Yo cuento contigo siempre, puedes creerme, pero
cada vez que intento decirte lo importante que eres para mí, tienes algo que
hacer en otra parte. O sales rápidamente por la puerta sin más explicaciones.
Pero en la mayoría de las ocasiones subes el volumen de la televisión o la
radio como último recurso.
Dices que tu vida ha merecido la pena, aunque lo
nuestro no haya sido lo que soñaste cuando nos conocimos. En esos momentos, un
tanto herido y triste, intento explicarte que los sueños son solo fantasías, y
que esa es posiblemente la razón de tu desencanto. Pero, una vez más, sales
intempestivamente o subes el volumen de la televisión o la radio.
Estás contenta con los chicos, dices. Después de
todo, gozan de buena salud y van saliendo hacia delante aunque sea con mucho
esfuerzo y grandes dificultades. De todas formas, siempre añades que si yo
hubiera estado más atento, todo hubiera resultado más fácil para ellos y para
ti misma, aunque no precises en qué sentido. Y zanjas la cuestión añadiendo como
coletilla que yo siempre he sido así, y que hubiera sido inútil esperar otra
cosa de mí. Entonces, cuando trato de puntualizar que somos una familia unida y
que nuestros hijos están bien situados y no parecen lamentar nada, tú con un
gesto resuelto que no admite réplicas, cambias de tema o subes el volumen,
haciéndome ver que debo aceptar mi culpa.
Es evidente que en la cama podría ser mejor, pero
a nuestra edad tampoco es cuestión de imitar a los atletas y, en cualquier
caso, tú siempre tienes dolor de cabeza, y así no hay manera que te demuestre
cuanto me motivas todavía y que soy un hombre con todas las de la ley. Trato de
no hacer caso a tus comentarios de estar con un tipo excesivamente rutinario y
con los recursos más que justos.
Me recuerdas con frecuencia lo bien que lo
pasábamos cuando nos conocimos, y lo divertidas que resultaban aquellas
reuniones con la pandilla en la playa o en el pub en los primeros tiempos. Y
luego, sin solución de continuidad, insistes en nuestra pobre situación actual,
casi sin amigos y apenas con alguna salida esporádica al cine, achacándolo a mi
carácter introvertido y un tanto maniático. Olvidas tu depresión y bajo estado
de forma habitual, cosa que cuando trato discretamente de añadir a tus razones,
hace que, como de costumbre, cambies de tema, vayas a otra habitación o subas
el volumen. Y si resisto, no dudas en disculparte alegando que tienes hora en
la peluquería.
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