Estoy ilusionado
con la tarea de ser hombre. Con la misma
ilusión, supongo, que a un león le hace ser lo que es. La misma devoción.
Aunque pensándolo mejor, tengo la impresión de que ese animal es un león en la
medida en que, precisamente, lo es sin saberlo. Su desconocimiento le hace ser
un león tanto más en cuanto que es ajeno a tal hecho. En cualquier caso, y
volviendo a los seres humanos, que es lo que me atañe, no tengo claro en qué
consiste. Según lo expuesto, querer saber tal cosa podría hacer que uno lo sea
en menor medida. En tal caso, ser hombre consistiría en serlo sin ser
consciente de ello, y no preguntarse jamás por su naturaleza, aunque debo
reconocer que tal conclusión no me deja del todo satisfecho.
¿Serán quizás
mis rutinas las que verdaderamente me constituyen, y hacen de mí el hombre que
soy? ¿O, más apropiadamente, será mi biografía, mi historia familiar o la
cultura en la que vivo inmerso, las que definan mi autentica identidad? Es
posible que tales cosas lo sean en alguna medida, pero tengo la sensación de
que falta algo más consustancial con mi propio ser, y que las características a
las que acabo de aludir son solo algunos rasgos del mismo, pero de ninguna
manera su esencia.
Finalmente, sin
embargo, recordando a Descartes, creo atisbar lo que puede aproximarse a la
solución de mi búsqueda. Su cogito (pienso, luego existo) le dio la respuesta a
su duda sobre la propia existencia, pero no aclaró en qué consistía esta, y qué
era lo que la hacía única. En mi opinión, llegados aquí, se hace evidente que
lo que nos hace singulares en cuanto humanos, no es la certeza de nuestra
existencia sino, precisamente, la duda sobre lo que esta significa. El hombre
lo es en la medida que se interroga y trata de saber. “Dudo, luego soy humano”,
sería la respuesta. El hombre es el animal que duda. Los otros no parecen
hacerlo, y se atienen sin dobleces a lo que la naturaleza les ha indicado. Son
y están ahí sin ninguna capacidad para replantearse la esencia de su
existencia.
P.S. Soy
consciente de que quienes tengan un animal de compañía y lo miren a los ojos
con detenimiento, pondrán en entredicho las limitaciones que yo les atribuyo
más arriba. Para su tranquilidad, y vista su empatía con los mismos, debo
confesar que lo mismo me sucede a mí en algunas ocasiones cuando los fines de
semana salgo al campo y percibo la melancolía en la mirada de una vaca o un
noble bruto. ¿No se desprende de ella la tristeza de una duda inexpresada?
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