Hay cosas que suceden de
forma natural, se supone que porque están de acuerdo con el orden inherente al
mundo que así sea. Y aquí, por ejemplo, se puede hacer referencia a los
amaneceres y la gravedad, la primera en la medida que la Tierra siga girando
alrededor de su eje y la segunda si creemos a Newton o Einstein (sin caer en
honduras, por cierto). Pero el hecho al que me refiero no pertenece que yo sepa
a ninguno de ese tipo de acaecer, sino a otro bien distinto que no se denomina
con ningún nombre específico, al menos que yo sepa.
Se trata de que desde hace algún cuando me despierto por la noche por motivos
propios de mi condición y sexo o como resultado de un insomnio intermitente a
los que soy proclive, veo a mi lado a una mujer desconocida de mediana edad, lo
que me inquieta sobremanera, pues ni sé quien es ni cual es el significado de
su presencia en mi cama en esos momentos. La miro en principio con asombro y un
tanto de reticencia, y poco después con un interés trufado de preocupación
humanista e inquietud científica, pues no recuerdo en absoluto haberme acostado
en compañía de nadie. Sus rasgos, que analizo con detalle en esos momentos, es
cierto que me recuerdan vagamente a alguien conocido que he debido tratar no
hace demasiado tiempo, aunque no podría dar fe de ello con seguridad. Cuando
siento que una agitación súbita empieza a apoderarse de mi, para tranquilizarme
y no llamar al servicio doméstico ni a la policía, supongo que posiblemente se
trate de mi mujer, algo que me llena de estupefacción, pues que yo recuerde
nunca me casé ni mantuve relaciones de pareja más allá de algún fin de semana
cuando era joven.
Y esa es mi situación actual, aunque debo
confesar que durante el día esa mujer que se levanta conmigo y de inmediato
prepara un café para los dos, poco a poco recupera sus perfiles habituales, y
ya cerca del mediodía la reconozco como a Leonor, mi novia de toda la vida con
la que me casé poco después de terminar la carrera de abogado y montar un bufete
en compañía de otro colega en Alcobendas, provincia de Madrid. En ocasiones,
cuando por la noche vivo la situación desasosegante de estar durmiendo con una
extraña que acabo de relatar, se me ocurre despertarla de improviso y
preguntarle a bocajarro por su identidad, pero me abstengo y no lo hago, al
recordar que no es conveniente despertar de ese modo a los sonámbulos, algo que
verdaderamente nada tiene con su condición, pero a la que yo la asimilo
posiblemente por una economía intelectual, y una cierta incapacidad para otras
suposiciones más atinadas a altas horas de la madrugada.
Espero que con el paso de los días la
situación se normalice y vuelva la tranquilidad de épocas pasadas, en las que
no tenía que sobresaltarme por un hallazgo inesperado que me tiene en vilo
durante un buen rato, y hace que al día siguiente tarde cierto tiempo en
recuperarme y volver a mis cabales. Todavía no he contado a nadie esta
desagradable experiencia (Leonor, sin embargo, todo hay que decirlo, es una
señora muy agradable de trato y de buenas hechuras para su edad), porque tengo
miedo a que me tomen por loco y me encierren, o incluso quieran asistir en
directo al hecho, algo a lo que no estoy dispuesto en absoluto teniendo en
cuenta que soy una persona reservada y muy celosa de su intimidad.
Si alguien, no obstante, lee por
casualidad este diario (lo dejaré bien a la vista para aumentar esa
posibilidad), le ruego que me haga llegar su opinión sobre el caso, así como
cualquier idea que se le ocurra para aliviar mi situación. Le estaré
profundamente agradecido, y quien sabe si con determinadas condiciones le dejaré compartir en la alcoba tan desdichada
circunstancia, que en cualquier caso espero sepa interpretar adecuadamente sin
dar lugar a malentendidos.
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