martes, 26 de agosto de 2014

POSTURAS

De una forma impensada y de la noche a la mañana, me consideré exclusivamente un cuerpo. Se me hizo evidente que cualquier otra valoración de mí mismo era una locura. Era un trozo de carne y huesos, y poco  más, algo que si al principio me inquietó y comenzó a angustiarme, al poco rato me tranquilizó, pues me dotaba de una independencia que para sí quisieran los robots más sofisticados. Satisfecho por lo tanto de mi nueva naturaleza procedí en todas ocasiones con una libertad impensada. Si estaba sentado, por ejemplo, ensayaba nuevas posiciones dando a mi tronco diferentes ángulos respecto a mi punto de apoyo, digamos una silla o un sofá. Erguía mi cuerpo sobre el respaldo o lo dejaba resbalar y observaba que en función de ello, mis piernas adoptaban a su gusto otras geometrías para hacer mi situación más confortable. En algunas situaciones, sin embargo, adoptaba posiciones forzadas y encogía o estiraba las mismas a mi antojo formando figuras un tanto surrealistas que no se adaptaban a lo que sería lógico para mi equilibrio, pudiendo parecer ridículo. En la cama sucedía otro tanto. En ocasiones permanecía de espaldas mirando al techo y a continuación giraba en uno u otro sentido y me ponía de lado. A partir de ese momento la panoplia de posibilidades aumentaba exponencialmente, pudiendo para ello meter en juego a mi cabeza, tronco y extremidades, dibujando perfiles de lo más variopintos. Tenía no obstante posturas preferidas, por ejemplo con las piernas muy separadas dobladas por las rodillas al tiempo que levantaba los brazos hasta tocar el cabecero de la cama. La posición de la cabeza admitía asimismo diversos ángulos doblada por el cuello, normalmente hacia adelante para no perjudicar a mis vértebras cervicales.
Es extraordinaria la capacidad de este cuerpo para adoptar posturas sin ningún sentido, o mejor sin ninguna finalidad, aunque es cierto que no se puede ir contra las leyes naturales más que hasta cierto punto. Esta es la servidumbre de ser solo un cuerpo, que debe aceptar la inevitabilidad de las leyes fundamentales de la física.
El mero hecho de andar también me proporcionaba muchas posibilidades (y satisfacciones), incluso muchas más que en posición sedente, pues el cuerpo en movimiento es capaz de una gama casi infinita de variaciones.  Los cuerpos, como sabe, andan normalmente de la manera que en principio son forzados por la propia anatomía, y siempre en el sentido que parezca convenirles. Es decir hacia adelante y doblando las rodillas, pero también pueden hacerlo hacia atrás,  de lado o en diagonal, aunque estas no puedan doblarse en otro sentido, por mor de una imposibilidad biomecánica debido a su estructura.
 Pasado ya un tiempo desde el acontecimiento referido al principio, y pertrechado, pues, por esta característica recién descubierta en mi organismo, paso las horas muertas experimentando con mi cuerpo, sin importarme las circunstancias en las que me encuentre. Tengo conocimiento que mis allegados y la gente con la que me encuentro puede pensar que no ando muy bien de la cabeza. Y este es otro punto al que quería llegar en algún momento de mi exposición. Al decir tal cosa se refieren sin duda a mi cerebro, ese órgano donde al parecer se reúnen y son controladas todas las funciones de nuestro organismo. Y bien, estoy de acuerdo, quiero decir que acepto el hecho que todas las funciones (y muchas otras) a las que me he referido, deben regidas y controladas desde algún lugar, insisto, lugar, es decir alguna parte del cuerpo, que es de lo que venimos hablando hasta ahora. Lo que sucede es que por algún mecanismo que de momento no se me alcanza, he logrado, o mi cerebro ha logrado, desconectarse de los sistema que rige, de tal manera que como si actuara a las órdenes de un interruptor se inhibe de toda responsabilidad y deja al resto del cuerpo actuar a su libre albedrío. No se me escapa que esta característica, que pudiera tener algo que ver con la hipnosis y la sofrología, me da con frecuencia el aspecto de un pelele movido por el viento, algo que no pasa desapercibido para los demás, que al verme me aconsejan que vaya al neurólogo o tome vitaminas.
Yo no sé si a usted le pasa lo mismo o ha experimentado esta sensación en algún momento de su vida, incluyendo esas épocas en las que nos parece imposible controlar nada y los acontecimientos caen sobre nosotros con la imprevisibilidad de un chaparrón de verano. Llegados aquí, no sabe cuanto le agradecería que de ser así, se pusiera en contacto conmigo, pues lo cierto es que en algunos momentos me siento extremadamente solo. Este fenómeno que por un lado, como ya dije, me dota de una libertad impensada, en muchas ocasiones, me aísla de los otros, y me hace sentir un extraño en mi propia casa. Además, debo comunicarle, que según avanza esta facultad de la que vengo hablando, a mi organismo se le antojan algunas tareas que si pueden resultar entretenidas y, desde luego, originales, en otras me desquician y hasta pueden llegar a desgraciarme. Y como le dije, de momento, solo cuento con mi cuerpo. Para darle un ejemplo que le haga calibrar hasta que punto esta nueva característica puede afectarle a uno: últimamente me ha dado por intentar introducirme en una caja de zapatos. Ya he logrado con anterioridad meterme en el hueco del fregadero y en el cajón inferior de la cómoda, pero la chaladura va a mayores, y no sé donde se encuentra el límite.

A pesar de lo dicho al principio, empiezo a sentirme de nuevo angustiado, y espero que si estas palabras de alguna forma le han llegado, haga algo para sacarme de este atolladero. Y digo esto casi en sentido literal, pues el otro día cuando como le acabo de decir, me metí tras ímprobos esfuerzos en el cajón mencionado, me las vi y me las deseé para salir, pues como bien sabe, esos artefactos no tienen tirador por la parte de adentro. Muchas gracias.

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