jueves, 7 de enero de 2016

INCIDENCIAS SÉPTIMA VELADA



Hoy me he despertado temprano para lo que en mí es habitual, que nunca es antes de las nueve de la mañana. Aunque sin duda sería más apropiado decir que no me he “levantado”, pues lo que se dice despertarme nunca me sucede más allá de las siete de la mañana, lo que en un hombre de mi edad suele ser bastante natural, teniendo en cuenta que el sueño es un indicador fiable de la necesidad de reposo. Algo, en cualquier caso, no aplicable a mí, ya que apenas me muevo y suelo estar fresco como una lechuga.

Por lo tanto, con lo dicho anteriormente, todo ha sido bastante natural y cotidiano; es decir, lo habitual. Debo pues confesar que el arranque de este texto ha sido bastante engañoso e incluso falso de toda falsedad. Sucede, buscando a tal hecho alguna explicación coherente, que con frecuencia pretendo empezar cualquier tarea, y la de escribir es una entre tantas, de una forma novedosa que prometa variaciones que la rutina suele desmentir poco después.

Lo dicho al final del primer párrafo es posible que no tenga buena acogida entre los hiperactivos y los amantes del deporte, que hacen del movimiento y las actividades deportivas su paradigma, pero no es tal mi experiencia personal. Por un lado tengo noticia de que muchos deportistas, y más aún los sobresalientes, pagan su esfuerzo y suelen dejarnos apenas superados el medio siglo de existencia. Y por otro, debo referirme a mi familia, extraordinariamente longeva, dedicada toda ella a labores detrás de la barra de un bar o de mostradores, y que nunca llegaron a mover los pies de continuo más allá de diez metros.

Con independencia de lo anterior, y dejando que cada cual opte por la solución que prefiera, ha llegado el momento de confesar al llegar a estas alturas de mi escrito que, decantándome por la que fue distintiva de mi estirpe, no es ese mi problema, sino el atoramiento mental y la dificultad de poner sobre el papel en blanco o la pantalla del ordenador, algo que ni remotamente se empariente con lo que un tanto ha venido a llamarse literatura.

Siendo sin embargo una  de mis características más relevantes la voluntad, hasta el punto de constituir una cualidad, puedo permanecer muchas horas sentado con la ilusión de que en cualquier momento me llegue la inspiración por algún lado. Como norma general, si veo que la situación puede prolongarse indefinidamente, suelo recurrir a los objetos más cercanos o a perder mi mirada fuera de la ventana, donde el mundo sigue existiendo con independencia absoluta de mí mismo.

Tal recurso ha tenido como consecuencia que a los largo de los años haya escrito cantidad de artículos, ensayos y hasta novelas centrados preferentemente en lo que ambas situaciones podían brindarme. Los utensilios y artefactos que están sobre mi mesa y los objetos y enseres de la habitación. Oséase: muebles, lámparas, sillas alfombras cuadros y objetos de decoración, etc en este último caso… y en el otro, en plan más modesto, libros, cuadernos, lapiceros, sacapuntas, cortaplumas y las grapadoras (este es uno de mis artilugios preferidos porque se presta mucho en mi opinión para las metáforas).

Debo aceptar, sin embargo, que es la ventana el recurso a mi alcance que me da más posibilidades porque detrás de ella, y aunque sea a escala reducida, está el mundo con toda su grandeza y sus horizontes inabarcables. El ajetreo de aquí para allá de la gente que se afana con o sin sentido de un lugar para otro, las nubes lentas o rápidas en su discurrir según la intensidad del viento, los automóviles que en general se precipitan por las avenidas como si persiguieran a un objeto inalcanzable, etc… sin olvidar especialmente a los árboles que introducen en mi mente ideas más poéticas y me relacionan con la vida que en algún momento creo que está a punto de abandonarme.

Podría siguiendo aquí lo mencionado con anterioridad, mencionar también a ciertos elementos que por su propia naturaleza pueden hacer que mi mente vuele y despegue definitivamente, haciendo poco significativo mi impenitente sedentarismo. Concretamente, los postes de teléfonos y otros relacionados con la electricidad hacen que pueda trasladarme a otros lugares a velocidades próximas a la de la luz, lo que me reconforta profundamente y en ocasiones llegue a emocionarme evocando lugares exóticos o simplemente muy diferentes del que yo habito.

Sin olvidar finalmente dejar reposar mi mirada sobre los tejados, bajo los cuales se desarrolla buena parte de la vida de muchas personas, algo que aunque pueda parecer banal cuando las conocemos en la vida cotidiana, tiene sin embargo mucho que ver con el misterio, esa cualidad que subyace bajo la aparente desidia del mundo.

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