-Son las cuatro de la mañana. Dentro de poco amanecerá y no
he pegado ojo. Hoy no ha sido suficiente ni el vino tinto con la cena ni los
ansiolíticos. Tengo demasiado miedo a quedarme dormido y que ellos aprovechen
la situación para liquidarme. Y cuando digo ellos, incluyo a mis vecinos de
arriba. Creo que haberme sincerado ha sido una negligencia que puedo pagar
caro. Nadie puede dormir tranquilo sabiendo que en el piso de abajo habita un
marciano. O algo parecido.
-Como última oportunidad para descansar al menos tres o
cuatro horas, vuelvo a la lectura terapéutica y cojo de la estantería un libro
al azar. Dice así: “El mundo es todo lo que es el caso” (1). Al parecer es una
de las proposiciones filosóficas más importantes del siglo veinte. Me quedo
profundamente dormido y acepto morir con una estaca clavada en el pecho. No soy
un vampiro, pero Ángel o Luisa pueden tener sus razones para tomarme por tal.
-Son las siete de la mañana tres minutos y quince segundos en
el reloj de la mesilla de noche. Sigo vivo y eso me reconforta con la parte de
mi cerebro partidaria de la teoría de la evolución de Darwin, aunque hay otra
que se siente un tanto decepcionada porque espera con cierta vehemencia que el
tránsito a mejor vida se produzca de forma absolutamente inconsciente.
- A las 7. 15 a.m. cierro los ojos al tiempo que siento que
el techo se derrumba sobre mi como un manto blanco trufado de hormigón armado.
Me veo prisionero en una cárcel en el
que las paredes, el suelo y el techo se han unido originando una singularidad,
lo que coincide con mi sensación de caer en un agujero negro, como el primer
día, algo que me consuela al saberme a salvo de la que ha sido llamada
spaghetificación (2). Que ya es decir.
-Cuando me despierto poco después, lamento no ser capaz de
implicarme con los acontecimientos de la vida cotidiana y andar siempre
preocupado por situaciones irreales o abstractas. Soy, según me dice mi
psiquiatra, incapaz de conectar con lo que a los seres humanos verdaderamente
humanos, y tal cosa es lo que está en el origen de mis padecimientos. Especialmente
del hecho de sentirme un extraterrestre.
-Claro que, ahora caigo en ello, quizás el extraterrestre es
el mismo, que se empeña en que recuerde de mis sensaciones cuando bajaba por el
canal del parto de mi difunta madre. La pobre. Dice que hasta que no dé el
llamado grito primario no seré verdaderamente un ser humano como Dios manda.
Pero yo soy ateo y por lo tanto inmune a tales amenazas. Para mí que este tipo
más que extraterrestre no está en sus cabales. Voy a dejar la psicoterapia.
-(1) Del « Tractatus
Logico-philosophicus » de Ludwig Wittgenstein.
-(2) Proceso mediante el cual, cualquier objeto que caiga en
un agujero negro se alarga infinitamente, según la opinión de los cosmólogos
más afamados.
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