Liberio es incapaz de estarse quieto. Hace cosas
sin parar. Se dice que, incluso dormido, gesticula, dando a entender que en su
interior continúa la acción que el sueño interrumpió poco antes. En ocasiones,
si hay que hacer caso a sus más allegados, Liberio aplaude, dando la impresión,
por las caras que pone, que se aplaude a sí mismo con un entusiasmo difícil de
controlar.
Fausto, por el contrario, es totalmente lo
opuesto. Permanece sin moverse y en silencio durante horas, y cuando alguien se
interesa por él, creyendo que puede pasarle algo, reacciona molesto y hasta con
cierta violencia, pero con un discurso plenamente coherente y muy razonable, en
el que se queja de la idiotez humana al creer que solo el movimiento y la
agitación tienen sentido.
Remigio, por otro lado, reúne las características
de los dos anteriores, y si en algunas ocasiones no para quieto, en otras ni
pestañea, dando de esta forma a entender que, en resumidas cuentas, la vida
consiste en la sucesión de estados bien diferenciados, sin que ninguno de ellos
prevalezca sobre el otro, ni supongan una rareza o un desvarío.
Justo es diferente, y nunca presenta un
comportamiento uniforme pues, según el momento, podría ser incluido en
cualquiera de los anteriores. Tiene, por decirlo de alguna manera, un
comportamiento espasmódico y aleatorio de difícil definición, en el que el
movimiento o la quietud no son criterios que puedan ser aplicados con justicia.
De Edelmiro, por otro lado, más vale no hablar, al
reunir en sí mismo unas cualidades que, puestas por escrito, desdicen las
verdaderas, hechas en todo caso para ser dadas a conocer de viva voz. Otra cosa
desmerecería y haría de sus sobresalientes cualidades una parodia de las
auténticas.
Atanasio Gómez Zardoya no tiene, en puridad,
ningún elemento común con los precedentes, y si se le menciona en este resumen
de individuos sorprendentes, es a petición de sus familiares, personas adictas
al susodicho, que de esta manera tratan de que salga del letargo en el que se
sumió cuando años atrás, quebró la mercería que regentaba en compañía de su
esposa. Al parecer, el mundo se ha quedado pequeño para él sin la venta de
combinaciones, puntillas, fajas y demás prendas interiores de señora.
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