Hoy me he despertado
temprano para lo que en mí es habitual, que nunca es antes de las nueve de la
mañana. Aunque sin duda sería más apropiado decir que no me he “levantado”,
pues lo que se dice despertarme nunca me sucede más allá de las siete de la
mañana, lo que en un hombre de mi edad suele ser bastante natural, teniendo en
cuenta que el sueño es un indicador fiable de la necesidad de reposo. Algo, en
cualquier caso, no aplicable a mí, ya que apenas me muevo y suelo estar fresco
como una lechuga.
Por lo tanto, con lo dicho
anteriormente, todo ha sido bastante natural y cotidiano; es decir, lo
habitual. Debo pues confesar que el arranque de este texto ha sido bastante
engañoso e incluso falso de toda falsedad. Sucede, buscando a tal hecho alguna
explicación coherente, que con frecuencia pretendo empezar cualquier tarea, y
la de escribir es una entre tantas, de una forma novedosa que prometa variaciones
que la rutina suele desmentir poco después.
Lo dicho al final del
primer párrafo es posible que no tenga buena acogida entre los hiperactivos y
los amantes del deporte, que hacen del movimiento y las actividades deportivas
su paradigma, pero no es tal mi experiencia personal. Por un lado tengo noticia
de que muchos deportistas, y más aún los sobresalientes, pagan su esfuerzo y
suelen dejarnos apenas superados el medio siglo de existencia. Y por otro, debo
referirme a mi familia, extraordinariamente longeva, dedicada toda ella a
labores detrás de la barra de un bar o de mostradores, y que nunca llegaron a
mover los pies de continuo más allá de diez metros.
Con independencia de lo
anterior, y dejando que cada cual opte por la solución que prefiera, ha llegado
el momento de confesar al llegar a estas alturas de mi escrito que, decantándome
por la que fue distintiva de mi estirpe, no es ese mi problema, sino el
atoramiento mental y la dificultad de poner sobre el papel en blanco o la
pantalla del ordenador, algo que ni remotamente se empariente con lo que un
tanto ha venido a llamarse literatura.
Siendo sin embargo
una de mis características más relevantes
la voluntad, hasta el punto de constituir una cualidad, puedo permanecer muchas
horas sentado con la ilusión de que en cualquier momento me llegue la
inspiración por algún lado. Como norma general, si veo que la situación puede
prolongarse indefinidamente, suelo recurrir a los objetos más cercanos o a
perder mi mirada fuera de la ventana, donde el mundo sigue existiendo con
independencia absoluta de mí mismo.
Tal recurso ha tenido como
consecuencia que a los largo de los años haya escrito cantidad de artículos,
ensayos y hasta novelas centrados preferentemente en lo que ambas situaciones
podían brindarme. Los utensilios y artefactos que están sobre mi mesa y los
objetos y enseres de la habitación. Oséase: muebles, lámparas, sillas alfombras
cuadros y objetos de decoración, etc en este último caso… y en el otro, en plan
más modesto, libros, cuadernos, lapiceros, sacapuntas, cortaplumas y las
grapadoras (este es uno de mis artilugios preferidos porque se presta mucho en
mi opinión para las metáforas).
Debo aceptar, sin embargo,
que es la ventana el recurso a mi alcance que me da más posibilidades porque
detrás de ella, y aunque sea a escala reducida, está el mundo con toda su
grandeza y sus horizontes inabarcables. El ajetreo de aquí para allá de la
gente que se afana con o sin sentido de un lugar para otro, las nubes lentas o
rápidas en su discurrir según la intensidad del viento, los automóviles que en
general se precipitan por las avenidas como si persiguieran a un objeto
inalcanzable, etc… sin olvidar especialmente a los árboles que introducen en mi
mente ideas más poéticas y me relacionan con la vida que en algún momento creo
que está a punto de abandonarme.
Podría siguiendo aquí lo
mencionado con anterioridad, mencionar también a ciertos elementos que por su
propia naturaleza pueden hacer que mi mente vuele y despegue definitivamente,
haciendo poco significativo mi impenitente sedentarismo. Concretamente, los
postes de teléfonos y otros relacionados con la electricidad hacen que pueda
trasladarme a otros lugares a velocidades próximas a la de la luz, lo que me
reconforta profundamente y en ocasiones llegue a emocionarme evocando lugares
exóticos o simplemente muy diferentes del que yo habito.
Sin olvidar finalmente
dejar reposar mi mirada sobre los tejados, bajo los cuales se desarrolla buena
parte de la vida de muchas personas, algo que aunque pueda parecer banal cuando
las conocemos en la vida cotidiana, tiene sin embargo mucho que ver con el
misterio, esa cualidad que subyace bajo la aparente desidia del mundo.
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