Tengo la sensación de que
de ahora en adelante ya nada será igual. Se ha operado en mí una transformación
radical, que por otro lado y por mucho que pueda sorprender, nada tiene que ver
con la metamorfosis. No se trata, por lo tanto, de que antes fuera “esto” y
ahora “esto otro”, sino que permaneciendo igual hasta en los detalles más
insignificantes, “algo” ha cambiado, y el resultado final, es decir yo-mismo,
nada tiene que ver con el que fue.
Guardo, eso es cierto, una
conciencia que me permite presentar los hechos de forma racional y narrativa
–histórica- pero quien habla o escribe en estos momentos no se parece en
absoluto a quien lo hacía ayer. Se trata de cambios ínfimos, incapaces de ser
captados por un ojo ajeno, desde el momento en que lo exterior, entendido como
ubicación espacial, ha dejado de tener sentido para mí. Me embarga, si puedo
decirlo con una expresión muy utilizada en su día por los poetas románticos, un
sentimiento oceánico, que hace indistinguible el concepto dentro-fuera, como si
mi ser hubiera adquirido una esencia –un numen- en la que el mundo ha devenido
un ente carente en sí mismo de toda diferenciación.
Se ha operado en mi
organismo alguna modificación que ha hecho posible esta percepción, pero no
disponiendo de las herramientas ni los métodos adecuados para verificarlo, no
puedo demostrarlo, y debo conformarme con esta vaga intuición. Sin duda las
células que componen mi organismo han sufrido una mutación que justifica mi
estado actual, y mi cerebro poco debe tener que ver con el que fue hace apenas
unas horas. Al levantarme esta mañana y mirar hacia el exterior por la ventana,
es cierto que como habitualmente sucede, lo primero que se me vino a la mente
fue la palabra “luz”, y luego, sin necesidad de ningún silogismo la palabra
“día”. Sin duda debido a la acumulación de amaneceres de los que he sido
testigo durante bastantes años desde antes de tener uso de razón.
Lo nuevo, sin embargo, es
que por primera vez fui consciente de que con independencia de tal hecho, todo
había cambiado, y la calle, los árboles, las nubes y el sky-line que
contemplaba desde mi habitación, aunque siguiera “ahí afuera” habían al mismo
tiempo entrado en ella, imposibilitándome la diferenciación entre “exterior” e
“interior”, como creo que quedó dicho más arriba.
Ando ahora, pues, tras
este acontecimiento, llevando conmigo “todo el peso del mundo”, y lo que
anteriormente suponía una conciencia limitada, se ha expandido y cobrado en mi
interior unas dimensiones cósmicas que me abruman. Esto es duro, y comunicarlo
definitivamente a mis allegados puede hacer que me tomen por loco y me
encierren en una casa de salud de por vida. Solo un cambio global, es decir
multipersonal puede hacer que me comprendan y compartan conmigo esta orgía de
elementos heterogéneos -y heteróclitos- que puebla mi cabeza y al empezar el
nuevo día me permite decir: soy Dios o poco me falta.
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