lunes, 19 de diciembre de 2016

PÉRTIGAS



Debo de confesar que cuando la conocí, me pareció una persona normal, incluso alegre y extrovertida, que, en resumidas cuentas, era lo que parecía ser. Pero después de tratarla durante cierto tiempo pude darme cuenta de que solo se trataba de una apariencia. Supuse entonces que acabaría descubriendo lo que había detrás de su representación, y que de tal manera podría conocerla de verdad y acercarme más a ella.

Pronto pude darme cuenta, sin embargo, que esa suposición era un error, pues cuando creía que estaba a punto de descubrir cual era su verdadera personalidad, ella cambiaba súbitamente, y si la había llegado a tomar por una persona cándida y amorosa, se presentaba como todo lo contrario, una persona desalmada a la que le traía sin cuidado todo lo que no fuera ella misma.

Fue una época turbulenta de mi vida, si puede aplicarse a la psique individual un adjetivo más bien adecuado para la sociología de masas. Traté entonces de adaptarme a sus diversas representaciones con criterios acríticos, que me hicieran aceptarla como era en esos momentos, con el objetivo esencial de no perder la calma y mantenerme en mis cabales.

En cualquier caso, a estas alturas de la vida, puedo afirmar que era una mujer fascinante que no se dejaba atrapar en conceptos simples, aunque no se me escapa que siempre he sido muy aficionado a todo lo que comúnmente se considera como raro o poco habitual. Lo cierto es que llevado por su carácter, con frecuencia tenía que soportar situaciones difíciles, equivalentes a las que supondría para un equilibrista caminar sobre la cuerda floja  a gran altura, sin pértiga ni red bajo sus pies.

Quizás ese algo que buscaba en su interior era simple y llanamente lo que en la teología cristiana se llama alma, y otros más poéticamente llaman numen. Ese hálito ubicuo pero recóndito que al parecer nos habita, y que en ella se manifestaba extrañamente en su comportamiento, sobre todo cuando perdía los papales o deliraba.

A pesar de todo y de que el distanciamiento ha sido la desgraciada solución a la que hemos tenido que recurrir, seguimos manteniéndonos en contacto, posiblemente porque tal cosa nos interesa a ambos en nuestras economías vitales. Nos necesitamos de una manera absurda, pero en el fondo perfectamente racional. Quien sabe si lo que nos sucede verdaderamente es que para cada uno de nosotros individualmente, el otro representa aquello que da sentido a su realidad por mucho que seamos incapaces de vivirla juntos. Y difícilmente, separados.

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