miércoles, 26 de octubre de 2016

SELVAS



“¡Vaya! No tengo cara”, dijo con cierto desagrado al mirarse al espejo por la mañana poco después de levantarse (cómo, es otra historia). Y a continuación añadió un tanto ufano “en cualquier caso, poco importa: me compraré una nueva”. Lección de optimismo delirante.

Me he caído por la escalera aparatosamente, y ya en el suelo del piso de abajo puedo comprobar que me he roto una pierna, de la que llego incluso a percibir hueso en las proximidades de la rodilla. Y si mi vista no me engaña, no se trata del de un homínido como creía ser hasta la fecha, sino del de un cuadrúpedo de la sabana africana. Cebra o ñu, no importa. He cambiado de especie y eso me basta. Lección de optimismo metamórfico.

No tengo ojos, eso es evidente porque no veo nada y sobre mí se cierne una oscuridad amenazante. Pero a continuación pienso que no he podido ser yo quien me los haya arrancado, puesto que no tengo brazos, ni por lo tanto las manos y los dedos adecuados para tal labor. “Quizás solo estoy ciego” me digo para mis adentros. Lección de optimismo patológico.

“¡No puedo soportarlo,  no puedo soportarlo!”…siempre que le veo (o lo veo) está comiendo, cenando o desayunando. O incluso merendando. En cualquier caso ingiriendo cualquier comestible que le asegure la supervivencia. Pero jamás le veo leyendo un libro o escuchando música. Él solo cree en sus células y su capacidad para replicarse indefinidamente. Está todavía muy alejado del concepto de “meme” acuñado por Richard Dawkins como la unidad mental informativa que nos habilita, entre otras cosas, para tocar el piano o escribir un libro, por mal que lo hagamos.

La calle está asfaltada. Es cierto. Y a ambos lados de la misma transcurren dos aceras. Es cierto. Pero en mi opinión no es suficiente. Faltan árboles que la den sombra a mediodía. Y señales, pasos de cebra y semáforos que hagan posible el tráfico rodado y el libre tránsito de peatones. Hagan el favor, que esto no es la selva. 

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