domingo, 31 de agosto de 2014

LLANTOS

Mañana salen mis padres hacia Estados Unidos. Siento como si de esta manera fallecieran, y que, por lo tanto, debo en adelante hacerme cargo de mí mismo y afrontar lo que me quede de vida en soledad. Estoy solo y tengo que organizarme a partir de ahora como un yo-huérfano, sin poder tenerlos a ellos como responsables a quienes culpar periódicamente de mi desgracia.

Ayer mi amigo Felipe, el psicólogo y grafólogo, me dice que en su opinión mi escritura delata un carácter muy infantil, detenido apenas en la frontera de la pubertad. Además, se me percibe como profundamente egoísta, en el sentido de que los demás me tienen sin cuidado. En resumen me viene a decir que no tengo buenos sentimientos, o como se diría en un lenguaje más infantil, que es lo que me corresponde, que no soy bueno aunque quiera aparentarlo. Y que, en ese sentido, de nada me sirvió en su día pertenecer a las juventudes de Acción Católica y el Movimiento Nacional.

Desde ayer me doy cuenta que mi depresión es en el fondo una manera de no evolucionar. Con ella prolongo mi aislamiento y falta de comunicación, y lo justifico atándome al pasado y eludiendo de tal manera mi responsabilidad. De tal manera me desimplico y culpo a otros de mis dificultades, negándome de tal manera a crecer y hacerme adulto. Mi negación a moverme tanto física como psíquicamente, que yo justifico por mis síntomas, es una forma muy elaborada de mi psiquismo para culpar al mundo de todo cuanto me acontece.

Hablo con Raquel de mi situación,  y trato de disculparme por mi falta de dedicación tanto con ella como con los niños. Le digo, no obstante, tratando de justificarme, que no tuve en mi padre una figura ejemplar a quien imitar, motivo por el cual tuve que inventarme a otros idealizados, y por lo tanto, irreales e hiper virilizados, de acuerdo con los patrones en vigor en aquellos días, especialmente Gary Cooper y Kirk Douglas.


Doy las gracias muy agradecido a mi terapeuta. Es una mujer que me ha hecho ver a través de mis sueños que soy una persona que ha rechazado totalmente sus sentimientos, al identificarlos con una feminidad que interpreto como la posibilidad de ser absolutamente marica. “Los hombres también lloran”, me dice al verme llorar a mí, aunque después de un cuarto de hora añade un tanto irritada: “aunque tampoco es cuestión de ponerse como una Magdalena”.

sábado, 30 de agosto de 2014

TIJERAS

Estoy con mi cuñado en unos grandes almacenes. Ha llegado el verano y quiere comprarse unas camisas de manga corta, pero me dice que no es capaz de ello si antes no me corto el pelo. Aunque no entiendo la razón de fondo porque no veo la relación, estoy de acuerdo con él, y me doy prisa para hacerlo en una peluquería de las inmediaciones. Al verme volver ya rapado, percibo su alegría aunque no lo manifiesta externamente, y casi de inmediato se compra al azar varias camisetas deportivas sin mangas, que dejan totalmente al descubierto sus axilas, mostrando una pilosidad que hubiera necesitado unas tijeras mucho más que mi cabeza.

Se celebra una ceremonia religioso militar, que ya en sus prolegómenos es seguida con atención, e incluso entusiasmo, por un colectivo afín a ambas instituciones. Cuando el acto va a comenzar, se organiza un pequeño revuelo, pues lo oficiantes no tienen claro el papel que cada uno de ellos debe representar. El que supuestamente iba a hacer de cura, duda poco antes de ponerse la casulla, y reclama el uniforme del otro. Este, a su vez, duda, pero no se deja a hacer cuando el supuestamente religioso trata de quitarle la gorra y la guerrera con las estrellas de coronel. Ante tal situación, dos individuos, al parecer muy motivados por la inquietud de la concurrencia, salen de trapillo de entre los espectadores, y mientras uno reza con devoción, el otro manda firmes con una voz enérgica que no deja lugar a las vacilaciones.


En Urgencias, el traumatólogo, un antiguo conocido, me manda de inmediato unas radiografías. Dada nuestra amistad, él mismo me acompaña a Rayos X, pues según dice tiene un interés personal y casi morboso en mi caso. Al entrar en la sala, trastabillo y casi me caigo por un desnivel del suelo no advertido. El médico se enfada conmigo y me grita reprochándome la falta de atención “pues el Estado no puede gastarse lo que no tiene con pacientes tan insignificantes”, ante lo cual reacciono con la energía que se espera de un varón ya entrado en años pero con una autoestima suficiente, y le digo que la radiografía se la va a hacer su señora madre que, por cierto, en paz descanse.

MALESTARES

-El psiquiatra me dice que sentir un malestar general sin más detalles no es un síntoma, y que si quiero que me ayude deberé ser más preciso. Al oírle siento una ira intensa que no puedo controlar, le agarro del cuello y le zarandeo, aunque enseguida le suelto, diciéndole a continuación “esto es lo más específico que puede decirle: padezco de arrebatos”. El psiquiatra se levanta resoplando y grita con todas sus fuerzas “¡Hijo de puta. Seguridad, Seguridad!”

-Se conocieron en una ciudad cosmopolita del norte de África, que ya es decir, aunque era otra época y tampoco hay que pensar demasiado para saber de cual hablamos. Él confesó que Dora enseguida le gustó porque era feílla, pequeñita y pizpireta, su modelo de mujer ideal. Por su parte, ella acabó diciendo que lo que más le gustaba de Román es que se tratara de un verdadero animal, gordo, feo y mal educado, poco que ver con lo que se conoce con el nombre genérico de persona. El flechazo entre los dos, sin embargo, fue inmediato, quizás debido a las características reseñadas o al calor tórrido de aquella época del año. Desde entonces no se separan ni un instante, por lo que debemos inclinarnos por la primera de ambas opciones, considerando que viven en Barcelona y ya han pasado muchos inviernos.

-La característica del matrimonio es que siempre van juntos, incluso para los asuntos más nimios, o aquellos en los que uno de los dos sobra o incluso estorba. Al parecer no lo pueden remediar, pues cuando uno de ellos debe estar solo por causa de fuerza mayor, el otro siente como si verdaderamente le hubieran amputado un trozo de sí mismo. Son famosos sus paseos de la mano y sus visitas al médico de la misma guisa, incluso cuando uno de ellos tiene que hacerse determinadas pruebas. Un día llegaron a confesarme con el ruego de que no se lo dijera a nadie, que también utilizan los servicios juntos, hasta el punto que suelen tener ganas de ello al mismo tiempo, lo que les supone un verdadero problema cuando no están en casa. E incluso en ella por razones obvias.


-Salgo de casa y ya bajando en el ascensor recuerdo que he olvidado algo. Vuelvo a subir y una vez adentro no recuerdo de qué se trata. Dudo unos instantes y me siento en el sofá del salón esperando acordarme. Casi al instante recuerdo que era  y cojo el pasillo, pero a los tres pasos lo he vuelto a olvidar. Me detengo y espero. Casi de inmediato recuerdo que la cosa estaba en mi cuarto. Finalmente entro y me siento en la cama. Pero obviamente no se trataba de nada que tuviera que ver con ella. Quizás en la mesilla de noche, en el armario o la cómoda. Pero no me acuerdo, desisto, vuelvo al salón y me siento de nuevo. No lo entiendo, era algo importante y debe seguir siéndolo, aunque si no lo recuerdo quizás no lo era tanto. Voy hacia la puerta y me detengo en el umbral, reflexionando. Es inútil y cojo de nuevo el ascensor donde me encuentro con Josefina que baja del octavo y enseguida me dice que le gustan mis zapatos. Miro hacia abajo y veo los dedos de mis pies. En la planta baja Josefina se despide de mí riéndose. “Eso nos pasa a todos”, dice. Vuelvo a subir

jueves, 28 de agosto de 2014

MÁQUINAS

La máquina aleatoria era esperada en la ciudad con una mezcla de entusiasmo y escepticismo, si tal cosa es posible. En cualquier caso, la gente considerada como ecuánime y responsable, no era indiferente a su llegada y, como mínimo, podría decirse que la esperaban con interés. Venía precedida por una fama un tanto dudosa, y si había quienes la ponderaban como algo extraordinario que podía cambiar muchas vidas para bien, existían otros que insistían en el peligro que suponía el hecho de sufrir una transformación sobre la que nadie tenía el control absoluto. En general, hasta ese momento, venía siendo usada en otros lugares por personas que, después de todo, no tenían demasiado que perder, pues su aspecto ya dejaba bastante que desear. Por ejemplo, los enanos o las mujeres sin demasiada gracia eran los primeros en apuntarse, pues suponían que el resultado de su transformación no podía ser peor de lo que ya les había tocado en origen. Añádanse a estos los que tenían defectos congénitos evidentes, los de cabeza voluminosa o una estatura desmedida, o los cheposos y los paticortos, y todo los que se le ocurran, pues es más que posible que entre su familia y sus vecinos, alguno especial se le venga a la cabeza. Sin descartarle a usted mismo, claro está.
Hay que tener en cuenta que ese artefacto no respondía enteramente a su nombre, es decir, que su aleatoriedad no era total, de tal manera que, a su entrada, el interesado podía indicar en un teclado a tal efecto, algunos aspectos de si mismo que quería que permanecieran invariables. Por ejemplo, quien valoraba el color de sus ojos, o quien valoraba mucho su pelo o sus dientes, por decir algo, entendiendo la máquina que todo aquello no mencionado, estaba sujeto a su antojo y podía proceder como le viniera en gana. La tendencia general del aparato era, al parecer, mejorar el aspecto de quien la utilizaba, aunque se dieron casos desgraciados que son los que echaban para atrás a mucha gente. Los científicos responsables de su construcción y manejo no daban demasiados datos técnicos, y las autoridades competentes tras unos primeros momentos en los que dudaron en darle el visto bueno, finalmente optaron por hacerlo, dada la satisfacción de no pocos usuarios, y considerando que, después de todo, en los casos negativos, la responsabilidad era de quien libremente se decidió a utilizarla. No obstante, ciertas organizaciones feministas, los verdes, los naturistas y algunos partidos de izquierda minoritarios protestaron ruidosamente, alegando que debía respetarse a la naturaleza, algo que como es lógico irritó sobremanera  a los profesionales de las clínicas de estética, a los peluqueros y a los fabricantes de postizos en general.
Los médicos, sin embargo, no alegaron nada en contra, pues lo que estaba claro desde un principio es que la máquina solo actuaba en el exterior del cuerpo, por lo que las curaciones milagrosas o los tratamientos alternativos de enfermedades graves estaban descartados. Únicamente al parecer podían mejorar algunas afecciones cutáneas como el acné y el eczema benigno, lo que produjo algunas protestas de los dermatólogos, aunque verdaderamente mínimas, pues lo cierto es que tales incordios no tenían solución en su especialidad desde hacía décadas, algo que también podía decirse de los acúfenos, por lo que los otorrinos tampoco protestaron.
Se podría finalmente decir que la máquina operaba por “tendencias”, en el sentido de minimizar lo negativo y optimizar lo positivo si tal cosa era viable. Había quien afirmaba que la máquina tenía asimilado el modelo de belleza griego, y que cuando actuaba trataba de acercarse a él todo cuanto le era posible de acuerdo con sus características, respecto a las cuales, como ya se dijo, sus técnicos mantenían un silencio absoluto. Se suponía por lo tanto que el artefacto intentaba acercarse al canon de belleza de las esculturas de Fidias y Praxíteles, y a buena parte de los pintores de Renacimiento, especialmente Botticelli, descartando totalmente ciertas tendencias contemporáneas amantes del feísmo patente en los cuadros de Lucien Freud, Francis Bacon y Antonio Saura, por poner algunos ejemplos ( y no pocos de Egon Schiele)

 Finalmente la instalación de la máquina en mi ciudad se hizo (de noche y sin previo aviso) en un descampado de las afueras de la ciudad, que hacía solo unos días había sido desalojado por el Circo Americano, algo que los más agoreros tomaron como un mal indicio, pues de todos es sabido que los números más aplaudidos suelen ser los de los trapecistas,  con el permanente peligro del batacazo, y sobre todo, los payasos, que cuando actúan bien, lo que suelen causar es la risa, algo que los posibles usuarios no quisieran para sí mismos en ningún caso.
Por mi parte puedo decir que aún me encuentro indeciso. Mi problema no es grave, teniendo en cuenta que lo padezco desde que era niño. Se trata de una malformación en una de mis piernas que es más corta que la otra por un asunto de falta de asimilación del calcio. Desde adolescente empleo alzas o tripe suela en el zapato en la mancornada, pero aún así se nota y cojeo por más que pongo empeño en evitarlo. Tengo mis dudas, sobre todo a equivocarme por los nervios cuando teclee los parámetros de longitud que quiero corregir, y haga al contrario de lo debido y la cosa empeore. Por otro lado, existe la posibilidad, aunque remota, de que la máquina (no olvidemos que se llama aleatoria), se equivoque ella misma con el mismo resultado. Como va a estar aquí cierto tiempo, permaneceré atento a los resultados los primeros días, pues quisiera evitar la silla de ruedas. Quizás no obedezca al mero azar el hecho que apenas a dos minutos del lugar, exista una tienda de prótesis médicas de todo tipo, donde de una manera un tanto sorprendente, se anuncia la puesta en marcha de la máquina a la vuelta de la esquina.


COBERTURAS

1)     Hablo con C por teléfono. Me dice que no es el momento adecuado porque está en el baño.  Le digo que a mí no me importa. Se oye el ruido del agua y unos jadeos que no se corresponden con las funciones habituales en aquel lugar. Ella habla de forma entrecortada y dice sí, sí continuamente, aunque yo no le pregunte nada. No debe oírme o su teléfono debe estar fuera de cobertura, porque al poco rato se corta y me es imposible conectar de nuevo.
2)     X y yo asistimos a clase de manualidades. Intentamos hacer una vasija de barro, pero se nos desmorona continuamente, y ni siquiera podemos meterla a cocer en el horno. Abandonos la tarea y nos dedicamos a hacer pajaritas de papel, fabricando veinte en menos de diez minutos. El profesor se acerca y nos dice que ese no es el tema y que deberíamos ceñirnos a él: algo falla en los elementos que empleamos para hacer la vasija. En un instante, sin embargo, las veinte pajaritas echan a volar y el profesor aplaude entusiasmado, sin considerar que al instante los pájaros milagrosos tienen sus necesidades y ponen todo perdido.
3)     Voy a visitar a H que vive al otro lado de un puente de madera muy estrecho. Mi coche pasa justo, pero a la mitad se atranca. Me bajo y observo la situación. No me parece tan grave, vuelvo a subir y me digo que ese puente “lo paso por cojones” (sic). Arranco en primera y piso a fondo el acelerador. El puente se cae, y el coche y yo con él al mismo tiempo. En el trayecto hasta el río me da tiempo a pensar que si fuera, por ejemplo, una paloma, el asunto no tendría mayor trascendencia.
4)     Dos mujeres jóvenes y muy guapas me abordan por la calle a dormir en su casa sin intercambiar demasiadas impresiones. Al llegar me invitan a un poleo de menta y enseguida nos vamos los tres a su habitación.  Una vez allí y me piden que me desnude añadiendo “te vas a enterar”, y apagan la luz. Cuando espero expectante a que ellas lo hagan, oigo que se van y cierran la puerta con llave por afuera. Como no sucede nada más, acabo tumbándome en la cama, hasta que me duermo a pesar de la emoción del momento. A media noche se vuelve a abrir la puerta, me despierto y puedo verlas con un tipo enorme al que llaman Urug, que dirigiéndose a mí me dice que nunca debería fiarme de las apariencias. Luego se acerca a la cama y se desprende del taparrabos.
5)     Sentada en una terraza de un café del Barrio latino de París, una mujer aún joven me aborda y se sienta a mi lado sin más preámbulos.  Me habla de inmediato de su incapacidad para ser feliz, a pesar de tener un marido maravilloso y cuatro hijos de corta edad a los que quiere con locura. Insiste en que no es feliz porque no sabe exactamente lo que le falta, y se siente mal y culpable porque no deja de ser una privilegiada. Le digo que debiera hacerse monja de clausura y renunciar a las cosas de este mundo. Como movida por un resorte se levanta súbitamente, y con lágrimas en los ojos me da las gracias y me dice que ya es feliz y que Bernard sabrá cuidar de los niños. Luego se aleja.
6)     X no para de hacer operaciones aritméticas, encerrado en su cuarto. No come y casi no bebe. Sumas, restas, multiplicaciones, divisiones, raíces cuadradas, etc… ocupan todo su tiempo. No emplea calculadora. Trato de establecer contacto con él, pero solo me responde con papeles, en los que previamente ha garabateado cualquiera de las operaciones antes mencionadas como respuesta. Cuando ya dispuesto a que acabe la pantomima entro en la habitación con un cuchillo en la mano, me dice algo que me enternece “perdona, papá: sufro un delirio matemático”. Luego nos abrazamos.



BICICLETAS

1)     Entro en una tienda de bicicletas. Me acompaña una chica joven que acabo de encontrar en el exterior, y con la que he congeniado casi de inmediato dada nuestra afición a tales artefactos. Nos atiende un tipo de mediana edad un tanto desaliñado, que parece poco adecuado como vendedor por su aspecto y atuendo, pues la tienda es totalmente nueva y el ambiente impecable. A pesar de ello, le preguntamos si tienen bicicletas que se adapten a nuestra capacidad de  meros aficionados. Nos enseña algunos modelos muy elegantes pero a nuestro parecer, son unas bicicletas demasiado estrechas y con las llantas muy finas, más bien adecuadas para profesionales. Le preguntamos si no tiene otras diferentes, y nos dice que esperemos que en el sótano siempre quedan algunas. Al rato sale en compañía de un tipo grande y barbudo, que sin intercambiar una sola palabra tiene una relación erótica completa con la chica, que no parece protestar. Luego, ante mi asombro, se dirige a mí y me dice que en ocasiones no se debe ser demasiado exigente si no se quiere que ocurran cosas como la que ha sucedido. Y añade para terminar “aunque como habrá visto, no todo el mundo aquí se va de vacío”. Luego los tres bajan juntos al sótano. La chica parece haber perdido todo el interés en mi persona.

2)     Subo a un edificio muy alto con un individuo muy delgado y con mal aspecto, parece enfermo. En la azotea nos asomamos a la calle treinta pisos más abajo, y contemplamos el panorama con cara de satisfacción, como si el hecho de haber subido a pie nos hubiera compensado. Al parecer en esos momentos nos sentimos profundamente hermanados. Inopinadamente, después de echarme una mirada retadora que no encaja con la situación anterior, el tipo se lanza al vacío después de confesarme que era la última oportunidad para demostrar que él era Superman. Para mi asombro, al poco de caer despliega una capa roja como en la película y se pone a volar con gran maestría. Da varias pasadas rasantes por un parque de las cercanías, donde la gente parece aplaudir. Finalmente tras algunas acrobacias, vuelve a aterrizar en la azotea, pliega el traje de vuelo y se pone a hablar de nuevo como si tal cosa. Me dice que ha sido una experiencia placentera, aunque existen algunos aspectos que debe mejorar. Antes de despedirse me dice que si vuelvo la próxima semana, el mismo día a la misma hora tiene pensado interpretar a otro personaje, aunque aún no sabe si será Batman o Spiderman. A continuación se despide y comienza a bajar las escaleras con ciertas dificultades. Le sigo.

martes, 26 de agosto de 2014

POSTURAS

De una forma impensada y de la noche a la mañana, me consideré exclusivamente un cuerpo. Se me hizo evidente que cualquier otra valoración de mí mismo era una locura. Era un trozo de carne y huesos, y poco  más, algo que si al principio me inquietó y comenzó a angustiarme, al poco rato me tranquilizó, pues me dotaba de una independencia que para sí quisieran los robots más sofisticados. Satisfecho por lo tanto de mi nueva naturaleza procedí en todas ocasiones con una libertad impensada. Si estaba sentado, por ejemplo, ensayaba nuevas posiciones dando a mi tronco diferentes ángulos respecto a mi punto de apoyo, digamos una silla o un sofá. Erguía mi cuerpo sobre el respaldo o lo dejaba resbalar y observaba que en función de ello, mis piernas adoptaban a su gusto otras geometrías para hacer mi situación más confortable. En algunas situaciones, sin embargo, adoptaba posiciones forzadas y encogía o estiraba las mismas a mi antojo formando figuras un tanto surrealistas que no se adaptaban a lo que sería lógico para mi equilibrio, pudiendo parecer ridículo. En la cama sucedía otro tanto. En ocasiones permanecía de espaldas mirando al techo y a continuación giraba en uno u otro sentido y me ponía de lado. A partir de ese momento la panoplia de posibilidades aumentaba exponencialmente, pudiendo para ello meter en juego a mi cabeza, tronco y extremidades, dibujando perfiles de lo más variopintos. Tenía no obstante posturas preferidas, por ejemplo con las piernas muy separadas dobladas por las rodillas al tiempo que levantaba los brazos hasta tocar el cabecero de la cama. La posición de la cabeza admitía asimismo diversos ángulos doblada por el cuello, normalmente hacia adelante para no perjudicar a mis vértebras cervicales.
Es extraordinaria la capacidad de este cuerpo para adoptar posturas sin ningún sentido, o mejor sin ninguna finalidad, aunque es cierto que no se puede ir contra las leyes naturales más que hasta cierto punto. Esta es la servidumbre de ser solo un cuerpo, que debe aceptar la inevitabilidad de las leyes fundamentales de la física.
El mero hecho de andar también me proporcionaba muchas posibilidades (y satisfacciones), incluso muchas más que en posición sedente, pues el cuerpo en movimiento es capaz de una gama casi infinita de variaciones.  Los cuerpos, como sabe, andan normalmente de la manera que en principio son forzados por la propia anatomía, y siempre en el sentido que parezca convenirles. Es decir hacia adelante y doblando las rodillas, pero también pueden hacerlo hacia atrás,  de lado o en diagonal, aunque estas no puedan doblarse en otro sentido, por mor de una imposibilidad biomecánica debido a su estructura.
 Pasado ya un tiempo desde el acontecimiento referido al principio, y pertrechado, pues, por esta característica recién descubierta en mi organismo, paso las horas muertas experimentando con mi cuerpo, sin importarme las circunstancias en las que me encuentre. Tengo conocimiento que mis allegados y la gente con la que me encuentro puede pensar que no ando muy bien de la cabeza. Y este es otro punto al que quería llegar en algún momento de mi exposición. Al decir tal cosa se refieren sin duda a mi cerebro, ese órgano donde al parecer se reúnen y son controladas todas las funciones de nuestro organismo. Y bien, estoy de acuerdo, quiero decir que acepto el hecho que todas las funciones (y muchas otras) a las que me he referido, deben regidas y controladas desde algún lugar, insisto, lugar, es decir alguna parte del cuerpo, que es de lo que venimos hablando hasta ahora. Lo que sucede es que por algún mecanismo que de momento no se me alcanza, he logrado, o mi cerebro ha logrado, desconectarse de los sistema que rige, de tal manera que como si actuara a las órdenes de un interruptor se inhibe de toda responsabilidad y deja al resto del cuerpo actuar a su libre albedrío. No se me escapa que esta característica, que pudiera tener algo que ver con la hipnosis y la sofrología, me da con frecuencia el aspecto de un pelele movido por el viento, algo que no pasa desapercibido para los demás, que al verme me aconsejan que vaya al neurólogo o tome vitaminas.
Yo no sé si a usted le pasa lo mismo o ha experimentado esta sensación en algún momento de su vida, incluyendo esas épocas en las que nos parece imposible controlar nada y los acontecimientos caen sobre nosotros con la imprevisibilidad de un chaparrón de verano. Llegados aquí, no sabe cuanto le agradecería que de ser así, se pusiera en contacto conmigo, pues lo cierto es que en algunos momentos me siento extremadamente solo. Este fenómeno que por un lado, como ya dije, me dota de una libertad impensada, en muchas ocasiones, me aísla de los otros, y me hace sentir un extraño en mi propia casa. Además, debo comunicarle, que según avanza esta facultad de la que vengo hablando, a mi organismo se le antojan algunas tareas que si pueden resultar entretenidas y, desde luego, originales, en otras me desquician y hasta pueden llegar a desgraciarme. Y como le dije, de momento, solo cuento con mi cuerpo. Para darle un ejemplo que le haga calibrar hasta que punto esta nueva característica puede afectarle a uno: últimamente me ha dado por intentar introducirme en una caja de zapatos. Ya he logrado con anterioridad meterme en el hueco del fregadero y en el cajón inferior de la cómoda, pero la chaladura va a mayores, y no sé donde se encuentra el límite.

A pesar de lo dicho al principio, empiezo a sentirme de nuevo angustiado, y espero que si estas palabras de alguna forma le han llegado, haga algo para sacarme de este atolladero. Y digo esto casi en sentido literal, pues el otro día cuando como le acabo de decir, me metí tras ímprobos esfuerzos en el cajón mencionado, me las vi y me las deseé para salir, pues como bien sabe, esos artefactos no tienen tirador por la parte de adentro. Muchas gracias.

domingo, 24 de agosto de 2014

AGUJEROS

Que hayamos decidido pasar cada cual las vacaciones por nuestra cuenta no quiere decir que algo haya cambiado entre nosotros, María Luisa. Recuerda que siempre dijimos que entre los novios, o las parejas, como a ti te gusta decir, siempre es conveniente que corra un poco de aire, lo que finalmente colabora a que se sientan más unidas.
 Me dices en tu último correo que te parezco demasiado taciturno, y que a tu edad (y la mía) cuando ya se percibe el crepúsculo (perdona la cursilada, de mi cosecha), son preferibles las personas optimistas que ven el futuro con esperanza. Y siempre te dije que estabas en lo cierto, recuerda. Aunque luego añadiera que siempre se han dado casos de quienes al saltar daban vivas a la vida y al porvenir, ignorando la resistencia del suelo a ser penetrados por los cuerpos sólidos en caída libre con independencia de la altura.
Me dices también que te parece increíble que siga llamando a mi perrita María Luisa, y aquí tengo que recordarte una vez más que la conocí a ella antes que a ti, y que haberla  cambiado de nombre entonces no hubiera sido demasiado ético. María Luisa, los animales son dignos de respeto, y si yo le hubiera cambiado el nombre de la noche a la mañana, el nuevo le hubiera resultado incomprensible después de tanto tiempo, y no me hubiera hecho ningún caso, con grave riesgo de su propia vida en determinadas ocasiones (es propensa a atravesar los pasos de peatones  con el semáforo en rojo si yo no le advierto antes. De los pasos de cebra ni te quiero contar). Lo que ya me parece por tu parte verdaderamente cruel es que me digas que la mayor prueba de mi amor por ti sería que la sacrificara y me la comiera en pepitoria, como si se tratase de una gallina o un pollo. Ya sé que hace tiempo un japonés en París descuartizó a su pareja, y se la comió después como testimonio de la veneración que la profesaba, queriendo incorporarla a su sistema digestivo, pero ese no es mi caso, teniendo en cuenta, además, que las cosas no se detienen en ese punto, como sin lugar a duda sabes.
Por otro lado, en tu correo me reprochas mi interés por los agujeros, y que me pase buena parte del día leyendo ensayos sobre el tema, como si en la vida no existieran otros más interesantes y menos morbosos. Creo, sin embargo, María Luisa, que además de pecar de reduccionista, no te has detenido con la suficiente atención en el significado de esa palabra, que como todas, no se detiene en sí misma, sino que apunta a un objeto tan común en nuestra vida cotidiana. Y cuando digo objeto, me gustaría que pensases que no solo es eso, sino también un concepto que abarca otras realidades, algo mucho mayor que el que pudiera sugerir, por ejemplo, la palabra “alcantarilla”, que no deja de ser un agujero prolongado. Piensa en la caverna de Platón, por decir solo algo.
María Luisa, cariño (y te hablo a ti y no a la perrita), tú sabes como yo, aunque nos duela, que nuestros cuerpos, es decir nuestro organismo, está esencialmente compuesto por agujeros. Agujeros que nos facilitan la vida y sin los cuales ni siquiera nos habríamos conocido ¿lo imaginas? Piensa en ello libremente y sin escrúpulos, que después de todo derivan de un falso concepto de la pureza, algo que no se da en absoluto en el mundo que habitamos. Y tampoco en la fontanería. Por otro lado, la pureza es un concepto que, sin indagar demasiado, tiene en el sentido que habitualmente se le atribuye en occidente, una connotación cristiana que ha hecho de ella casi su paradigma, como si fuera el desideratum de la virtud.
Los agujeros, es cierto, casi siempre remiten a “abajo”, posiblemente porque solo en la pura tierra se da la posibilidad de su existencia. No se da tal posibilidad en los espacios siderales, con independencia de los agujeros negros, pero eso, como ya sabes se trata de otro cosa, y aquí te remito a la cosmología, la relatividad general y Stephen Hawking, si quieres hacerte una idea aproximada. Sí, ya sé que de los agujeros salen las alimañas que pueblan los bosques, y los tan denigrados detritus, que, sin embargo, nos permiten seguir comiendo al día siguiente sin demasiadas complicaciones.
Preferirías, me dices, que me interesase por los cielos, ese lugar sobre nuestras cabezas del que un día descendió el maná sobre el pueblo elegido, o del que se descolgaron las llamas de la sabiduría sobre la cabeza de los apóstoles en Pentecostés, o la paloma de la paz con su ramita de olivo en el pico, simbolizando la paz y el final del diluvio. O en el que buscamos inspiración levantando la cabeza cuando los problemas nos abruman. Pero ignoras un tanto cándidamente, que de él proceden también la tormenta y el rayo que origina el fuego devorador y asola las cosechas. Y el pedrisco.

Busca en mí aspectos que nos acerquen y no te empeñes en encontrar los que nos distancian. De ser así, cada día serán mayores las vacaciones que tengamos que tomarnos, y el agujero, por hablar de lo mismo, se tornará una sima insondable que ninguno seremos capaces de saltar sin correr un peligro que se me antoja excesivo.

DISCURSOS

La ceremonia tuvo lugar en el llamado patio de armas, pues al parecer en tiempos remotos aquel edificio fue un cuartel con sus dependencias habituales, siendo este el lugar donde se celebraban en general los desfiles y los actos estrictamente castrenses. Como de costumbre el jefe del establecimiento, una vez finalizaron los actos habituales, tomó la palabra para cerrar el acto. Vestía como el uniforme reglamentario de gala, que sorprendentemente para los no acostumbrados daba la sensación de ser una mezcla de los de un general con mando en plaza, un obispo en activo, y un campesino cogido al azar (detalle solo perceptible en el uso de boina y alpargatas). El hombre se había situado sobre un estrado en una tribuna, en la que asistían al acto los dignatarios de otros países y las altas autoridades nacionales. Sorprendió que de entrada, y una vez situado en el sitio, tardara todavía unos minutos en dirigirse a la concurrencia, como si con tal actitud quisiera provocar la atención de sus oyentes, o tuviera alguna dificultad de cualquier índole para abrir la boca. Finalmente, tras una pequeña carraspera, cuando la inquietud empezaba a apoderarse de los presentes, el Comisionado (que también se llamaba así a esta autoridad) hizo un vago gesto sobre su cabeza con la mano que blandía su bastón de mando, como si de esa manera quisiera apartar de sí mismo alguna idea contradictoria, y empezó a hablar. Dijo en principio tras saludar a la audiencia, entre la que por cierto para nada nombró a las señoras, que el hombre era un animal ridículo, que siempre lo había sido, y que en su opinión, aún lo era más en aquellos momentos con la invención de la telegrafía sin hilos, los ordenadores y los teléfonos móviles. Comprendía, dijo, que tuvieran que celebrarse actos como el que les había reunido en aquellos momentos, pero no porque verdaderamente estuvieran cargados de un sentido preciso, sino porque con hechos como aquel la humanidad trataba que su existencia no fuera un absurdo, evitando de tal manera la guerra permanente y los suicidios en masa.
Tales palabras, que otros años eran escuchadas con indolencia que su trivialidad habitual, generaron entre los asistentes un malestar evidente, que pronto se hizo patente en un murmullo creciente a medida que el jefe del establecimiento avanzaba en su perorata, teniendo sobre todo en cuenta de que no hablaba en su propio nombre sino en representación del Presidente de la República, y que, por lo tanto, sus palabras estaban cargadas con un significado más allá de la inanidad de los discursos oficiales de los jefecillos de poca monta que tanto proliferaban en aquel país, sino que contaban con la aquiescencia de la máxima autoridad del gobierno del país, presente en el lugar más destacado de la tribuna de autoridades.
A medida que el discurso avanzaba haciéndose paulatinamente más enrevesado y prácticamente ininteligible, el Comisionado comenzó a introducir una gesticulación exagerada, que pronto adquirió la cualidad de los aspavientos, lo que como es natural hizo que lo de menos fueran las palabras que pronunciaba, sino la singularidad de sus movimientos. Estos parecían apoyar  lo que manifestaba no en cuanto a la literalidad de lo expresado, sino en el énfasis que ponía en determinadas expresiones, que a los asistentes les resultaban imposibles de descifrar. Detrás de la tribuna empezó a percibirse cierto movimiento de las gorras blancas de los servicios médicos en uno y otro sentido, sin duda a requerimiento de la superior autoridad y posiblemente del Arzobispo de la archidiócesis, temiendo que el orador pasara a mayores y confesara su ateísmo militante (del que presumía en petit comité al poco de tomar la segunda copa) y su anarquismo en ciernes.
Para un observador imparcial la reacción oficial iba a llegar demasiado por tarde dada la actitud del individuo, que pronto se desprendió de la chaqueta y camisa del uniforme y comenzó a golpearse el pecho con ambos puños. Era evidente que el Comisionado había perdido los papeles, o en todo caso había adoptado la actitud de un gorila macho ante un peligro o en época de celo, algo a lo que daba mayor verosimilitud la amplia mata de vello oscuro y enrevesado que cubría su torso por completo. Los Servicios Sanitarios, desafortunadamente para los espíritus más cultivados y las señoras pusilánimes o de misa diaria, llegaron demasiado tarde, y a pesar del revuelo que se originó en el estrado, aún se pudo ver al Comisionado abriéndose la bragueta del pantalón del uniforme de gala, sacando sus genitales y exhibiéndolos ante el respetable muy ufano al parecer de los mismos.

La copa de vino español que se dio a continuación a pesar del lamentable espectáculo, fue como es natural mucho más interesante y movida que en años anteriores, y en ella se llegó a comentar que aquel tipo debía estar efectivamente sufriendo un proceso de metamorfosis acelerado de hombre a gorila, y no solo por su actitud y el vello profuso en todo su cuerpo, sino por la pequeñez de su aparato reproductor, más propio, por raro que parezca, de un espalda plateada que de un varón adulto de origen caucasiano. 

jueves, 14 de agosto de 2014

ACANTILADOS

Encontrar al Picaportes no fue una tarea fácil.  Sin embargo, debería haberlo sido, no solo por su volumen sino por su apéndice nasal, que fue el que le dio el apodo que le hizo famoso entre sus amigos del instituto. Al final le acabé encontrando detrás de unas rocas al fondo de la playa, donde supuse que se había escondido para no llamar la atención. Lo que más me sorprendió al encontrarle después de tantos años, no fue su fisonomía, inconfundible en otros tiempos, sino todo lo contrario, pues si no llega ser él quien me llama, me hubiera pasado totalmente desapercibido. De hecho, al principio al oír mi nombre y ver frente a mí a aquel tipo flacucho y contrahecho nunca pensé que podía tratarse de él.
 No fue hasta pasado un buen cuarto de hora cuando me convencí de que se trataba del Picaportes, aquel muchacho desmesuradamente grande, gordo y con una nariz más que sobresaliente, del que todos éramos amigos y del que todos nos burlábamos en el bachillerato. Tuve ganas de preguntarle enseguida qué le había pasado, pero me di cuenta que hacerlo sería algo vejatorio que le pondría en una situación muy incómoda, y me mordí la lengua para seguir hablando como si nada. Fueron sus ojos, como suele ser habitual en estos casos, los que me dieron la pista definitiva que corroboraba su identidad. Ya de chico los tenía muy claros, o más exactamente,  teniéndolos castaños, como tanta gente por aquí, parecía que se estuvieran decolorando, algo que ya entonces me sorprendía, pero que yo achacaba a su “enfermedad”, es decir, al puro hecho de estar muy gordo y tener la nariz enorme.
Mi búsqueda de Picaportes fue puramente accidental, pues no era algo que me hubiera propuesto previamente, sino que su nombre salió casualmente en una charla el día anterior con un grupo de amigos de tiempo atrás, y alguien me dijo que solía ir todos los días a la playa de los Locos y establecerse al fondo. Al parecer continuaba soltero, y era un tipo muy raro que no se trataba con nadie, algo que a decir verdad tampoco me extrañó demasiado dados sus antecedentes. Habían pasado muchos años, y yo había vuelto a mi pueblo por primera vez, con la típica sensación de familiaridad y extrañeza que suele acompañar a los reencuentros después de mucho tiempo. Comoquiera que sea, una vez que nos saludamos y reconocimos, el Picaportes me invitó a sentarme allí mismo, de espaldas a la playa, con un trocito de mar a un lado y unos enormes farallones cien metros delante. Le obedecí, aunque el lugar no me parecía el más adecuado, pues estábamos prácticamente solos con las olas rompiendo con estruendo cerca de nosotros, y siendo prácticamente incapaces de entender lo que decía el otro, por lo que nos veíamos precisados a hablar a voces.
Nos sentamos sobre la arena húmeda, él estaba allí sin toalla y yo había dejado la mía en otro lugar de la playa, por lo que pronto tuve ganas de decirle que me había gustado mucho volver a verle, pero que me tenía que ir rápidamente porque me esperaban, pero no fui capaz. A partir de ese momento empezó a hablar por los codos, tratando sobre todo de que me diera cuenta de la belleza del acantilado cerca de nosotros, algo que a él le sumía en hondas reflexiones sobre la vida, el acontecer humano y la inevitabilidad de la fuerza de la gravedad. Estaba claro que aquel tipo no andaba bien de la cabeza, y que alejarme lo más rápidamente era la mejor de mis opciones. A continuación me hizo ver el prodigio de las olas rompiendo sobre la arena, y me habló de la procedencia cósmica del agua, posiblemente llegada a la tierra en cometas o meteoritos en tiempos lejanos, para soltarme de inmediato “¡Eh, a que tú no te esperabas eso!”
La situación pareció complicarse cuando al hacer un gesto decidido para alejarme, me sujetó primero de un hombro y luego de un brazo, y me rogó que le escuchara, que todavía había algunos detalles de aquel lugar que yo no había apreciado en su justa medida. Por ejemplo, me dijo, “mira esta piedra, esta puñetera piedra que a lo mejor está aquí hace millones de años, y no es considerada en absoluto por esa pandilla de mentecatos que se baña ahí detrás. Joder, está compuesta como tú y como yo de átomos, con leptones y quarks, y toda esa locura de partículas elementales que despreciamos  por ignorantes”. “Eso sí -precisó en voz baja- no tiene células, pero no es algo que se le pueda reprochar, teniendo en cuenta que le falta el soplo”, momento en el que llenó los pulmones de aire con una gran aspiración, y sopló sobre mi cara como si fuera un Eolo enfurecido.
El asunto se estaba complicando, porque el Picaportes parecía haber entrado en una fase de agresividad incontrolada, y empecé a temer que su chaladura se desbordara y me agrediera con aquella piedra o algo parecido.“¡Me cago en Dios!- vociferó a pleno pulmón- pero tú y yo sí estamos hechos de células, no hay más que verte, y tenemos piernas y brazos, y podemos andar de aquí para allá y correr si se nos antoja. O quedarnos sentados como es mi caso” dijo finalmente sentándose de nuevo sobre la arena empapada. “Este es el lugar idóneo, no te quepa duda. Tiene la temperatura ideal y el grado de humedad necesario para respirar a pleno pulmón, y los meteoros desagradables son menos frecuentes por una especie de pequeño microclima que mi presencia ha generado en este lugar”, concluyó. Yo permanecí de pie a su lado, y en aquellos momentos creí recordar que cuando chicos, aparte de su nariz y su gordura, al Picaportes ya le daba algunos accesos de aquellos, y la gente se burlaba de él y acababa dejándole hasta que se le pasaba. Luego era un tipo normal, que sacaba buenas notas y era de los primeros de la clase. Me senté a su lado y me mantuve en silencio un buen rato hasta que me di cuenta que él se puso a llorar jadeando y gimiendo, como si no pudiera soportar algo terrible en su interior a lo que yo no podía acceder. Estuvimos así un buen rato hasta que decidí que no podía hacer nada y me levanté para irme. Cuando ya me había alejado unos pasos, oí que me llamaba y con una cara de desesperación que no he podido olvidar, me dijo “¡Joder, Miguel, el acantilado, el acantilado!”


martes, 12 de agosto de 2014

BINOMIOS

Desde mi habitación oigo unas voces de mujer, pero no puedo distinguir lo que dicen. El tono es el habitual en una conversación intranscendente.  Es verano, y aunque no hace calor, la humedad hace el ambiente muy bochornoso. No es por lo tanto el momento para ponerse trascendente (si tal cosa es posible), o para tratar temas que nos puedan inquietar. Las mujeres, sin duda al corriente de tal inconveniencia, hablarán de cualquier cosa para pasar el tiempo, que es de lo que se trata. Es incluso posible que hagan alusión a esa característica atmosférica tan desagradable, aunque la temperatura no alcance los veinticinco grados. Claro que esporádicamente, una de ella levanta la voz con unas risotadas extemporáneas que hacen pensar otra cosa. Sin duda una simpleza, porque si se tratara de una ironía o un humor refinado, no habría lugar para tales demostraciones. La localidad está en fiestas y a esta hora bastante gente de los pueblos de los alrededores se acerca por aquí, y ni que decir tiene que en esos lugares no se dan precisamente las mentes más preclaras. Y menos para ser capaces de captar sutilezas, y no se tome esto como un sarcasmo de clase. Es la pura realidad.
A las primeras voces se han añadido poco después las de unos niños, o más precisamente unas niñas, aunque escuchándolas durante unos momentos quizás se trate  solo de una, pues ya se sabe  que a esa edad, según se trate de uno u otro requerimiento, la gente joven es capaz de cambiar la voz para conseguir lo que se propone. Las mujeres parecen haber desaparecido, algo que sin embargo me extraña, pues por las inmediaciones de donde están discurre una carretera con bastante tráfico, y no puedo creerme que las hayan dejado solas. Sería una imprudencia imperdonable. Por lo tanto, supongo que se han dado cuenta de que estaban hablando a voces, y se han vuelto más discretas. Se encuentran en las proximidades de la entrada del hotel donde estoy alojado, y hablar así  no resulta lo más indicado, teniendo en cuenta que los huéspedes son gente bien. Y que conste que no me incluyo yo, y no por falsa modestia, sino porque es la pura verdad. Estoy aquí por pura casualidad como regalo de la empresa donde trabajo por mi rendimiento durante el último año.
Quiero con esto decir que aunque no sea una persona adinerada, sí soy un buen trabajador, e incluso un trabajador distinguido (según dicha empresa, claro está). Aquí podría alargarme en consideraciones del binomio capital/trabajo, y la diferente manera en que ambos son tratados en el mundo empresarial, pero no lo voy a hacer para no resultar pesado, y porque ese tipo de temas necesitan un guión previo y no pura improvisación, como estoy haciendo yo en estos momentos.
Las voces han desaparecido totalmente, posiblemente porque me equivocaba y se trataba de huéspedes, que finalmente han optado por entrar en el hotel. Por la ventana veo que ha empezado a chispear y tampoco era cuestión de quedarse al aire libre calándose. Con casi total seguridad las madres y las niñas se encuentran ahora en el hall del hotel, y mientras ellas continúan con los temas que les interesan, las niñas posiblemente juegan y corretean de aquí para allá, que en ese ambiente, y lo digo por experiencia propia, suele resultar de lo más molesto para los demás huéspedes. Son las siete de la tarde, la hora ideal en esta época para charlar tranquilamente en los sofás y canapés del vestíbulo, algo para lo que resulta verdaderamente enervante que dos niñas corran, griten y empujen. Los temas tratados allí no serán de lo más importante, como sucedían con las madres, pero sí el mero hecho disfrutar de esa sensación de tranquilidad que suele respirarse en esos momentos en tales sitios. E incluso, en un hotel de estas características, sentir la satisfacción de saberse en un lugar a resguardo de la vulgaridad del mundo exterior.
Desde luego que lo que acabo de decir solo lo puedo suponer, pero aunque pueda parecer presuntuoso, siempre he tenido buena vista en este tipo de situaciones. Es poco probable que las madres y las niñas (¿o la niña?) se alejaran caminando bajo la lluvia. Es fácil de deducir. No se oyen por lo tanto voces, sino solo el ruido de los motores de los coches y de sus ruedas al deslizarse sobre el pavimento mojado. Es curioso, pero el agua hace que se tenga la impresión que los vehículos más que rodar, se deslizan, algo que como todo el  mundo sabe, no es el caso. Entre otras cosas porque pronto se oiría el ruido bastante más aparatoso de un accidente. Me sorprendo a mí mismo al poco rato de oírlos, dándome cuenta de que soy capaz de distinguir el tipo del que se trata. Los camiones y autobuses, siendo muchos mayores y más pesados, hacen un ruido más evidente y grave, aunque saber eso no suponga ningún mérito, pero creo que yo ya puedo diferenciar entre los propios coches los de mayor y menor cilindrada, y desde luego las motos y las motocicletas más ligeras, lo que a lo mejor ya no es tan sencillo. Da la impresión que mantienen por turno una especie de conversación en la que a cada uno de ellos solo les interesa hacer hincapié en su propia personalidad, y no está del todo claro que los menores envidien a los mayores, ni viceversa. Para ello deberíamos tener en cuenta el criterio con el que lo hacen, si es que lo hacen, algo que aunque dudoso, desgraciadamente está fuera de nuestro alcance.

Creo que finalmente voy a bajar al lounge del hotel para verificar si mis suposiciones son ciertas. Aquí debo confesar que los niños nunca me han gustado demasiado, y que por lo tanto si fuera así, saldré a la calle o me sentaré en la barra del bar, lejos de la locura que esos diablillos suelen organizar a su alrededor. Mañana creo que volveré a sentarme a la misma hora cerca de la ventana para ejercitar mi oído y mi imaginación, pues además tengo la certeza que en este lugar, como en muchos otros, los acontecimientos se suceden habitualmente de la misma manera (o de una forma muy similar), siguiendo una secuencia establecida, aunque no lo parezca. Quizás la empresa lo valore en su justa medida y me recompense de nuevo con una estancia parecida. En cualquier caso, no debo olvidar el paraguas.

miércoles, 6 de agosto de 2014

RUEDAS

Mi insomnio llegó hace unos meses de una forma un tanto absurda, que intentaré detallar a continuación. Vaya por delante que hasta ese momento siempre  había dormido con facilidad al poco de meterme en la cama, y que en todo caso me levantaba por necesidades imperiosas de otro orden. Es cierto que antes de decidirme a cerrar los ojos,  siempre me sometía a una dosis de estupefacientes en forma de libros o revistas, y en ciertas ocasiones de algún programa de televisión adecuado para tal cometido. En cuanto a los libros, puedo decir que los elegía preferentemente de ensayo, para que al poco de comenzar su ininteligilibidad me hiciera prescindir de ellos de un manotazo o lanzándolo hacia un lado, y de las revistas, solía ojear las páginas dedicadas a los famosos y sus idioteces por tierra, mar y aire. De la televisión me servía cualquier película soporífera o programa para alienados, de los que tanto abundan. En cualquier caso, mano de santo.
Sin embargo, el día de autos, me dio por pensar obsesivamente que no estaba claro en absoluto que al día siguiente me fuera a despertar, y que dormirme tranquilamente era una forma de irresponsabilidad, algo que hasta ese día no había entrado en mis consideraciones. Delante de mí, ocho horas en las que supuestamente iba a permanecer ajeno a este mundo, cuando en él seguían sucedíendo por doquier todo tipo de acontecimientos. Declaraciones del estado de guerra, asesinatos a mansalva, posibilidad de que mi casa fuera asaltada por una banda de forajidos albaneses, o pasto de las llamas como resultado de un cortocircuito absurdo en el cable del ordenador. Etcétera. Y yo, mientras tanto, feliz en ese reino absurdo en el que nuestra mente, la mía en este caso, se dedicaba a concebir ideas o situaciones inverosímiles que nada tenían que ver con la realidad, por mucho que se obstinen en ello los psicoanalistas para seguir cobrando.
 Las primeras semanas traté de solucionar el incordio a base de tranquilizantes menores o de hipnóticos suaves, pero en ambos casos resultó un fracaso, y me despertaba de madrugada empapado en sudor creyendo que era Napoleón en Waterloo o Jesucristo incapaz de andar sobre las aguas, por poner dos de los ejemplos más significativos. Tras este primer (y fallido) intento, empecé a utilizar remedios más naturales, empezando por las tisanas de todo pelaje, y continuando con los medios habituales en época de nuestros abuelos. Es decir, el recuento pormenorizado de ganado ovino saltando una valla, o la enumeración de los números impares ad infinitum. Este recurso dio resultado durante unos días, hasta que por no sé que extraño antojo, a mi mente le dio por cambiar las ovejas por terneras con el fracaso consiguiente, pues a su tierna edad, estos futuros segundos platos se negaban a hacerlo, o no lo lograban con sus aparatosas consecuencias. Y los números impares tenían además que ser primos, misión imposible.
 Sin embargo, pocos días después de este fracaso estrepitoso, se operó en mi interior un cambio radical a través de un proceso del que desconozco su origen, pero que por lo que a continuación diré, debió tener algo que ver con acontecimientos externos.
 El hecho fue que a partir de cierto día, cuando mi desesperación estaba alcanzando unas cotas que me hacían sopesar la posibilidad saltar por la ventana, al cerrar los ojos para intentar dormir, se me presentó como una ensoñación, un círculo brillante que me sumergió de inmediato en un sueño reparador del que no desperté hasta la mañana siguiente. En principio ni siquiera fui muy consciente del milagro operado, pero a mediodía, como si fuera una revelación, caí en la cuenta que podía deberse a una representación del Espíritu Santo transmutado de la paloma, del “sí-mismo” de Carl Gustav Jung, y con toda probabilidad del lugar geométrico de todos los puntos cuya distancia a uno central era la misma (la llamada circunferencia). Me alegré y dispuse a recibir tal aparición todas las noches en un estado semi beatífico, con la cual hasta los problemas de próstata desaparecían.
Ese mismo día por la tarde, una serie de acontecimientos, sin embargo, me condujeron a aceptar una visión más prosaica del acontecimiento, y fue el darme cuenta de una forma avasalladora de la instalación de una fábrica de neumáticos en la ciudad. Y digo avasalladora por la proliferación de sus signos. Hasta ese mismo momento tal circunstancia había pasado prácticamente desapercibida para mis entendederas, atentas a sucesos de orden más elevado. Aunque nunca estrictamente espiritual, todo sea dicho. La población estaba totalmente invadida por una publicidad exhaustiva, y abundaban los carteles anunciándolo. Y no solo eso, sino que se celebraron toda una serie de actos y celebraciones en los cuales el mundo oficial, la administración regional y local, el ayuntamiento, etc, se congratulaban de que por fin se inaugurara en la región una empresa que no se dedicara a la producción de lácteos y productos hortofrutícolas. Proliferaban los carteles publicitarios, como ya he dicho, y también las camisetas deportivas con el logo de la Michelón, la nueva fábrica, una rueda sorprendentemente blanca, llanta y neumático. Y no solo eso, sino que una vez advertido, pude darme cuenta de que por las aceras unos individuos ataviados con monos de trabajo y el susodicho logo, se empeñaban en hacer rodar unos neumáticos enanos al modo en que antiguamente los chiquillos hacíamos rodar un aro metálico para desesperación de los viandantes. Incluso me pareció percibir algunos grupos de jóvenes con aros en las orejas y colgando de la nariz, algo que en estas circunstancias no parecía casual.
Haber permanecido en la inopia durante tanto tiempo, cuando la llagada de Michelón a la ciudad era el acontecimiento más importante en décadas, me sumió en una perplejidad semejante a la que sin duda experimentaría alguien que de la noche a la mañana cae en la cuenta de que es un ser bípedo. Era incluso posible que los vecinos del lugar percibieran mi desinterés durante aquel tiempo, y que me hubieran cogido cierta ojeriza ante mi falta de solidaridad. La aparición de la rueda en el momento de irme a la cama, y las diversas variantes que fueron surgiendo en días sucesivos (la aureola de santidad entre ellas), eran sin duda un aviso premonitorio de mi necesidad de integrarme en el sentir popular, lo que me relajaba y hacía que el insomnio dejara de ser un problema.
En cualquier caso, una vez solucionado el problema nocturno, me quedaba una misión  que hiciera creíble mi conversión a la masa de fervientes admiradores de la empresa, y me congraciase con mis vecinos, para lo cual debía adoptar algún gesto que lo dejara patente bien a las claras. Un día desayunando en una e las cafeterías de postín del centro  tuve una idea que quise llevar a la práctica de inmediato, esperando que su puesta en práctica me congraciara de inmediato con los demás. Ese día se habían acabado los churros y las porras con las que suelo acompañar al café, y vi el cielo abierto al darme cuenta de que no obstante tenían rosquillas de anís. Riquísimas, me dijo el jefe que en ocasiones hacía de camarero para ahorrar. Le van a gustar, sentenció.

Lo que sin dúdale no se esperaba era que en aquel preciso momento cogiera dos de ellas , me las colgara de las orejas y saliera por la puerta ufano de mi hallazgo, y con la tranquilidad de saber que en pocos días mi gesto sería interpretado como una metáfora de mi amor al pueblo. La única duda que me quedó cuando ya andaba con tranquilidad por el boulevard, es si los churros habrían sido más adecuados. O más cómodos, pues las rosquillas apretaban demasiado. Del insomnio nunca más se supo.

lunes, 4 de agosto de 2014

TÚNELES

Vivo en un túnel. O al menos yo tengo esa impresión. Pero debo precisar que más que vivir, me encuentro en un túnel. Mis recuerdos del mundo exterior se me hacen cada vez más difusos, como si transcurrieran en un sueño. Creo que entré aquí una tarde de domingo bastante tediosa, en la que para matar el tiempo decidí salir al monte a dar un paseo y recoger setas y trufas, si tenía la oportunidad Con las segundas no es tan sencillo, por cierto. En cualquier caso, eso es lo de menos, y me preocupa considerar el disgusto que pueden tener mis allegados al ver que no regreso, aunque es posible que lo consideren como una más de mis excentricidades, pues no sería la primera vez que me ausento durante un tiempo cogiendo un avión al azar. Pero esta vez no se trata de eso en absoluto.
De todas formas, verdaderamente aquí adentro no me encuentro tan mal. Es cierto que la luz es escasa y la humedad muy alta, pero puedo arreglármelas, pues por un procedimiento que no llego a entender, veo algo y estoy bien abrigado. Respecto a la primera de ambas consideraciones, creo que puede  tratarse de una adaptación evolutiva de mis ojos, o en todo caso, que se deba a que las paredes que me rodean filtren algo de luz. Y en último término, que los neutrinos que atraviesan la corteza de la tierra tengan una luminiscencia hasta ahora no estudiada. No lo sé. No tener frío debido a la intensa humedad se debe a que soy muy previsor, y cuando salgo al campo me pertrecho casi siempre como si fuera al polo,  es una broma, o como mínimo a hacer espeleología. Manías personales de las que, visto lo visto, no voy a prescindir si tengo la oportunidad en el futuro.
Durante un tiempo debí permanecer dormido o inconsciente, pues cuando me di cuenta  de mi situación, estaba tirado de espaldas en el suelo y un tanto confuso. Cuando me recuperé, como es natural, traté de inmediato de buscar la salida, pues, como la mayoría, soy un ser acostumbrado al aire libre y los grandes espacios, pero no transcurrió más allá de media hora cuando tuve la certeza de que al menos por ambos extremos de aquel túnel no había salida. Y no porque no se viera una luz al final,  como se suele decir, que tampoco, sino porque dos muros piedra y tierra compacta lo cerraban. La otra posibilidad, es que me hubiera caído desde arriba y me encontrara  en una especie de cueva a un nivel inferior. A esta posibilidad dediqué bastante tiempo, porque la visibilidad es muy reducida, y en algunas ocasiones me ayudaba con el bastón que siempre llevo conmigo levantándolo hacia lo alto para comprobarlo. Finalmente tuve que admitir que ni por los lados ni por arriba existía ninguna salida, y por abajo sería estúpido considerarlo. Era evidente que estaba solo y encerrado en un agujero bajo tierra sin ninguna posibilidad de salida.
Es cierto que en aquellos momentos pensé que lo que verdaderamente me correspondía era sufrir un ataque de pánico de cierta intensidad, pero no fue así en absoluto. Reaccioné con una tranquilidad que a mi mismo me sorprendió, porque lo cierto es que en aquellas circunstancias lo que estaba claro era que mi futuro no se presentaba muy halagüeño. Tampoco me puse de inmediato a razonar para encontrar una posible solución a mi problema, y hasta donde ahora mismo recuerdo, creo que me senté y me dediqué durante un buen rato a mirar a la pared de enfrente, de la que como es natural solo llegaba a percibir tonos más o menos oscuros, sin que realmente pudiera decir con exactitud de qué se trataba. La primera alerta me llegó al creer percibir un olor un tanto especial, que me hizo pensar de inmediato en el grisú, ese gas que con frecuencia hace estragos entre los mineros. Luego me di cuenta que no se trataba de eso, sino del olor un tanto acre del musgo y los líquenes que proliferaban a mí alrededor. De todas maneras pensé que quizás me encontraba en el interior de una mina abandonada, por lo que poco después estuve tanteando las paredes por si llegaba a descubrir algún resto de metal o de madera, pues en ellas las vigas y soportes son esenciales. Pero no fue así, por lo que pronto lo descarté.
 Poco después imaginé que ya se habrían dado cuenta de mi desaparición, y que hasta era posible que hubiera alguna partida de gente buscándome, aunque tampoco era tan frecuente que me diera por subir al monte, por lo que no era tan evidente. Viviendo solo, lo más normal es que supusieran que me había ido unos días de vacaciones o a visitar a  algún pariente, en cuyo caso, del equipo de búsqueda nada de nada.
Me dispuse por lo tanto a sobrevivir a la espera prácticamente de un milagro. Tenía una cantimplora llena de agua y un bocadillo que me había metido en el pantalón cuando salí, por si me entraba hambre durante la caminata. Con esas provisiones pensé que podría sobrevivir un par de días sin demasiados apuros, luego se presentarían los problemas que no quería adelantar. Agua no me iba a faltar, pues no muy lejos de donde me encontraba se oía caer con toda claridad desde el techo, e incluso había un pequeño regato que discurría pegado a una de las paredes. Cómo podría sentarme si llegaba a beberla, era algo que de momento no quería verificar.
Estuve mucho tiempo en el suelo sin hacer nada, tumbado o sentado alternativamente, tratando de oír algo que me resultara familiar, el ruido de unos pasos, unas voces humanas, un motor indicativo de que trabajaban para llegar hasta mí, pero en ningún momento escuché nada parecido. En su lugar, los oídos empezaron a pitarme con un tono muy agudo al que creí que no llegaría a acostumbrarme, y durante unos instantes tuve miedo de volverme loco, pero luego se me pasó y dejó de molestarme. Recordé entonces lo que me dijo un otorrino: los oídos están hechos para oír y no para permanecer en un mundo en silencio, porque entonces son ellos los que se inventan los sonidos. Malas noticias para los anacoretas.
Después me levanté bastante entumecido, y de lo primero que me di cuenta fue que verdaderamente no tenía ni la menor idea del tiempo transcurrido, aunque lógicamente no debía ser mucho porque la cantimplora y el bocadillo estaban intactos, aunque si debo decir la verdad, me estaba esforzando para no tocarlos. Estuve paseando arriba y abajo durante mucho tiempo. O al menos eso me pareció a mí, porque empezaron a dolerme las piernas. Me acerqué al regato que bajaba pegado a la pared, y pude darme cuenta que en determinados tramos el agua se estancaba y formaba pequeñas lagunas, donde, para mi asombro, pude ver a unos diminutos cangrejos blancos moviéndose dentro del agua muy lentamente. Supuse que estaban ciegos o casi ciegos porque allí tener ojos a la larga debe resultar bastante inútil. Recordaba haberlos visto en alguna parte como una atracción turística, queriendo con ello mostrar a los visitantes del lugar que hacía miles de años que aquellos animalitos vivían aislados en esas circunstancias. Algo que acabaría pasándome a mí si no llegaban a rescatarme, claro que enseguida me di cuenta de que estaba pecando de optimista.
Acabé de nuevo tendido en el suelo, tratando de no pensar en nada, y dándome cuenta que en aquellos momentos me era imposible. Me estuve entreteniendo un rato largo mirando a través de mis manos colocadas una junto a la otra a modo de catalejo, por el que yo intentaba percibir algo de la oscuridad que me rodeaba (más bien penumbra, como dije con anterioridad). Para mi sorpresa, al rato de intentarlo empecé primero a percibir unos destellos de luz, y poco después las figuras geométricas giratorias de un calidosocopio. Se trataba de los habituales cristales de diferentes formas y colores, que muchos niños recibían antiguamente como regalo en algunas fechas importantes de sus vidas. Me entretuve bastante tiempo así, hasta que de repente desapareció dejándome bastante frustrado. Luego debí quedarme dormido, y al despertar recordé haber soñado que era padre de una familia numerosa con muchos niños de diferentes edades, pero sobre todo que quería muchísimo a una mujer sin la cual mi vida no tendría sentido. Aunque creo que también soñé con Japón, lugar en el que nunca había estado, pero del que me habían hablado mucho, sobre todo de las geishas y los samurais, pero también de los yakuzas. Seres estos últimos muy crueles, pero que mucha gente de ese país admira por su poder y falta de escrúpulos.
Y ahora ya solo me queda escribir las últimas palabras. La humedad ha hecho inservible el papel del pequeño cuaderno en el que hago anotaciones con frecuencia cuando salgo de paseo. Y el lápiz no está en mejores condiciones. No sé que será de mí, si ustedes llegan a leer esto es posible que me hayan rescatado y esté afuera. Pero también puede suceder que lo único valioso que encontraran fuera el cuaderno. En cualquier caso, los medios de comunicación habrán dado la noticia, y tengo el convencimiento que cargarán las tintas con lo sucedido. No les hagan demasiado caso. Siempre fui un hombre con recursos. Verán que siempre mantuve la ilusión de salir y que por ello escribí siempre en pasado, como si se tratara de algo que terminó bien.

La nota del editor, que sin duda acompañaran a estas palabras, lo aclarará todo.

viernes, 1 de agosto de 2014

LA OVEJA-LOBO (un cuento para Maya y Marcos)

Una oveja fue abandonada muy temprano por sus padres entre una camada de jóvenes lobos. Era de pelaje oscuro, así que pasó desapercibida entre los cachorros, aprendiendo de ellos su destreza y valentía, incluso su ferocidad. La camada de pequeños cachorros, acostumbrada a su presencia, no se cercioró de su diferencia radical. ¡Ni ella misma en principio pudo darse cuenta!
Un buen día, ya casi convertida en una auténtica oveja mayor, se sintió indispuesta. No estaba realmente enferma, porque por más que la auscultaban y la dieran toda clase de remedios no mejoraba. Decidió, por lo tanto, tomar el asunto en propia mano con las pocas fuerzas que le quedaban, y caviló si su mal no tendría otro origen que el puramente físico. Con alguna dificultad se encaramó frente al espejo, se miró de frente y de costado, luego la cara muy de cerca, la nariz, los ojos, la boca y los dientes “¡Qué raro -pensó- me parece que soy bastante diferente de mis hermanos”. Intentó después, aprovechando que los otros habían salido de caza, aullar como desde pequeñita le habían enseñado, y para su estupefacción le salió un aullido extrañísimo, blando, pastoso. Algo que le hacía recordar más a un ¡beeeeee! que a un ¡auuuuu! Se quedó aterrada ¿qué le pasaba? Era una auténtica metamorfosis. De pronto, temblándole todo el cuerpo, se dio cuenta mirándose aún más de cerca en el espejo, que sus ojos, su nariz, sus patas y su pelo, pero sobre todo su boca y sus dientes tenían realmente muy poco que ver con los de su familia.
Era extraña, distinta; descubrió despavorida que era más débil… pero sobre todo ¡Oh, Dios! ¿cómo no se habían dado ellos cuenta? …¡era una oveja! Una oveja ¡cielo santo! Justo lo que comerían los demás cuando regresaran de la caza, como tantas veces. Pero ellos, hoy se iban a dar cuenta, descubrirían el secreto de su enfermedad: su distinta naturaleza y su miedo. Desde pequeña se esforzó en imitarles ¡y lo hizo tan bien que les engañó! Había sido un lobo-oveja astuto, sagaz, arrogante, fuerte, ágil, valiente, y hasta sanguinario… pero ahora no podría continuar siéndolo. Había llegado el momento que su alma escondida de animal pacífico, bondadoso y débil había emergido por encima de todo su aprendizaje.
“A toda prisa, antes de que regresen –pensó para sí misma- debo huir de aquí, debo buscar a mi gente, mi rebaño, mis ovejas…” Sacó fuerzas de flaqueza ante el temor de ser definitivamente descubierta, y salió de la guarida por la entrada falsa ¡tanto temía ser sorprendida por los lobos al regresar de la caza!  ¡Y quizás con su presa preferida, una oveja suave y blandita entre sus fauces! ¡Qué horror! El miedo le dio alas. Conocía más allá de las colinas del sur algunos rebaños bien resguardados del lobo muy en sus rediles, en donde los lobos no podían penetrar, pues, además, temían al hombre como a la peste. Así que pronto estuvo en las inmediaciones de sus hermanas ¡Hermanas! pensó para sí indignada ¡Yo hermana de esas desgraciadas inútiles! Blandas, fofas, sin brío ni la fuerza que tanto admiraba en los lobos ¡Con esa mirada lánguida, estúpida, ese balido lamentable y su lanita en bucles!
¡Béeeee! ¡Béeeee! El rebaño, aunque mantenía una actitud de cierto recelo y se movía intranquilo, parecía dar la bienvenida a la recién llegada. Faltarían unos metros para unirse a él, y sintió que una furia intensa le subía a la cabeza. Su sangre de lobo despreciaba aquellos balidos miserables y vulgares ¡os vais a enterar de quien soy yo! ¡Yo, un lobo curtido en mil batallas! Y para demostrarlo, infló los pulmones y soltó un ruido extrañísimo, una especie de ¡béeauuuubée! Las ovejas, incluida ella misma, se quedaron perplejas. Algunas, despavoridas, se refugiaron rápidamente, otras, inquietas, dudaban en darle la bienvenida o salir huyendo. Solo tres o cuatro, sin duda las más viejas y experimentadas, permanecieron inmutables, y continuaron triscando los brotes que más les gustaban tranquilamente. ¡Qué vejación! ¡Ya ni si quiera aullaba! Y de nuevo lo intentó aún con más fuerza, pero no había solución. Su ¡béeauuuubée! dejaba impávidas a las tres o cuatro mencionadas.
Se acercó a ellas resuelta a ser respetada ¡Respetado! ¡Un lobo es un lobo! se dijo para sus adentros ¡se van a enterar! Intentó todo tipo de amenazas, pero no dio resultado en absoluto, hasta que al final se cansó y pensó en volver con los lobos. ¡Si hasta ahora no la habían descubierto por qué iban a darse cuenta ahora! Se puso en camino, pero al poco rato empezó de nuevo a sentirse enferma, las patas le temblaban terriblemente y casi no podía tenerse en pie ¡qué agotamiento! Se hallaba a mitad de camino ¿qué hacer? Decidió detenerse y pasar la noche en un roquedal rodeado de matas que le servían de refugio y eran un buen camuflaje.
Y allí permaneció días y días, semanas, meses…En algunas ocasiones se acercaban hasta allí los lobos, y ella en un esfuerzo supremo, lograba aullar dignamente y mostraba tal agilidad y destreza que estos no sospecharon nada. Eso sí, se enteró que algunos la llamaban “el lobo raro”, porque se había ido a vivir solo abandonando la manada, que era lo natural y más conveniente para estar bien alimentado. Incluso en alguna ocasión alguna de aquellas ovejas intrépidas que no se amedrentaron cuando las visitó, se acercaron a su refugio y pudo darse cuenta que no la temían en absoluto, lo que hería su orgullo de raza. ¡De raza, de raza de raza!..¡Oh, Dios! ¿Qué raza? pensó. ¡Qué disparate! También se enteró que entre las ovejas, que cada vez la visitaban con más frecuencia, la llamaban “la oveja tonta” por no irse a vivir con ellas en la seguridad de sus pastos bajo la protección del pastor.
El tiempo pasaba, y ahora al problema de su identidad se añadía el de su soledad. Le aterraba relacionarse con los lobos y despreciaba hacerlo con las ovejas. ¿Qué hacer?


Continuará. Escrito por el abuelo Carlos en 1981