La verdad, sin
embargo, es que lo que acabo de decir no es exactamente cierto, porque el nuevo
coche está dotado de un sistema de alerta radar, mediante el cual estos son
identificados antes de “que acontezcan” (valga el giro literario/pedante, pero
me pete). Dije al principio que el coche nuevo era igual al anterior, pero lo
cierto es que este está dotado de algunas novedades. Cabe en cualquier caso
recordar la diferencia entre igualdad e identidad, tema sobre el que habría
mucho que cortar, y que ya se nos dejaba caer cuando éramos unos críos a
principio del bachillerato, sin considerar que las perversiones de ese estilo
deberían dejarse para el Marqués de Sade, bastante más tarde. Comoquiera que
sea, lo cierto es que mi velocidad punta en la meseta castellana se aproximó a
la de las Ducati del campeonato ese de motos, que nos atormenta cada dos por
tres en temporada alta. Quizás fue debido a eso por lo que ya en las cercanías
de Cantabria, y por tanto de Reinosa y el nacimiento del río Ebro en Fontibre,
tuve una recidiva fenomenológica, con ciertas variantes que paso a describir.
Se trataba de que después de una curva pronunciada para ser la carretera una
autopista, creí ver una luz muy grande y cegadora que casi me produjo los
efectos que a San Pablo camino de Damasco. No me caí del caballo ni salí disparado del automóvil, pero supe
que (al menos momentáneamente) mi vida había cambiado. Sucedió que a partir de
ese momento, y con independencia de la carretera siguiera siendo igual a sí
misma (y solo eso), empezaron a desfilar por mi cabeza una serie de imágenes
que me mantuvieron un buen cuarto de hora en la perplejidad. Eran imágenes, sin
embargo de gente conocida, personas próximas, incluso íntimas, que se me
aparecían como fogonazos intermitentes en forma de fotografías de estudio para
carnet de identidad, y algunas de fotomatón. Su calidad oscilaba, pasando de
muy alta a lamentable. En las primeras las personas en cuestión parecían sonreír
y en algunas incluso me hacían confidencias en plan muy personal, que no debo
transmitir aquí. En las otras, sin embargo, no parecían nada satisfechas y sus
miradas apuntaban un hilo de rencor, que yo achaqué para no inquietarme a la
mala calidad de su soporte, algo que, si se piensa, resulta bastante comprensible.
A nadie le gusta que pudiendo ir de príncipe de Gales le vistan de trapillo (no
es mi caso, que conste). TINUARÁ
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