lunes, 4 de agosto de 2014

TÚNELES

Vivo en un túnel. O al menos yo tengo esa impresión. Pero debo precisar que más que vivir, me encuentro en un túnel. Mis recuerdos del mundo exterior se me hacen cada vez más difusos, como si transcurrieran en un sueño. Creo que entré aquí una tarde de domingo bastante tediosa, en la que para matar el tiempo decidí salir al monte a dar un paseo y recoger setas y trufas, si tenía la oportunidad Con las segundas no es tan sencillo, por cierto. En cualquier caso, eso es lo de menos, y me preocupa considerar el disgusto que pueden tener mis allegados al ver que no regreso, aunque es posible que lo consideren como una más de mis excentricidades, pues no sería la primera vez que me ausento durante un tiempo cogiendo un avión al azar. Pero esta vez no se trata de eso en absoluto.
De todas formas, verdaderamente aquí adentro no me encuentro tan mal. Es cierto que la luz es escasa y la humedad muy alta, pero puedo arreglármelas, pues por un procedimiento que no llego a entender, veo algo y estoy bien abrigado. Respecto a la primera de ambas consideraciones, creo que puede  tratarse de una adaptación evolutiva de mis ojos, o en todo caso, que se deba a que las paredes que me rodean filtren algo de luz. Y en último término, que los neutrinos que atraviesan la corteza de la tierra tengan una luminiscencia hasta ahora no estudiada. No lo sé. No tener frío debido a la intensa humedad se debe a que soy muy previsor, y cuando salgo al campo me pertrecho casi siempre como si fuera al polo,  es una broma, o como mínimo a hacer espeleología. Manías personales de las que, visto lo visto, no voy a prescindir si tengo la oportunidad en el futuro.
Durante un tiempo debí permanecer dormido o inconsciente, pues cuando me di cuenta  de mi situación, estaba tirado de espaldas en el suelo y un tanto confuso. Cuando me recuperé, como es natural, traté de inmediato de buscar la salida, pues, como la mayoría, soy un ser acostumbrado al aire libre y los grandes espacios, pero no transcurrió más allá de media hora cuando tuve la certeza de que al menos por ambos extremos de aquel túnel no había salida. Y no porque no se viera una luz al final,  como se suele decir, que tampoco, sino porque dos muros piedra y tierra compacta lo cerraban. La otra posibilidad, es que me hubiera caído desde arriba y me encontrara  en una especie de cueva a un nivel inferior. A esta posibilidad dediqué bastante tiempo, porque la visibilidad es muy reducida, y en algunas ocasiones me ayudaba con el bastón que siempre llevo conmigo levantándolo hacia lo alto para comprobarlo. Finalmente tuve que admitir que ni por los lados ni por arriba existía ninguna salida, y por abajo sería estúpido considerarlo. Era evidente que estaba solo y encerrado en un agujero bajo tierra sin ninguna posibilidad de salida.
Es cierto que en aquellos momentos pensé que lo que verdaderamente me correspondía era sufrir un ataque de pánico de cierta intensidad, pero no fue así en absoluto. Reaccioné con una tranquilidad que a mi mismo me sorprendió, porque lo cierto es que en aquellas circunstancias lo que estaba claro era que mi futuro no se presentaba muy halagüeño. Tampoco me puse de inmediato a razonar para encontrar una posible solución a mi problema, y hasta donde ahora mismo recuerdo, creo que me senté y me dediqué durante un buen rato a mirar a la pared de enfrente, de la que como es natural solo llegaba a percibir tonos más o menos oscuros, sin que realmente pudiera decir con exactitud de qué se trataba. La primera alerta me llegó al creer percibir un olor un tanto especial, que me hizo pensar de inmediato en el grisú, ese gas que con frecuencia hace estragos entre los mineros. Luego me di cuenta que no se trataba de eso, sino del olor un tanto acre del musgo y los líquenes que proliferaban a mí alrededor. De todas maneras pensé que quizás me encontraba en el interior de una mina abandonada, por lo que poco después estuve tanteando las paredes por si llegaba a descubrir algún resto de metal o de madera, pues en ellas las vigas y soportes son esenciales. Pero no fue así, por lo que pronto lo descarté.
 Poco después imaginé que ya se habrían dado cuenta de mi desaparición, y que hasta era posible que hubiera alguna partida de gente buscándome, aunque tampoco era tan frecuente que me diera por subir al monte, por lo que no era tan evidente. Viviendo solo, lo más normal es que supusieran que me había ido unos días de vacaciones o a visitar a  algún pariente, en cuyo caso, del equipo de búsqueda nada de nada.
Me dispuse por lo tanto a sobrevivir a la espera prácticamente de un milagro. Tenía una cantimplora llena de agua y un bocadillo que me había metido en el pantalón cuando salí, por si me entraba hambre durante la caminata. Con esas provisiones pensé que podría sobrevivir un par de días sin demasiados apuros, luego se presentarían los problemas que no quería adelantar. Agua no me iba a faltar, pues no muy lejos de donde me encontraba se oía caer con toda claridad desde el techo, e incluso había un pequeño regato que discurría pegado a una de las paredes. Cómo podría sentarme si llegaba a beberla, era algo que de momento no quería verificar.
Estuve mucho tiempo en el suelo sin hacer nada, tumbado o sentado alternativamente, tratando de oír algo que me resultara familiar, el ruido de unos pasos, unas voces humanas, un motor indicativo de que trabajaban para llegar hasta mí, pero en ningún momento escuché nada parecido. En su lugar, los oídos empezaron a pitarme con un tono muy agudo al que creí que no llegaría a acostumbrarme, y durante unos instantes tuve miedo de volverme loco, pero luego se me pasó y dejó de molestarme. Recordé entonces lo que me dijo un otorrino: los oídos están hechos para oír y no para permanecer en un mundo en silencio, porque entonces son ellos los que se inventan los sonidos. Malas noticias para los anacoretas.
Después me levanté bastante entumecido, y de lo primero que me di cuenta fue que verdaderamente no tenía ni la menor idea del tiempo transcurrido, aunque lógicamente no debía ser mucho porque la cantimplora y el bocadillo estaban intactos, aunque si debo decir la verdad, me estaba esforzando para no tocarlos. Estuve paseando arriba y abajo durante mucho tiempo. O al menos eso me pareció a mí, porque empezaron a dolerme las piernas. Me acerqué al regato que bajaba pegado a la pared, y pude darme cuenta que en determinados tramos el agua se estancaba y formaba pequeñas lagunas, donde, para mi asombro, pude ver a unos diminutos cangrejos blancos moviéndose dentro del agua muy lentamente. Supuse que estaban ciegos o casi ciegos porque allí tener ojos a la larga debe resultar bastante inútil. Recordaba haberlos visto en alguna parte como una atracción turística, queriendo con ello mostrar a los visitantes del lugar que hacía miles de años que aquellos animalitos vivían aislados en esas circunstancias. Algo que acabaría pasándome a mí si no llegaban a rescatarme, claro que enseguida me di cuenta de que estaba pecando de optimista.
Acabé de nuevo tendido en el suelo, tratando de no pensar en nada, y dándome cuenta que en aquellos momentos me era imposible. Me estuve entreteniendo un rato largo mirando a través de mis manos colocadas una junto a la otra a modo de catalejo, por el que yo intentaba percibir algo de la oscuridad que me rodeaba (más bien penumbra, como dije con anterioridad). Para mi sorpresa, al rato de intentarlo empecé primero a percibir unos destellos de luz, y poco después las figuras geométricas giratorias de un calidosocopio. Se trataba de los habituales cristales de diferentes formas y colores, que muchos niños recibían antiguamente como regalo en algunas fechas importantes de sus vidas. Me entretuve bastante tiempo así, hasta que de repente desapareció dejándome bastante frustrado. Luego debí quedarme dormido, y al despertar recordé haber soñado que era padre de una familia numerosa con muchos niños de diferentes edades, pero sobre todo que quería muchísimo a una mujer sin la cual mi vida no tendría sentido. Aunque creo que también soñé con Japón, lugar en el que nunca había estado, pero del que me habían hablado mucho, sobre todo de las geishas y los samurais, pero también de los yakuzas. Seres estos últimos muy crueles, pero que mucha gente de ese país admira por su poder y falta de escrúpulos.
Y ahora ya solo me queda escribir las últimas palabras. La humedad ha hecho inservible el papel del pequeño cuaderno en el que hago anotaciones con frecuencia cuando salgo de paseo. Y el lápiz no está en mejores condiciones. No sé que será de mí, si ustedes llegan a leer esto es posible que me hayan rescatado y esté afuera. Pero también puede suceder que lo único valioso que encontraran fuera el cuaderno. En cualquier caso, los medios de comunicación habrán dado la noticia, y tengo el convencimiento que cargarán las tintas con lo sucedido. No les hagan demasiado caso. Siempre fui un hombre con recursos. Verán que siempre mantuve la ilusión de salir y que por ello escribí siempre en pasado, como si se tratara de algo que terminó bien.

La nota del editor, que sin duda acompañaran a estas palabras, lo aclarará todo.

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