sábado, 6 de febrero de 2016

INCIDENCIAS DÉCIMO SEGUNDA VELADA

Hay cosas que suceden de forma natural, se supone que porque están de acuerdo con el orden inherente al mundo que así sea. Y aquí, por ejemplo, se puede hacer referencia a los amaneceres y la gravedad, la primera en la medida que la Tierra siga girando alrededor de su eje y la segunda si creemos a Newton o Einstein (sin caer en honduras, por cierto). Pero el hecho al que me refiero no pertenece que yo sepa a ninguno de ese tipo de acaecer, sino a otro bien distinto que no se denomina con ningún nombre específico, al menos que yo sepa.
   Se trata de que desde hace algún  cuando me despierto por la noche por motivos propios de mi condición y sexo o como resultado de un insomnio intermitente a los que soy proclive, veo a mi lado a una mujer desconocida de mediana edad, lo que me inquieta sobremanera, pues ni sé quien es ni cual es el significado de su presencia en mi cama en esos momentos. La miro en principio con asombro y un tanto de reticencia, y poco después con un interés trufado de preocupación humanista e inquietud científica, pues no recuerdo en absoluto haberme acostado en compañía de nadie. Sus rasgos, que analizo con detalle en esos momentos, es cierto que me recuerdan vagamente a alguien conocido que he debido tratar no hace demasiado tiempo, aunque no podría dar fe de ello con seguridad. Cuando siento que una agitación súbita empieza a apoderarse de mi, para tranquilizarme y no llamar al servicio doméstico ni a la policía, supongo que posiblemente se trate de mi mujer, algo que me llena de estupefacción, pues que yo recuerde nunca me casé ni mantuve relaciones de pareja más allá de algún fin de semana cuando era joven.
   Y esa es mi situación actual, aunque debo confesar que durante el día esa mujer que se levanta conmigo y de inmediato prepara un café para los dos, poco a poco recupera sus perfiles habituales, y ya cerca del mediodía la reconozco como a Leonor, mi novia de toda la vida con la que me casé poco después de terminar la carrera de abogado y montar un bufete en compañía de otro colega en Alcobendas, provincia de Madrid. En ocasiones, cuando por la noche vivo la situación desasosegante de estar durmiendo con una extraña que acabo de relatar, se me ocurre despertarla de improviso y preguntarle a bocajarro por su identidad, pero me abstengo y no lo hago, al recordar que no es conveniente despertar de ese modo a los sonámbulos, algo que verdaderamente nada tiene con su condición, pero a la que yo la asimilo posiblemente por una economía intelectual, y una cierta incapacidad para otras suposiciones más atinadas a altas horas de la madrugada.
    Espero que con el paso de los días la situación se normalice y vuelva la tranquilidad de épocas pasadas, en las que no tenía que sobresaltarme por un hallazgo inesperado que me tiene en vilo durante un buen rato, y hace que al día siguiente tarde cierto tiempo en recuperarme y volver a mis cabales. Todavía no he contado a nadie esta desagradable experiencia (Leonor, sin embargo, todo hay que decirlo, es una señora muy agradable de trato y de buenas hechuras para su edad), porque tengo miedo a que me tomen por loco y me encierren, o incluso quieran asistir en directo al hecho, algo a lo que no estoy dispuesto en absoluto teniendo en cuenta que soy una persona reservada y muy celosa de su intimidad.
     Si alguien, no obstante, lee por casualidad este diario (lo dejaré bien a la vista para aumentar esa posibilidad), le ruego que me haga llegar su opinión sobre el caso, así como cualquier idea que se le ocurra para aliviar mi situación. Le estaré profundamente agradecido, y quien sabe si con determinadas condiciones  le dejaré compartir en la alcoba tan desdichada circunstancia, que en cualquier caso espero sepa interpretar adecuadamente sin dar lugar a malentendidos.

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