Un concepto vaciado de sentido es aquel que una vez definido
remite a otros previos, que de forma natural conducen al primero, que en la
actualidad se trata del Big-bang, origen al parecer del tiempo y del espacio,
si no están equivocados los libros de divulgación astronómica que obran en mi
poder.
El concepto de dedo, por otro lado, no puede comprenderse si
previamente no se ha definido con claridad el concepto de mano. No se conocen,
que yo sepa, dedos aislados a no ser en plan metafórico, que de esos abundan.
Aunque ahora que lo pienso, tampoco existen manos abandonadas a sí mismas, a no
ser en los castigos se inflingía cruelmente a los ladrones en la antigua
Persia. Y posiblemente en otros lugares no tan lejanos.
Un concepto, por mucho que nos esforcemos en desbrozarlo de otras
referencias que incluyan lógicamente otros conceptos subordinados, no deja de
ser un constructo mental, y en ese sentido, un artificio.
Necesito un concepto que no remita sino a sí mismo, y que sin
embargo no constituya una tautología. Desgraciadamente un diamante, puestos a
hablar de maravillas, no puede prescindir del concepto carbono y a poco que
intentemos ser más precisos, a la escala de dureza de Mohs, como saben ustedes
(al menos quienes cursaron estudios secundarios durante los años cincuenta del
siglo pasado).
Quizás esa necesidad que tengo de un concepto puro pueda realizarse
en el calificativo “prístino”, esa
cualidad de las cosas que la emparientan con el espíritu y la ausencia de
materia.
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