Conocía a aquella mujer
desde hacía tiempo. Y cuando digo tiempo
quiero que se entienda decenios. La veía con frecuencia
porque solía frecuentar el mismo bar que yo y vivíamos en el mismo barrio. O al
revés, si se quiere ser más coherente, pues lo lógico es ir de lo general a lo
particular, como sin duda sabe cualquiera que haya cursado el bachillerato en
los años cincuenta de este país. Pues bien, dicho lo anterior, vayamos al
grano. El caso es que un día inopinadamente, conversando con ella en el lugar mencionado, y
precisamente considerando pros y contras de una intervención armada en Cataluña
(¡¡) me fijé con cierto detalle en Susana, que estaba exactamente igual a sí misma,
el pelo corto a lo garson y los ojos atestados de rímel y contorno, pero
luciendo un bigote algo más que aparente. Ya sé que es una estupidez, pero
sobre todo un dato que podría hacer suponer a alguien que no estuviese allí,
que no ando muy bien de la cabeza. Da igual, el hecho era el que era, y te lo
cuento porque a continuación en cascada se sucedieron otros que la convirtieron,
dicho sea con el respeto debido, en el auténtico travestí de toda la
vida. Los rasgos de su cara adquirieron los habituales en un varón de edad
mediana, con la barba bastante cerrada y una mandíbula que para nada recordaba
a la de la encantadora Audrey Hepburn de mi adolescencia, pongo por caso. Y no
digamos nada de otras partes de su cuerpo, su delicadísimo cuello de ocasiones
anteriores, se había provisto de una nuez de…no sé…digamos que Robert de Niro.
Y sus brazos, de natural blanquísimos y muy finos, en los de un cargador de
muelle o un transportista acarreando mercancías en hora punta. Y con una pelambrera-válgame
el cielo- de orangután. Una orgía de testosterona.
¿Qué hacer en aquellos instantes
con Susana, la mujer delicada, sensible y cultivada de tantas y tan agradables
situaciones previas? ¿Tirar por la calle de en medio y recomendarle con
urgencia una visita al endocrino? ¿Recomendarle que visto lo visto no dudase en
operarse de los bajos, que hoy lo hacen estupendamente? ¿Mandarle de
inmediato a Conchi la peluquera de la esquina, pero que sobre todo es
considerada por realizar unas depilaciones primorosas, la brasileña incluida?
Comprende, Manolo, que para mí la situación no es agradable. Recuerda que como
te dije veo a esta mujer-o lo que sea- con frecuencia y me gustaría seguir
tratándola como siempre, pero temo que tal cosa sea en adelante imposible
cuando lo que tengo frente mi es un
camionero. Y además desconocido.
Seguro que lo que te he contado te
sorprende tanto o más que a mí. Tú también conocías a Susana y creo que siempre
te pareció una chica encantadora. Ríete tú ahora de las apariencias. Quizás de
ahora en adelante todos debamos estar preparados para las metamorfosis
imprevistas. Por cierto que después de hablar contigo la otra tarde por
teléfono te recomendaría que no siguieras haciendo gárgaras con miel y limón
para aclararte la voz. Te aseguro que al colgar tuve la sensación de haber
estado todo el rato conversando con una señorita, y perdona si te ofendo. Pero,
aparte de Susana, es lo que hay.
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