Las seis de la mañana por estas latitudes es, según mi
experiencia, la hora ideal para tratar de hallar sentido al concepto de
cualquier concepto. A esa hora, al menos en mi caso, se aguzan todas las neuronas
de mi cerebro prefrontal aptas para conducirme a tal hallazgo. Aunque posiblemente el asunto carece del
misterio con que trato de investirlo, y sea solo una característica de la
proximidad del sol naciente a la línea del horizonte. A esa hora temprana
siempre quiso Japón hacerse presente y los samurais ya ciñen sus espadas. Y en
el Antiguo Egipto, la barca de Osiris abandonaba las tinieblas de la noche
arrastrando consigo la incorruptible luz del día.
El concepto de la palabra “pedrusco” remite naturalmente al de la
piedra, una vez desprovisto de cualquier atisbo de belleza. Quizás sea esto
así, como por otro lado es comprendido por el común de los mortales, muy
alejado del de “ópalo” o “canto rodado”, pero se desatienden ciertos matices
que pueden dotar al concepto que nos ocupa de una belleza inesperada.
Recuérdese que el diamante más grande jamás encontrado, de una belleza
sobrecogedora, es poco más que un pedrusco llamado Ko-i noor, de todos
conocido. Y que, contemplados desde el vacío interplanetario o interestelar, el
cinturón de asteroides, el cinturón de Kuiper y la nube de Oort, de una belleza
inigualable, no dejan de ser gigantescas aglomeraciones de pedruscos en los
espacios siderales. Y que incluso algunos de ellos cruzan el firmamento con la
estupefaciente belleza de los cometas.
Existen conceptos tan sutiles que reúnen en sí mismos todas las
cualidades de los materiales más nobles. La ductilidad y maleabilidad de
ciertos metales dotan a algunos de la facultad de transformarse en nuestras manos,
y con más propiedad en la forja del herrero, de convertirse en los objetos más
bellos de la creación. Llamando creación, por cierto, al mero hecho de estar
aquí y estar vivos para poder apreciarlo, y suscitar en nuestros cerebros la
capacidad de asombro de los amaneceres y las bellísimas vasijas griegas
encontradas después e siglos en las profundidades del Mare Nostrum.
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