A las cinco menos diez de
la madrugada no es hora para casi nada. Si acaso para despertarse y exclamar “qué
bien, aún me quedan tres horas para levantarme”. Y a continuación darme la
media vuelta en la cama y seguir durmiendo.
Sí, claro, eso está muy
bien pero puede no ocurrir así, y que tal secuencia de acontecimientos solo sea
una visión optimista de lo que algunos considerarían un drama. Podrías no dormirte de nuevo por mucho que lo
intentaras.
Efectivamente, pero dado
el espíritu que me anima de forma habitual, aprovecharé esos momentos de
desvelo o insomnio para cultivarme leyendo a algún clásico de la literatura
universal, o escuchando música chill (de ascensor, ya sabes), que es la
que más me flipa y me relaja.
Sí, claro o ponerte las zapatillas
y visitar tu casa como si se tratara de un museo desconocido. Con las luces
encendidas a esas horas todo cobra un sentido especial, desde la colección de
tortugas de cristal de Swarovsky hasta la humilde tarjeta del cuarto de baño,
si habláramos de la mía, claro está. El ambiente se hace mágico y uno parece
haber sido transportado a otro mundo. Un mundo paralelo donde todo es
igual pero sorprendentemente diferente al conocido. Lo que dices tiene su
gracia y te confirma como un as de la visión positiva del cosmos, pero el hecho
innegable es que con casi total seguridad, te estarás revolviendo en tu cama
sudoroso y dando vueltas incapaz de relajarte y volverte a dormir.
En cualquier caso siempre
quedarán opciones muy aprovechables a esas horas. Ensayar por ejemplo en el
ordenador nuevas aperturas de ajedrez más allá del consabido contra gambito
de dama gambiense, o buscar una solución definitiva al irresuelto problema
de la gravedad cuántica.
Esas son soluciones
terriblemente áridas, a las que solo optaría un misógino irredento o alguien
que no estuviera muy bien de la chola. Yo me inclinaría por tareas más
sencillas, por ejemplo, a agarrarse uno mismo por sus partes blandas (sin especificar)
y jalar de ellas todo lo posible a ver qué pasa. El dolor intenso e
incontrolado puede llevarte a un estado pre-cataléptico que te induzca
al sueño mil veces superior al que podrías conseguir contando borreguitos o
series de números.
En efecto, las cinco menos
diez de la mañana puede convertir sen el momento mágico en el que todo es
todavía posible, Instantes para visualizar un futuro cargado de promesas hechas
realidad. O incluso la misma realidad transformada en algo diferente pero mucho
mejor.
Seamos sinceros y
confesémonos de una vez por todas que las cinco menos diez de la mañana no es
una hora para nada bueno como se dijo al principio. En todo caso, para
recostarse sobre los almohadones y dedicarse a pergeñar un nuevo sistema
filosófico basado en la ineluctabilidad de los amaneceres.
En eso estoy de acuerdo en
la medida de que al sol aún le quedan unos cinco mil años de vida, y por lo
tanto no es muy arriesgado afirmarlo. Aunque podría estar nublado y el mundo
presentarse como un lugar insoportable donde no merezca la pena vivir.
Es cierto, pero siempre
quedará el recurso supremo, la última ratio, pegarse dos tiros y adiós
muy buenas, aunque a esas horas el vecindario se soliviantará con las
detonaciones, pero no iba a ser cosa de echar mano del cuchillo jamonero
o la katana para no hacer ruido.
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