-Me acuesto temprano después de ver en la televisión un
documental sobre extraterrestres. Me parece una tontería, pero me inquieta. El
presentador, que es también ufólogo, está seguro que ya están entre nosotros
pero que son indetectables.
-Antes de apagar la luz quiero leer un poco, no porque verdaderamente
me apetezca hacerlo, sino como una forma de convocar al sueño. Intento leer una
obra de Heidegger, pero al poco de comenzar me doy cuenta de que no entiendo
absolutamente nada. No tiene sentido. A pesar de ello continuo en voz alta
recalcando las palabras o expresiones que me llaman la atención, por ejemplo
“perjudiacialidad” (*) y “tal finalidad no podrá sin embargo alcanzarse
mediante una síntesis extrínseca de lo ya dilucidado” (**).
-Acabo efectivamente durmiéndome. Al parecer la obra
mencionada ha tenido los efectos de un narcótico, porque me doy cuenta de que
sigo con las gafas de vista cansada puestas y el libro sobre mi pecho. Me
siento agitado y sudo copiosamente.
-Cuando dejo las gafas y el libro sobre la mesilla de noche
tengo la sensación de estar diluyéndome, como si cada vez me fuera haciendo más
pequeño pero infinitamente pesado. Pienso en los agujeros negros e
inmediatamente tengo la certeza de que el presentador de la televisión tenía
razón: creo que soy un marciano.
-Un marciano que sin embargo tiene las mismas necesidades que
un habitante de cierta edad de Winscosin, porque debe levantarse a orinar. Me
miro al espejo del cuarto de baño. Estoy amarillo y temo estar enfermo del
hígado o como mínimo padecer de ictericia, luego recuerdo que el espejo es muy
viejo y que en él todo se ve de color sepia. Eso me alivia.
-De nuevo en la cama me tomo dos orfidales y espero que
vuelva el sueño entornando los ojos. Pienso que en cualquier momento alguien
descubrirá mi condición de alienígena y sufriré las consecuencias. De todas
maneras, no me importa demasiado lo que puedan hacer conmigo (las posibilidades
son limitadas), pero me causa un profundo dolor suponer que no me consideren
como a uno más de ellos, sino que me miren y señalen como a un extraviado.
-Con los ojos ya cerrados traigo a la mente conceptos
generales de tipo filosófico (o casi) como “justicia” o “libertad” para
intentar profundizar en ellos, lo que invariablemente hace que me entre un
sopor irresistible y me duerma, pues nunca soy capaz de definirlos con la
precisión que me gustaría.
(*) Martínn Heidegger: “Ser y tiempo” (Ed. Trotta, pag 165)
(**) Ibídem (pág 200)
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