lunes, 26 de diciembre de 2016

CURVATURAS

Cae la noche y la llamamos g.

Fue la gota que colmó el vaso. El colmo.

Te dije que sí, pero no quizás.

Abres la boca y hablas, pero no se trata de eso: come.

Aún recordaba sus maravillosos ojos de besugo.

Harto estoy de estar o ser inglés, dijo to be.

Puestos a ello y a ello puestos, insistía.

No soy nadie, dijo. Y se esfumó.

La perentoriedad de los autobuses me acelera.

 De noche todos los gastos son prados.

Eres virgen y todo lo contrario, exclamó.

Admirando a Minerva, valoraba la sabiduría de las lechuzas.

No te vayas, y sin embargo, vete, se contradijo.

El mundo es ancho y anexo, rectificó Ciro Alegría.

Eres un hombre de dos piezas. Una es el cuerpo, y la otra tú sabrás.

La libélula obcecada odiaba la aerostación.

Se perdió en el desierto pero no de camellos.

Tu amor me llega como una flecha de miel envenenada.

Debido a su nombre, Fulgencio brillaba paradigmáticamente en la noche.

Llueve sobre los seres y los sacos, dijo el disléxico.

Adoro tus blancas manos aunque seas senegalesa, matizó.

Dijo adiós a pesar de su ateísmo.

La mecánica cuántica es, sin embargo, insignificante.

La curvatura del espacio nada tiene que ver con la perfección de tus caderas, puntualizó Einstein a su primer amor, Mileva Maric.

No hay comentarios:

Publicar un comentario