Hay
conceptos delante de los cuales solo cabe permanecer inmóviles y en silencio.
Y, como mucho, respirar, siempre que tal cosa no haga que muten de forma
instantánea y se conviertan en algo muy diferente de lo que conocimos en un
principio, y nos había sumido en el asombro.
Hay conceptos que para nada son lo que parecen, y
que en todo caso, merecerían una nota a pie de página de la definición de otros
que sí son exactamente lo que aparentan, y que para nada se prestan a la
sobrevaloración o el camuflaje.
Hay conceptos mínimos, ante los cuales lo primero
que se nos puede ocurrir es reprimir una carcajada. Desconocemos, pobres
ignorantes, el valor de lo minúsculo, aquello que no ha tenido que recurrir a
lo apariencia para significarse, y que, paradójicamente, oculta una riqueza que
para sí quisiera el maharajá de Kapurkala.
Hay conceptos sorprendentes, que una vez captados
en lo que suponemos que constituye su esencia, cambian espontáneamente y se
convierten en algo diferente, que ni por asomo recuerdan al primero. Pero que
una vez asentados en ese segundo estado y estamos a punto de definirlos con
todo detalle, vuelven a cambiar y se transforman de nuevo en algo que nada
tiene que ver con los anteriores. Metamorfosis que a partir de ese momento no
cesan de repetirse cada vez que intentamos aprehenderlos, transformándose en
otra cosa que haríamos bien en abandonar a su suerte si no queremos perder la
cabeza.
Hay conceptos que, una vez definidos son, por el
contrario, exactamente igual a sí mismos, con independencia de que creamos ver
en ellos matices que pudieran alterar sus propiedades. Conceptos tan puros que,
como el diamante, son siempre iguales a sí mismos, aunque se desate el
Apocalipsis o la sustancia de que estén hechos cambie de paradigma.
Hay conceptos difusos que, una vez intuidos, son a
la vez lo que aparentan y otros que se desprenden de ellos mismos con la
facilidad con la que la que lo hacen las hojas de los árboles a la llegada del
otoño. Conceptos por lo tanto versátiles, que son lo evidente y su contrario. E
incluso otros levemente diferentes, que alguien no instruido podría confundir
con facilidad.
Hay conceptos de los que el investigador, de
entrada, dirá “se trata de esto”, y volverá a casa con la certeza de haber
contribuido un día más a aumentar el acerbo de las ideas que merecen estar en
este mundo. Y, no obstante, al poco de acostarse, tiene un sueño en el que
queda perfectamente claro que todo fue un error producto de una fantasía
desbordante, a la que le indujo el abuso del alcohol u otras sustancias
estupefacientes.
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