La máquina aleatoria
era esperada en la ciudad con una mezcla de entusiasmo y escepticismo, si tal
cosa es posible. En cualquier caso, la gente considerada como ecuánime y
responsable, no era indiferente a su llegada y, como mínimo, podría decirse que
la esperaban con interés. Venía precedida por una fama un tanto dudosa, y si
había quienes la ponderaban como algo extraordinario que podía cambiar muchas
vidas para bien, existían otros que insistían en el peligro que suponía el
hecho de sufrir una transformación sobre la que nadie tenía el control
absoluto. En general, hasta ese momento, venía siendo usada en otros lugares
por personas que, después de todo, no tenían demasiado que perder, pues su
aspecto ya dejaba bastante que desear. Por ejemplo, los enanos o las mujeres
sin demasiada gracia eran los primeros en apuntarse, pues suponían que el
resultado de su transformación no podía ser peor de lo que ya les había tocado
en origen. Añádanse a estos los que tenían defectos congénitos evidentes, los
de cabeza voluminosa o una estatura desmedida, o los cheposos y los paticortos,
y todo los que se le ocurran, pues es más que posible que entre su familia y
sus vecinos, alguno especial se le venga a la cabeza. Sin descartarle a usted
mismo, claro está.
Hay que tener en
cuenta que ese artefacto no respondía enteramente a su nombre, es decir, que su
aleatoriedad no era total, de tal manera que, a su entrada, el interesado podía
indicar en un teclado a tal efecto, algunos aspectos de si mismo que quería que
permanecieran invariables. Por ejemplo, quien valoraba el color de sus ojos, o
quien valoraba mucho su pelo o sus dientes, por decir algo, entendiendo la
máquina que todo aquello no mencionado, estaba sujeto a su antojo y podía
proceder como le viniera en gana. La tendencia general del aparato era, al
parecer, mejorar el aspecto de quien la utilizaba, aunque se dieron casos
desgraciados que son los que echaban para atrás a mucha gente. Los científicos
responsables de su construcción y manejo no daban demasiados datos técnicos, y
las autoridades competentes tras unos primeros momentos en los que dudaron en
darle el visto bueno, finalmente optaron por hacerlo, dada la satisfacción de
no pocos usuarios, y considerando que, después de todo, en los casos negativos,
la responsabilidad era de quien libremente se decidió a utilizarla. No
obstante, ciertas organizaciones feministas, los verdes, los naturistas y
algunos partidos de izquierda minoritarios protestaron ruidosamente, alegando
que debía respetarse a la naturaleza, algo que como es lógico irritó
sobremanera a los profesionales de las
clínicas de estética, a los peluqueros y a los fabricantes de postizos en
general.
Los médicos, sin
embargo, no alegaron nada en contra, pues lo que estaba claro desde un
principio es que la máquina solo actuaba en el exterior del cuerpo, por lo que
las curaciones milagrosas o los tratamientos alternativos de enfermedades
graves estaban descartados. Únicamente al parecer podían mejorar algunas
afecciones cutáneas como el acné y el eczema benigno, lo que produjo algunas
protestas de los dermatólogos, aunque verdaderamente mínimas, pues lo cierto es
que tales incordios no tenían solución en su especialidad desde hacía décadas,
algo que también podía decirse de los acúfenos, por lo que los otorrinos
tampoco protestaron.
Se podría
finalmente decir que la máquina operaba por “tendencias”, en el sentido de
minimizar lo negativo y optimizar lo positivo si tal cosa era viable. Había quien
afirmaba que la máquina tenía asimilado el modelo de belleza griego, y que
cuando actuaba trataba de acercarse a él todo cuanto le era posible de acuerdo
con sus características, respecto a las cuales, como ya se dijo, sus técnicos
mantenían un silencio absoluto. Se suponía por lo tanto que el artefacto
intentaba acercarse al canon de belleza de las esculturas de Fidias y
Praxíteles, y a buena parte de los pintores de Renacimiento, especialmente
Botticelli, descartando totalmente ciertas tendencias contemporáneas amantes
del feísmo patente en los cuadros de Lucien Freud, Francis Bacon y Antonio
Saura, por poner algunos ejemplos ( y no pocos de Egon Schiele)
Finalmente la instalación de la máquina en mi
ciudad se hizo (de noche y sin previo aviso) en un descampado de las afueras de
la ciudad, que hacía solo unos días había sido desalojado por el Circo
Americano, algo que los más agoreros tomaron como un mal indicio, pues de todos
es sabido que los números más aplaudidos suelen ser los de los trapecistas, con el permanente peligro del batacazo, y
sobre todo, los payasos, que cuando actúan bien, lo que suelen causar es la
risa, algo que los posibles usuarios no quisieran para sí mismos en ningún
caso.
Por mi parte
puedo decir que aún me encuentro indeciso. Mi problema no es grave, teniendo en
cuenta que lo padezco desde que era niño. Se trata de una malformación en una
de mis piernas que es más corta que la otra por un asunto de falta de
asimilación del calcio. Desde adolescente empleo alzas o tripe suela en el
zapato en la mancornada, pero aún así se nota y cojeo por más que pongo empeño
en evitarlo. Tengo mis dudas, sobre todo a equivocarme por los nervios cuando
teclee los parámetros de longitud que quiero corregir, y haga al contrario de
lo debido y la cosa empeore. Por otro lado, existe la posibilidad, aunque
remota, de que la máquina (no olvidemos que se llama aleatoria), se equivoque
ella misma con el mismo resultado. Como va a estar aquí cierto tiempo,
permaneceré atento a los resultados los primeros días, pues quisiera evitar la
silla de ruedas. Quizás no obedezca al mero azar el hecho que apenas a dos
minutos del lugar, exista una tienda de prótesis médicas de todo tipo, donde de
una manera un tanto sorprendente, se anuncia la puesta en marcha de la máquina
a la vuelta de la esquina.
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