Un día al despertar la
Cucaracha se encontró convertida en Gregorio Samsa. Lo supo porque a su lado en
la mesilla de noche encontró un carnet de identidad con su foto que lo ponía
bien claro. Siendo en origen una cucaracha o un escarabajo, en esos momentos no
lo tenía claro, no se reconoció hasta verse en el espejo del cuarto de baño con
su nueva fisonomía. Se sintió espantado y recordó con cierta ternura al ser que
fue, esencialmente porque acostumbrado a andar a cuatro patas, hacerlo a dos le
estaba resultando muy difícil.
Siendo su volumen en esos
momentos cientos e incluso miles de veces superior al que tenía cuando se
acostó siendo un insecto, intentó por todos los medios no hacer ruido en
absoluto, pues no quería alarmar a sus padres que en esos momentos desayunaban
en el comedor, una habitación paredaña con la suya. Tal cosa sin embargo se le
hacía verdaderamente difícil y ni siquiera comprendía de donde sacaba fuerza
para mover aquel enorme armatoste en que se había convertido su cuerpo sin
caerse o tropezar.
Lo primero que hizo tras
el aseo fue volver a la habitación y mirarse en el espejo de cuerpo entero situado en una esquina de la habitación. Claro
que, dotado como estaba de un cerebro infinitamente mayor que el original,
pronto pudo comprender que todo aquello debía tener un sentido, pues en el
macrocosmos no son aplicables las leyes de la física cuántica. Comprendió
enseguida que siendo él en ese momento un hombre hecho y derecho, aquella no
debía ser su habitación sino la de alguien semejante a él en cuya casa vivía.
Era absurdo pensar que
aquella cama enorme en la que se había despertado era la suya, la de una simple
cucaracha, ahora tenía la seguridad, a la que incluso una cáscara de nuez le
vendría grande. Era posible por lo tanto que quienes oia en la habitación anexa
no fueran verdaderamente sus padres, sino los padres del individuo en cuya cama
había dormido, que debía ser el auténtico Gregorio Samsa, por más que se
parecieran como una gota de agua a otra. Era evidente que debían ser gemelos, aunque no lo supiera con certeza en esos momentos. O
incluso tratarse de un caso de clonación y ser aquel lugar un laboratorio o
algo parecido.
Si esto era tal y como
había pensado hasta entonces, tampoco las voces que le llegaban del comedor
eran la de sus verdaderos padres, sino los padres del auténtico Gregorio Samsa.
Sus padres, de eso estaba convencido, también vivían en ese lugar, pero desde
luego no hablaban en el idioma que le llegaba desde el otro lado de la puerta.
De hecho creía recordar que no hablaban ningún idioma hecho con palabras, sino
más bien un lenguaje no verbal a base de posturas y frotamientos, y en
situaciones muy estresantes o peligrosas, de una especie de chasquidos. Al
pensar esto empezó a preocuparse por sus padres, pero debido a su tamaño era
casi imposible encontrarlos, pues solían ocultarse en agujeros o rincones
demasiado pequeños para ser detectados fácilmente con sus ojos actuales.
En cualquier caso, se dio
cuenta de que su situación era preocupante e incluso grave, pues la verdad es
que no sabía como comportarse con su nuevo aspecto, y resultaba evidente que en
caso de presentarse, los padres de Gregorio Samsa, el verdadero, enseguida se
darían cuenta de que era un impostor y avisarían a la policía. O quien sabe si
ellos mismos procederían de inmediato contra él. Además, podía darse el caso de
que su hermano gemelo estuviera también en la habitación de al lado, y al verle
aparecer todos se llevarían un susto tremendo, pues con toda seguridad sabían
que no tenía un hermano gemelo. La confusión sería terrible.
Claro que también podría
suceder que si aquellos señores estuvieran solos, le tomaran verdaderamente
como a su hijo, y que el hecho de que se comportara de una forma extraña o no
hablara con soltura, lo achacaran a que el chico había pasado una mala noche o
algo parecido. Tenía la sensación de que Gregorio era hijo único, y ya se sabe
que a estos chicos los padres les perdonan todo. Al menos, por lo que
recordaba, en el mundo de los insectos las cosas eran así. Con esta idea en la
cabeza se dirigió a la puerta decidido a afrontar la situación fuese esta la
que fuese, pues en el peor de los casos, les daría las explicaciones
correspondientes por poco creíbles que pudieran parecer. Sospechaba que no debía ser habitual que dos personas corrientes
estuviesen habituadas a las metamorfosis. Y menos en el ámbito familiar.
Sin embargo, ya a punto de
abrir la puerta, una duda le asaltó de improviso y le hizo detenerse en seco.
¿Qué pasaría si sus presuntos padres también habían sufrido durante aquella
noche una modificación igual a la suya, y se habían convertido en las personas
que parecían desayunar en el comedor? Si fuera así, se llevarían un susto
tremendo pues no le reconocerían y le tomarían por un extraño con intenciones
aviesas, ante el que casi con total seguridad tratarían de defenderse,
atacándole. Se sintió incapaz de abrir la puerta y regresó a la cama sin hacer
el menor ruido. Ya tumbado, durante unos instantes que todo aquello era demasiado
absurdo para ser real, pues en el mundo, al menos en el mundo de los
coleópteros, todo acontecía de una forma razonable y nada surrealista.
Cerró los ojos e intentó
relajarse a la espera de acontecimientos. Quien sabe si hasta podría llegar a
dormirse de nuevo y despertar poco después convertido en el insecto que siempre
había sido. Claro que en tal caso, al ser descubierto por el ama de la casa, su
supuesta madre, era más que probable que ésta le aborreciera y le echara de la
habitación a escobazos, con el riesgo nada improbable de perder su propia vida.
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