De una forma
impensada y de la noche a la mañana, me consideré exclusivamente un cuerpo. Se
me hizo evidente que cualquier otra valoración de mí mismo era una locura. Era
un trozo de carne y huesos, y poco más,
algo que si al principio me inquietó y comenzó a angustiarme, al poco rato me
tranquilizó, pues me dotaba de una independencia que para sí quisieran los
robots más sofisticados. Satisfecho por lo tanto de mi nueva naturaleza procedí
en todas ocasiones con una libertad impensada. Si estaba sentado, por ejemplo,
ensayaba nuevas posiciones dando a mi tronco diferentes ángulos respecto a mi
punto de apoyo, digamos una silla o un sofá. Erguía mi cuerpo sobre el respaldo
o lo dejaba resbalar y observaba que en función de ello, mis piernas adoptaban
a su gusto otras geometrías para hacer mi situación más confortable. En algunas
situaciones, sin embargo, adoptaba posiciones forzadas y encogía o estiraba las
mismas a mi antojo formando figuras un tanto surrealistas que no se adaptaban a
lo que sería lógico para mi equilibrio, pudiendo parecer ridículo. En la cama
sucedía otro tanto. En ocasiones permanecía de espaldas mirando al techo y a
continuación giraba en uno u otro sentido y me ponía de lado. A partir de ese
momento la panoplia de posibilidades aumentaba exponencialmente, pudiendo para
ello meter en juego a mi cabeza, tronco y extremidades, dibujando perfiles de lo
más variopintos. Tenía no obstante posturas preferidas, por ejemplo con las
piernas muy separadas dobladas por las rodillas al tiempo que levantaba los
brazos hasta tocar el cabecero de la cama. La posición de la cabeza admitía
asimismo diversos ángulos doblada por el cuello, normalmente hacia adelante
para no perjudicar a mis vértebras cervicales.
Es
extraordinaria la capacidad de este cuerpo para adoptar posturas sin ningún
sentido, o mejor sin ninguna finalidad, aunque es cierto que no se puede ir
contra las leyes naturales más que hasta cierto punto. Esta es la servidumbre de
ser solo un cuerpo, que debe aceptar la inevitabilidad de las leyes
fundamentales de la física.
El mero hecho de
andar también me proporcionaba muchas posibilidades (y satisfacciones), incluso
muchas más que en posición sedente, pues el cuerpo en movimiento es capaz de
una gama casi infinita de variaciones.
Los cuerpos, como sabe, andan normalmente de la manera que en principio
son forzados por la propia anatomía, y siempre en el sentido que parezca
convenirles. Es decir hacia adelante y doblando las rodillas, pero también
pueden hacerlo hacia atrás, de lado o en
diagonal, aunque estas no puedan doblarse en otro sentido, por mor de una
imposibilidad biomecánica debido a su estructura.
Pasado ya un tiempo desde el acontecimiento
referido al principio, y pertrechado, pues, por esta característica recién
descubierta en mi organismo, paso las horas muertas experimentando con mi
cuerpo, sin importarme las circunstancias en las que me encuentre. Tengo
conocimiento que mis allegados y la gente con la que me encuentro puede pensar
que no ando muy bien de la cabeza. Y este es otro punto al que quería llegar en
algún momento de mi exposición. Al decir tal cosa se refieren sin duda a mi
cerebro, ese órgano donde al parecer se reúnen y son controladas todas las funciones
de nuestro organismo. Y bien, estoy de acuerdo, quiero decir que acepto el
hecho que todas las funciones (y muchas otras) a las que me he referido, deben
regidas y controladas desde algún lugar, insisto, lugar, es decir alguna parte
del cuerpo, que es de lo que venimos hablando hasta ahora. Lo que sucede es que
por algún mecanismo que de momento no se me alcanza, he logrado, o mi cerebro
ha logrado, desconectarse de los sistema que rige, de tal manera que como si
actuara a las órdenes de un interruptor se inhibe de toda responsabilidad y
deja al resto del cuerpo actuar a su libre albedrío. No se me escapa que esta
característica, que pudiera tener algo que ver con la hipnosis y la sofrología,
me da con frecuencia el aspecto de un pelele movido por el viento, algo que no
pasa desapercibido para los demás, que al verme me aconsejan que vaya al
neurólogo o tome vitaminas.
Yo no sé si a
usted le pasa lo mismo o ha experimentado esta sensación en algún momento de su
vida, incluyendo esas épocas en las que nos parece imposible controlar nada y
los acontecimientos caen sobre nosotros con la imprevisibilidad de un chaparrón
de verano. Llegados aquí, no sabe cuanto le agradecería que de ser así, se
pusiera en contacto conmigo, pues lo cierto es que en algunos momentos me
siento extremadamente solo. Este fenómeno que por un lado, como ya dije, me
dota de una libertad impensada, en muchas ocasiones, me aísla de los otros, y
me hace sentir un extraño en mi propia casa. Además, debo comunicarle, que
según avanza esta facultad de la que vengo hablando, a mi organismo se le
antojan algunas tareas que si pueden resultar entretenidas y, desde luego,
originales, en otras me desquician y hasta pueden llegar a desgraciarme. Y como
le dije, de momento, solo cuento con mi cuerpo. Para darle un ejemplo que le
haga calibrar hasta que punto esta nueva característica puede afectarle a uno:
últimamente me ha dado por intentar introducirme en una caja de zapatos. Ya he
logrado con anterioridad meterme en el hueco del fregadero y en el cajón
inferior de la cómoda, pero la chaladura va a mayores, y no sé donde se
encuentra el límite.
A pesar de lo
dicho al principio, empiezo a sentirme de nuevo angustiado, y espero que si
estas palabras de alguna forma le han llegado, haga algo para sacarme de este
atolladero. Y digo esto casi en sentido literal, pues el otro día cuando como
le acabo de decir, me metí tras ímprobos esfuerzos en el cajón mencionado, me
las vi y me las deseé para salir, pues como bien sabe, esos artefactos no
tienen tirador por la parte de adentro. Muchas gracias.
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