jueves, 1 de enero de 2015

RADARES TRES

Esta sensación alucinatoria, sin embargo, no duró demasiado tiempo, y pronto pude ponerme manos a la obra, en la consideración de otros pormenores del recorrido. Según descendíamos hacia la costa (el coche y yo) eche en falta la presencia de ganado en las lomas y colinas circundantes, cada vez más frecuentes. En otra época el asunto era diferente, posiblemente porque la democracia había traído a estos seres la libertad de voto y muchos habían optado por quedarse en la cuadra cuando la temperatura exterior roza los cero grados (no voy a borrar esta vergüenza de chiste: lo asumo). La nieve sin embargo empezaba a escasear, y la conducción, perdiendo cierto toque romántico, se hizo más amena y divertida. El mundo se empezaba a mostrar en su enorme variedad, haciéndome pensar en la extraordinaria imaginación del Creador capaz de inventar tal batiburrillo de entidades diferentes (que no de entes), aunque si debo decir toda la verdad, la proliferación del verde me decepcionaba un tanto a pesar de comprender la importancia de la función clorofílica en las plantas y la presencia continuada de agua en estos lugares. Madrid en aquellos momentos se me antojó mentira, una ensoñación que me había facilitado la vida durante los últimos cuarenta de la mía, pero me sentí de repente invadido por una ola de escepticismo digna del obispo Berkeley, según el cual “esse est percipi”.  Lo que veía se adecuaba mucho más a la teoría de la evolución, aunque también había que echarle imaginación, y una buena cantidad de millones de años para que aquello fuera posible. Tuve aquí un recuerdo emocionado para el monje Mendel, sin el cual Darwin se hubiera quedado bastante cojo, si  la cojera admite niveles. Quizás por ello sería mejor decir que se hubiera quedado en silla de ruedas, algo más dramático pero más estético y cómodo ahora que andan con motor auxiliar. Ya cerca de mi destino, un lugar situada en la hondonada de un feraz valle, como decían los libros de texto del régimen anterior, cuyo nombre no mencionaré por un antojo momentáneo, me di cuenta que de un tiempo a esta parte, independientemente de ciertas consideraciones filosóficas de libro divulgativo, solo era capaz de decir sandeces, como si la vida fuese una astracanada un vodevil permanente, algo que sin embargo no se atenía en absoluto a la realidad. La mía, I mean. Afortunadamente en la guantera del coche llevaba un cuchillo para emergencias que podía darme la posibilidad de abrirme las venas en cualquier instante, o como mal menor hacerme unas incisiones en la cara y dejar que el tiempo la dotara de cierta mueca acanallada colmada de cicatrices, que a mi parecer, es lo que me correspondía. Con estos pensamientos no tan joviales llegué a mi destino, donde mi hermano Vladimir me esperaba con la ilusión de compartir un fin de fiesta desprovisto de serpentinas y alharacas. Ninguno de los dos somos gregarios, y estamos de acuerdo en esperar unos meses a la finalización del año chino. Después de todo Confuncio no hablaba de Dios, pero sí del Cielo, por lo que nuestro tránsito a Oriente se hallaba desprovisto de cualquier dramatismo. TINUARÁ

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