-Poco después de cenar me entra un sueño profundo que no se a
qué atribuir, si a las tres copas de vino que me he tomado o a la necesidad de
evadirme de una angustia que me atenaza a partir del crepúsculo. Claro que si
fuera por esto último padecería más bien de insomnio, pero nunca se sabe.
-Me voy pues a la cama procurando mantener a pesar de todo el
protocolo habitual: cuarto de baño, pijama, almohadones y lectura a modo de
somnífero. Para cumplir este último punto hago un esfuerzo sobrehumano y trato
de leer algunos párrafos de la “Crítica de la razón pura”.
-Leo “Nuestra aprehensión de lo múltiple del fenómeno es
siempre sucesiva y por tanto siempre cambiante” (*) y me quedo profundamente
dormido de inmediato. Creo que debo mantenerme en esta línea. El ahorro en
ansiolíticos acabará siendo significativo.
- A las 3.37 (lo veo en el reloj de la mesilla) me despierto
muy agitado con una intensa taquicardia. Trato de calmarme tratando de seguir
el método de Schultz, pero a poco de comenzar me doy cuenta de que no recuerdo
los pasos. Me he quedado en la relajación de la pierna izquierda y ha sido un
éxito: no la siento en absoluto, pero el corazón me sigue latiendo desbocado.
-A continuación, al tiempo que trato de movilizar los dedos
del pie de esa pierna, intento practicar raja yoga por medio del pranayama o
respiración profunda. A los pocos minutos veo que lo voy consiguiendo y decido
que debo felicitar al profesor de yoga, a cuya clase asisto una hora diaria en
días alternos.
- Afortunadamente me duermo y no me despierto hasta la 7.35
(reloj mesilla). La luz entra tenuamente por la ventana y me alegro de que ya
esté amaneciendo. Cada vez temo más a la oscuridad y antes de levantarme decido
que a partir de la noche próxima dormiré con una luz suave en una de las
esquinas del dormitorio.
-En la ducha recuerdo que no es descartable, según mi experiencia
de la noche anterior, que yo sea un alienígena, y que por lo tanto, puestos a
deshacerse de mí, la oscuridad es el ámbito adecuado, por lo que me reafirmo en
mi decisión anterior. La luz, por débil que sea, siempre me dará una
oportunidad de reaccionar y defenderme.
-Ya vestido de calle, soy consciente que durante las noches
también puedo ser víctima de un ataque del Príncipe de las Tinieblas, pues ya
se sabe que dichos seres son capaces de atravesar las paredes y ante ellos es
inútil cerrar puertas y ventanas. Al abrir la puerta de la calle para salir,
decido finalmente colgar una ristra de ajos encima de la cabecera de la cama.
Es un arma segura contra los vampiros y el ajo, después de todo, no huele tan
mal.
(*) Crítica de la razón pura de Inmanuel Kant (Editorial
Porrúa, pág 144)
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