jueves, 21 de enero de 2016

INCIDENCIAS OCTAVA VELADA



Un día al despertar la Cucaracha se encontró convertida en Gregorio Samsa. Lo supo porque a su lado en la mesilla de noche encontró un carnet de identidad con su foto que lo ponía bien claro. Siendo en origen una cucaracha o un escarabajo, en esos momentos no lo tenía claro, no se reconoció hasta verse en el espejo del cuarto de baño con su nueva fisonomía. Se sintió espantado y recordó con cierta ternura al ser que fue, esencialmente porque acostumbrado a andar a cuatro patas, hacerlo a dos le estaba resultando muy difícil.

Siendo su volumen en esos momentos cientos e incluso miles de veces superior al que tenía cuando se acostó siendo un insecto, intentó por todos los medios no hacer ruido en absoluto, pues no quería alarmar a sus padres que en esos momentos desayunaban en el comedor, una habitación paredaña con la suya. Tal cosa sin embargo se le hacía verdaderamente difícil y ni siquiera comprendía de donde sacaba fuerza para mover aquel enorme armatoste en que se había convertido su cuerpo sin caerse o tropezar.

Lo primero que hizo tras el aseo fue volver a la habitación y mirarse en el espejo de cuerpo entero  situado en una esquina de la habitación. Claro que, dotado como estaba de un cerebro infinitamente mayor que el original, pronto pudo comprender que todo aquello debía tener un sentido, pues en el macrocosmos no son aplicables las leyes de la física cuántica. Comprendió enseguida que siendo él en ese momento un hombre hecho y derecho, aquella no debía ser su habitación sino la de alguien semejante a él en cuya casa vivía.

Era absurdo pensar que aquella cama enorme en la que se había despertado era la suya, la de una simple cucaracha, ahora tenía la seguridad, a la que incluso una cáscara de nuez le vendría grande. Era posible por lo tanto que quienes oia en la habitación anexa no fueran verdaderamente sus padres, sino los padres del individuo en cuya cama había dormido, que debía ser el auténtico Gregorio Samsa, por más que se parecieran como una gota de agua a otra. Era evidente que debían ser gemelos, aunque  no lo supiera con certeza en esos momentos. O incluso tratarse de un caso de clonación y ser aquel lugar un laboratorio o algo parecido.


Si esto era tal y como había pensado hasta entonces, tampoco las voces que le llegaban del comedor eran la de sus verdaderos padres, sino los padres del auténtico Gregorio Samsa. Sus padres, de eso estaba convencido, también vivían en ese lugar, pero desde luego no hablaban en el idioma que le llegaba desde el otro lado de la puerta. De hecho creía recordar que no hablaban ningún idioma hecho con palabras, sino más bien un lenguaje no verbal a base de posturas y frotamientos, y en situaciones muy estresantes o peligrosas, de una especie de chasquidos. Al pensar esto empezó a preocuparse por sus padres, pero debido a su tamaño era casi imposible encontrarlos, pues solían ocultarse en agujeros o rincones demasiado pequeños para ser detectados fácilmente con sus ojos actuales.

En cualquier caso, se dio cuenta de que su situación era preocupante e incluso grave, pues la verdad es que no sabía como comportarse con su nuevo aspecto, y resultaba evidente que en caso de presentarse, los padres de Gregorio Samsa, el verdadero, enseguida se darían cuenta de que era un impostor y avisarían a la policía. O quien sabe si ellos mismos procederían de inmediato contra él. Además, podía darse el caso de que su hermano gemelo estuviera también en la habitación de al lado, y al verle aparecer todos se llevarían un susto tremendo, pues con toda seguridad sabían que no tenía un hermano gemelo. La confusión sería terrible.

Claro que también podría suceder que si aquellos señores estuvieran solos, le tomaran verdaderamente como a su hijo, y que el hecho de que se comportara de una forma extraña o no hablara con soltura, lo achacaran a que el chico había pasado una mala noche o algo parecido. Tenía la sensación de que Gregorio era hijo único, y ya se sabe que a estos chicos los padres les perdonan todo. Al menos, por lo que recordaba, en el mundo de los insectos las cosas eran así. Con esta idea en la cabeza se dirigió a la puerta decidido a afrontar la situación fuese esta la que fuese, pues en el peor de los casos, les daría las explicaciones correspondientes por poco creíbles que pudieran parecer. Sospechaba que no  debía ser habitual que dos personas corrientes estuviesen habituadas a las metamorfosis. Y menos en el ámbito familiar.

Sin embargo, ya a punto de abrir la puerta, una duda le asaltó de improviso y le hizo detenerse en seco. ¿Qué pasaría si sus presuntos padres también habían sufrido durante aquella noche una modificación igual a la suya, y se habían convertido en las personas que parecían desayunar en el comedor? Si fuera así, se llevarían un susto tremendo pues no le reconocerían y le tomarían por un extraño con intenciones aviesas, ante el que casi con total seguridad tratarían de defenderse, atacándole. Se sintió incapaz de abrir la puerta y regresó a la cama sin hacer el menor ruido. Ya tumbado, durante unos instantes que todo aquello era demasiado absurdo para ser real, pues en el mundo, al menos en el mundo de los coleópteros, todo acontecía de una forma razonable y nada surrealista.
Cerró los ojos e intentó relajarse a la espera de acontecimientos. Quien sabe si hasta podría llegar a dormirse de nuevo y despertar poco después convertido en el insecto que siempre había sido. Claro que en tal caso, al ser descubierto por el ama de la casa, su supuesta madre, era más que probable que ésta le aborreciera y le echara de la habitación a escobazos, con el riesgo nada improbable de perder su propia vida.

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