Existen conceptos que pueden con toda naturalidad ser desligados
de sus verdaderos contenidos, si es que los tienen. En general, son aquellos
que siendo esencialmente difusos o abstractos, encuentran con facilidad a
quienes les dan un carácter específico de acuerdo con sus sentimientos
propios. Son conceptos previos a los
conceptos mismos. Son pre-conceptos. O no son conceptos en absoluto.
De la misma manera, existen conceptos que estando claramente
relacionados con determinados contenidos, pronto les son añadidos otros que
nada tienen que ver con ellos en su origen. O por el contrario, que son
desligados del mismo por intereses personales, una vez que su significado ha
sido alterado convenientemente por quienes así los interpretan.
El dios único de las religiones monoteístas es un concepto que
pudiendo en principio ser definido con cierta precisión (omnisciente,
omnipotente, etc…), es por otro lado, dadas sus dimensiones, difícil de acotar.
Es, en este sentido, un concepto por encima de los conceptos o que puede
abarcarlos a todos. Un super-concepto. Y una falsedad o un error para los ateos y para aquellas religiones que,
más modestas, se conformaban con los dioses del Olimpo.
El concepto de España es muy posterior a los habitantes de
Atapuerca, a don Pelayo, a Viriato e incluso la batalla de las Navas de Tolosa.
Pero hay quienes buscando su autenticidad buscan su esencia atemporal (si tal
cosa es posible) en una narrativa sesgada de su historia que los incluya. Según
ellos, poco tendría que ver el Islam, los Comuneros, la Constitución de 1812
(la Pepa), la 1ª República, La Semana Trágica de Barcelona, los Sindicatos, la
Institución Libre de Enseñanza, las Misiones pedagógicas, la Segunda República
y don Manuel Azaña (y no digamos nada de Santiago Carrillo) o la 2ª República:
errores o incidentes indeseables. En todo caso, la “esencia” del concepto de
España estaría ligada, aparte de lo mencionado al principio, al Cid Campeador,
los Reyes Católicos, los Austrias y los Borbones (alemanes y franceses), Donoso
Cortés y el general Franco. Y sobre todo a la Iglesia, claro está (la
Inquisición, pecata minuta). Del Descubrimiento hablaremos otro día. O no.
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