Hay conceptos de los que parecen haberse adueñado
algunos individuos, normalmente reunidos en ciertas instituciones, que los han
hecho suyos, como si ellos mismos los hubieran creado (algo por otro lado no
descartable, tiempo atrás). Conceptos a los que aluden con bastante frecuencia
y mayor entusiasmo, aunque analizados en detalle resulten un tanto vagos y
difíciles de identificar. Son conceptos que se refieren a realidades, por decir
algo, a las que han convertido en propiedad privada. Se me ocurren
principalmente dos que han tenido un valor en la existencia de los pueblos a lo
largo de su historia: patria y dios.
La patria, palabra solemne y repleta de un valor
emocional que no admite matices, es un concepto esencial del que hablan
habitualmente los militares y al que recurren ciertos políticos en momentos
emotivos y en los de crisis, sabiendo el valor de su resonancia. Es un concepto
que remite a un valor “esencial” por encima del territorio de que se trate y de
sus habitantes. Una idea sublime, casi inmarcesible que, sorprendentemente,
ellos suelen ahormar dentro de determinados valores que son su fundamento y que
solo a ellos compete definir. Hasta tal punto esto es así, que quienes no los
compartan pueden ser tachados de antipatriotas y hasta traidores, aunque se
trate de los propios vecinos o habiten en la calle de al lado. A los verdaderos
patriotas, según su propio punto de vista, les repugna que se empleen otras
palabras en lugar de la que venimos refiriéndonos, dígase nación, país o
estado. Patria es algo más, un valor íntimo, sublime que yace en el interior de
cada patriota por mucho que a ellos mismos les cueste definirlo. Sin embargo,
como se dijo más arriba, quienes se consideran tales, precisan determinadas
cualidades que hacen a los individuos más o menos merecedores de tal
calificación. En su opinión, alguien que sea monárquico y católico, en
principio parece merecerlo más que otro que sea ateo y republicano, por ser el
sistema político y la religión dos características muy importantes en tal
sentido. Si a ello, siguiendo con nuestro país, por no ir más lejos, añadimos
otras características propias de la tierra como los toros, el fútbol y la jota
(valga la guasa: aquí caben otras aficiones o amores, propias o no del
folclore), miel sobre hojuelas. Y no digamos nada si se añaden la bandera y el
himno nacional, símbolos, después de todo que tienen una historia en el tiempo
y no son eternos (la bandera de la Armada en tiempos de Carlos III, y la Marcha
Real de los Borbones, que se convirtió en himno a principios del siglo pasado).
Concepto pues este de patria un tanto vago, del
que parecen estar desterrados quienes no compartan determinados valores con
independencia del lugar de nacimiento y la lengua. O estar al corriente de sus
obligaciones fiscales. Seguiremos hablando.
De Dios hablaremos en otra ocasión.
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