jueves, 28 de agosto de 2014

MÁQUINAS

La máquina aleatoria era esperada en la ciudad con una mezcla de entusiasmo y escepticismo, si tal cosa es posible. En cualquier caso, la gente considerada como ecuánime y responsable, no era indiferente a su llegada y, como mínimo, podría decirse que la esperaban con interés. Venía precedida por una fama un tanto dudosa, y si había quienes la ponderaban como algo extraordinario que podía cambiar muchas vidas para bien, existían otros que insistían en el peligro que suponía el hecho de sufrir una transformación sobre la que nadie tenía el control absoluto. En general, hasta ese momento, venía siendo usada en otros lugares por personas que, después de todo, no tenían demasiado que perder, pues su aspecto ya dejaba bastante que desear. Por ejemplo, los enanos o las mujeres sin demasiada gracia eran los primeros en apuntarse, pues suponían que el resultado de su transformación no podía ser peor de lo que ya les había tocado en origen. Añádanse a estos los que tenían defectos congénitos evidentes, los de cabeza voluminosa o una estatura desmedida, o los cheposos y los paticortos, y todo los que se le ocurran, pues es más que posible que entre su familia y sus vecinos, alguno especial se le venga a la cabeza. Sin descartarle a usted mismo, claro está.
Hay que tener en cuenta que ese artefacto no respondía enteramente a su nombre, es decir, que su aleatoriedad no era total, de tal manera que, a su entrada, el interesado podía indicar en un teclado a tal efecto, algunos aspectos de si mismo que quería que permanecieran invariables. Por ejemplo, quien valoraba el color de sus ojos, o quien valoraba mucho su pelo o sus dientes, por decir algo, entendiendo la máquina que todo aquello no mencionado, estaba sujeto a su antojo y podía proceder como le viniera en gana. La tendencia general del aparato era, al parecer, mejorar el aspecto de quien la utilizaba, aunque se dieron casos desgraciados que son los que echaban para atrás a mucha gente. Los científicos responsables de su construcción y manejo no daban demasiados datos técnicos, y las autoridades competentes tras unos primeros momentos en los que dudaron en darle el visto bueno, finalmente optaron por hacerlo, dada la satisfacción de no pocos usuarios, y considerando que, después de todo, en los casos negativos, la responsabilidad era de quien libremente se decidió a utilizarla. No obstante, ciertas organizaciones feministas, los verdes, los naturistas y algunos partidos de izquierda minoritarios protestaron ruidosamente, alegando que debía respetarse a la naturaleza, algo que como es lógico irritó sobremanera  a los profesionales de las clínicas de estética, a los peluqueros y a los fabricantes de postizos en general.
Los médicos, sin embargo, no alegaron nada en contra, pues lo que estaba claro desde un principio es que la máquina solo actuaba en el exterior del cuerpo, por lo que las curaciones milagrosas o los tratamientos alternativos de enfermedades graves estaban descartados. Únicamente al parecer podían mejorar algunas afecciones cutáneas como el acné y el eczema benigno, lo que produjo algunas protestas de los dermatólogos, aunque verdaderamente mínimas, pues lo cierto es que tales incordios no tenían solución en su especialidad desde hacía décadas, algo que también podía decirse de los acúfenos, por lo que los otorrinos tampoco protestaron.
Se podría finalmente decir que la máquina operaba por “tendencias”, en el sentido de minimizar lo negativo y optimizar lo positivo si tal cosa era viable. Había quien afirmaba que la máquina tenía asimilado el modelo de belleza griego, y que cuando actuaba trataba de acercarse a él todo cuanto le era posible de acuerdo con sus características, respecto a las cuales, como ya se dijo, sus técnicos mantenían un silencio absoluto. Se suponía por lo tanto que el artefacto intentaba acercarse al canon de belleza de las esculturas de Fidias y Praxíteles, y a buena parte de los pintores de Renacimiento, especialmente Botticelli, descartando totalmente ciertas tendencias contemporáneas amantes del feísmo patente en los cuadros de Lucien Freud, Francis Bacon y Antonio Saura, por poner algunos ejemplos ( y no pocos de Egon Schiele)

 Finalmente la instalación de la máquina en mi ciudad se hizo (de noche y sin previo aviso) en un descampado de las afueras de la ciudad, que hacía solo unos días había sido desalojado por el Circo Americano, algo que los más agoreros tomaron como un mal indicio, pues de todos es sabido que los números más aplaudidos suelen ser los de los trapecistas,  con el permanente peligro del batacazo, y sobre todo, los payasos, que cuando actúan bien, lo que suelen causar es la risa, algo que los posibles usuarios no quisieran para sí mismos en ningún caso.
Por mi parte puedo decir que aún me encuentro indeciso. Mi problema no es grave, teniendo en cuenta que lo padezco desde que era niño. Se trata de una malformación en una de mis piernas que es más corta que la otra por un asunto de falta de asimilación del calcio. Desde adolescente empleo alzas o tripe suela en el zapato en la mancornada, pero aún así se nota y cojeo por más que pongo empeño en evitarlo. Tengo mis dudas, sobre todo a equivocarme por los nervios cuando teclee los parámetros de longitud que quiero corregir, y haga al contrario de lo debido y la cosa empeore. Por otro lado, existe la posibilidad, aunque remota, de que la máquina (no olvidemos que se llama aleatoria), se equivoque ella misma con el mismo resultado. Como va a estar aquí cierto tiempo, permaneceré atento a los resultados los primeros días, pues quisiera evitar la silla de ruedas. Quizás no obedezca al mero azar el hecho que apenas a dos minutos del lugar, exista una tienda de prótesis médicas de todo tipo, donde de una manera un tanto sorprendente, se anuncia la puesta en marcha de la máquina a la vuelta de la esquina.


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