jueves, 1 de enero de 2015

RADARES DOS

La verdad, sin embargo, es que lo que acabo de decir no es exactamente cierto, porque el nuevo coche está dotado de un sistema de alerta radar, mediante el cual estos son identificados antes de “que acontezcan” (valga el giro literario/pedante, pero me pete). Dije al principio que el coche nuevo era igual al anterior, pero lo cierto es que este está dotado de algunas novedades. Cabe en cualquier caso recordar la diferencia entre igualdad e identidad, tema sobre el que habría mucho que cortar, y que ya se nos dejaba caer cuando éramos unos críos a principio del bachillerato, sin considerar que las perversiones de ese estilo deberían dejarse para el Marqués de Sade, bastante más tarde. Comoquiera que sea, lo cierto es que mi velocidad punta en la meseta castellana se aproximó a la de las Ducati del campeonato ese de motos, que nos atormenta cada dos por tres en temporada alta. Quizás fue debido a eso por lo que ya en las cercanías de Cantabria, y por tanto de Reinosa y el nacimiento del río Ebro en Fontibre, tuve una recidiva fenomenológica, con ciertas variantes que paso a describir. Se trataba de que después de una curva pronunciada para ser la carretera una autopista, creí ver una luz muy grande y cegadora que casi me produjo los efectos que a San Pablo camino de Damasco. No me caí del caballo  ni salí disparado del automóvil, pero supe que (al menos momentáneamente) mi vida había cambiado. Sucedió que a partir de ese momento, y con independencia de la carretera siguiera siendo igual a sí misma (y solo eso), empezaron a desfilar por mi cabeza una serie de imágenes que me mantuvieron un buen cuarto de hora en la perplejidad. Eran imágenes, sin embargo de gente conocida, personas próximas, incluso íntimas, que se me aparecían como fogonazos intermitentes en forma de fotografías de estudio para carnet de identidad, y algunas de fotomatón. Su calidad oscilaba, pasando de muy alta a lamentable. En las primeras las personas en cuestión parecían sonreír y en algunas incluso me hacían confidencias en plan muy personal, que no debo transmitir aquí. En las otras, sin embargo, no parecían nada satisfechas y sus miradas apuntaban un hilo de rencor, que yo achaqué para no inquietarme a la mala calidad de su soporte, algo que, si se piensa, resulta bastante comprensible. A nadie le gusta que pudiendo ir de príncipe de Gales le vistan de trapillo (no es mi caso, que conste). TINUARÁ

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