Debo de confesar que cuando la conocí, me pareció
una persona normal, incluso alegre y extrovertida, que, en resumidas cuentas,
era lo que parecía ser. Pero después de tratarla durante cierto tiempo pude
darme cuenta de que solo se trataba de una apariencia. Supuse entonces que
acabaría descubriendo lo que había detrás de su representación, y que de tal
manera podría conocerla de verdad y acercarme más a ella.
Pronto pude darme cuenta, sin embargo, que esa
suposición era un error, pues cuando creía que estaba a punto de descubrir cual
era su verdadera personalidad, ella cambiaba súbitamente, y si la había llegado
a tomar por una persona cándida y amorosa, se presentaba como todo lo
contrario, una persona desalmada a la que le traía sin cuidado todo lo que no
fuera ella misma.
Fue una época turbulenta de mi vida, si puede
aplicarse a la psique individual un adjetivo más bien adecuado para la
sociología de masas. Traté entonces de adaptarme a sus diversas
representaciones con criterios acríticos, que me hicieran aceptarla como era en
esos momentos, con el objetivo esencial de no perder la calma y mantenerme en
mis cabales.
En cualquier caso, a estas alturas de la vida,
puedo afirmar que era una mujer fascinante que no se dejaba atrapar en
conceptos simples, aunque no se me escapa que siempre he sido muy aficionado a
todo lo que comúnmente se considera como raro o poco habitual. Lo cierto es que
llevado por su carácter, con frecuencia tenía que soportar situaciones
difíciles, equivalentes a las que supondría para un equilibrista caminar sobre
la cuerda floja a gran altura, sin
pértiga ni red bajo sus pies.
Quizás ese algo que buscaba en su interior era
simple y llanamente lo que en la teología cristiana se llama alma, y otros más
poéticamente llaman numen. Ese hálito ubicuo pero recóndito que al parecer nos
habita, y que en ella se manifestaba extrañamente en su comportamiento, sobre
todo cuando perdía los papales o deliraba.
A pesar de todo y de que el distanciamiento ha
sido la desgraciada solución a la que hemos tenido que recurrir, seguimos
manteniéndonos en contacto, posiblemente porque tal cosa nos interesa a ambos
en nuestras economías vitales. Nos necesitamos de una manera absurda, pero en
el fondo perfectamente racional. Quien sabe si lo que nos sucede verdaderamente
es que para cada uno de nosotros individualmente, el otro representa aquello
que da sentido a su realidad por mucho que seamos incapaces de vivirla juntos.
Y difícilmente, separados.
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