, cariño (y te hablo a ti y no a la perrita), tú sabes como yo, aunque nos duela, que nuestros cuerpos, es decir nuestro organismo, está esencialmente compuesto por agujeros. Agujeros que nos facilitan la vida y sin los cuales ni siquiera nos habríamos conocido ¿lo imaginas? Piensa en ello libremente y sin escrúpulos, que después de todo derivan de un falso concepto de la pureza, algo que no se da en absoluto en el mundo que habitamos. Y tampoco en la fontanería. Por otro lado, la pureza es un concepto que, sin indagar demasiado, tiene en el sentido que habitualmente se le atribuye en occidente, una connotación cristiana que ha hecho de ella casi su paradigma, como si fuera el desideratum de la virtud.
Los agujeros, es cierto, casi siempre remiten a “abajo”, posiblemente porque solo en la pura tierra se da la posibilidad de su existencia. No se da tal posibilidad en los espacios siderales, con independencia de los agujeros negros, pero eso, como ya sabes se trata de otro cosa, y aquí te remito a la cosmología, la relatividad general y Stephen Hawking, si quieres hacerte una idea aproximada. Sí, ya sé que de los agujeros salen las alimañas que pueblan los bosques, y los tan denigrados detritus, que, sin embargo, nos permiten seguir comiendo al día siguiente sin demasiadas complicaciones.
Preferirías, me dices, que me interesase por los cielos, ese lugar sobre nuestras cabezas del que un día descendió el maná sobre el pueblo elegido, o del que se descolgaron las llamas de la sabiduría sobre la cabeza de los apóstoles en Pentecostés, o la paloma de la paz con su ramita de olivo en el pico, simbolizando la paz y el final del diluvio. O en el que buscamos inspiración levantando la cabeza cuando los problemas nos abruman. Pero ignoras un tanto cándidamente, que de él proceden también la tormenta y el rayo que origina el fuego devorador y asola las cosechas. Y el pedrisco.

Busca en mí aspectos que nos acerquen y no te empeñes en encontrar los que nos distancian. De ser así, cada día serán mayores las vacaciones que tengamos que tomarnos, y el agujero, por hablar de lo mismo, se tornará una sima insondable que ninguno seremos capaces de saltar sin correr un peligro que se me antoja excesivo.

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