He decidido convertirme en luchador de lucha libre
profesional. Sé que a mis años me espera una ardua tarea y que tendré que
frecuentar el gimnasio a diario si quiero devolver a mis músculos la fortaleza
de mi juventud (en la que destacaba con toda evidencia cuando en verano lucía
camisetas de manga corta), pero estoy decidido. Por otro lado mi agilidad se
halla hoy en día también bajo mínimos, pues hasta bajar las escaleras desde
casa hasta el portal me cuesta un mundo. Y no solo se trata de la artrosis,
algo común en gente de mi edad, sino del tono de los antes mencionados músculos,
atrofiados por décadas de sedentarismo en el sofá viendo la televisión. Pero,
una vez más nada me hará abdicar de mi objetivo
A pesar de todo lo anterior, no pierdo la
esperanza de que llevado por mi fuerza de voluntad sea capaz de ascender a la
Liga de Luchadores Profesionales tras algunos años de tránsito por las
categorías inferiores, donde espero que el número e intensidad de las bofetadas
que reciba no me disuadan de mi empeño antes de tiempo. En tal sentido tengo
pensadas varias estrategias que podrían sorprender a mis rivales neófitos. Se
trata esencialmente de un lenguaje corporal que les confunda y les haga
considerarme a priori como un auténtico chollo descuidando su defensa,
comprobando poco después de que se trató de un error garrafal. Será demasiado
tarde para ellos cuando hayan besado la lona definitivamente con uno de mis
otrora afamados giros de trompo tipo peonza, hoy totalmente en desuso, pero
efectivos donde los halla.
No descuidaré tampoco mi preparación psicológica
con el convencimiento de que es en las mentes de los luchadores donde se libra
la principal batalla. Para ello pienso consultar con un afanado psicólogo
experto en la hipnosis para que me entrene en tal sentido, de forma que incluso
antes de empezar mi oponente caiga preso de mis habilidades recién aprendidas.
Mis ojos podrán ayudarme mucho, pues con independencia del género de quien lo
emitía, siempre se me ha dicho que son terriblemente seductores, y cuando el
susodicho quiera darse cuenta y reaccionar, verificará que es imposible, pues
su voluntad conquistada estará de mi lado, y actuará en consecuencia, incluso
provocándose a sí mismo un ko con todas las de la ley.
No soy sin embargo un ingenuo que no haya considerado
que mis planes puedan venirse abajo a pesar de mi férrea voluntad en llevarlos
adelante. En el análisis de cualquier situación, y más aún si esta es compleja,
deben tenerse en cuenta factores que no se me escapan, y que en mi caso no
están de mi lado. Tengo por tanto que considerar que mis oportunidades pasan
por una elección adecuada de mis posibilidades, y en ese sentido siguiendo las enseñanzas del Aeropagita y de la
Universidad de Deusto, debo elegir la que más me convenga en la evaluación de
mi rival, teniendo en cuenta sus capacidades normales sin descuidar las más
peligrosas, entre las que no se me escapa que la patada a la cabeza puede ser
definitiva, y más con la tensión por las nubes como la tengo. En tal caso mi
objetivo habrá sido un fracaso, pero siempre me quedará la satisfacción de
haberlo intentado a punto de cumplir ochenta años, edad en la que como norma
general, los hombres vuelven a rezar e intentar no dar un mal paso al subir o
bajar de la acera, hecho que puede hacer el tránsito a la otra vida rápido pero
inmerecidamente doloroso.
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