Querido amigo,
después de tanto tiempo, me decido a escribirte para que tengas noticias mías
de primera mano. A pesar de mis extrañas circunstancias actuales, espero que te
sirva para hacerte una idea. En cuanto pueda (no es evidente), a esta seguirán
otras. En todo caso, no sabes cuanto me alegraría saber algo de vos. Te mandaré
mi dirección en cuanto tenga un domicilio fijo.
Vivo en el
páramo, una superficie inmensa de tierra llana al sur de la Pampa, casi en la
Patagonia. Me retiré a este lugar cuando me harté de hacer el boludo en Buenos
Aires bailando tangos y persiguiendo a las minas. Sea como fuere, aquí la vida
hasta ayer ha sido una delicia. Frío y mucha soledad, eso es cierto, pero al final
uno debe elegir lo que menos le rompa las pelotas, y por más extraño que
parezca, esa fue mi decisión y estoy contento. Ayer, sin embargo, tuve un
incidente desagradable que hace que tenga que replantearme de nuevo mi futuro.
Estaba dormido, cuando me desperté alertado por un sofoco que no es normal en
esta región del mundo, y menos a las tres de la mañana. Enseguida pude
comprobar que mi casa, la que yo mismo construí con mis propias manos, estaba
ardiendo por los cuatro costados. No tuve tiempo de pensar qué había sucedido,
porque mi propia habitación también ardía, y no siendo un espíritu puro, me
dije que más valía darse prisa (lo que, por extraño que parezca, me hizo pensar
por qué en algunos textos sagrados lo representan como una llama o una zarza
ardiendo). En cualquier caso, me
incorporé de un salto, me puse un saco y unos pantalones que tenía a mano, y
traté de salir por la ventana. El problema inmediato fue que el páramo estaba
asimismo en llamas. El incendio, al parecer, era general. Quien sabe si
cósmico. Dadas, pues, las circunstancias, volví a la cama ante la certeza de
que los bomberos a cientos de kilómetros del lugar no serían una solución. Me
tumbé con cierta parsimonia, y con una calma sorprendente me dispuse a vivir
los últimos instantes de mi vida, que de esa manera parecía concluir con una
tragedia inesperada, pero con un lirismo digno de las mejores composiciones de
Mahler, por poner un ejemplo, al que los que los que prefieren la épica y el
heroísmo, podrían sustituir por Wagner y sus valkirias. No sé lo que pasó
después ni por qué estoy aquí, suponiendo que esté en alguna parte. Creo que en
aquel trance evoqué vagamente una novela de Juan Rulfo muy adecuada para la
ocasión. Se llama “El llano en llamas”, y me prometí releerla poco más
adelante, y si la suerte me acompañaba, también revisaría “Pedro Páramo”, la
triste historia de un tipo que buscaba a su padre por motivos que no vienen al
caso, y que se lo encontró ya muerto.
En la peor situación imaginable, y como último
pensamiento, me acordé de los buenos momentos que llegué a disfrutar en
compañía de los míos, en alguna de las parrilladas de los fines de semana, en
las que el plato sobresaliente era el churrasco, lo que finalmente me hizo
pasar al otro lado del espejo con algo parecido a una sonrisa.
Un fuerte abrazo esperando verte pronto.
Tu amigo Néstor.
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