sábado, 22 de diciembre de 2018

INCIDENTES


Aquella tarde yo me encontraba solo en mi asiento en el lado derecho del vagón en el sentido de la marcha. Junto a mí un asiento vacío, y al otro lado del pasillo lo que en rápido vistazo, me pareció un chico de veintitantos años leyendo unos apuntes o algo parecido. Me sentía cansado después de todo el día de aquí para allá resolviendo gestiones en aquella ciudad a tres horas escasas de la mía. Al poco de arrancar el tren, cerré los ojos y me quedé adormilado en una especie de duermevela que sin embargo me permitía oír con relativa facilidad lo que se decía a mi alrededor. El chico que he mencionado no hablaba con nadie y supongo que seguía leyendo sus apuntes y subrayándolos como pude ver  principio. Debía ser un estudiante y más que estrictamente leyendo, estaba estudiando. A medio camino me incorporé un poco en mi asiento, abrí los ojos y me di cuenta de que bastante gente había abandonado el vagón, sin duda en algunas de las paradas intermedias. Pero lo que más me sorprendió fue que al mirar para el otro lado, pude ver la cara del estudiante que había abandonado su lectura y me miraba fijamente con sus ojos muy azules detrás de unas anchas gafas de pasta rojo fosforito. Me sentí incómodo porque dada su actitud, tuve la impresión de que quería que yo a mi vez le mirase y le dijera algo. No sé, “buenas tardes”, “¿qué tal?” “ya queda poco” o algo parecido, pero no se me ocurrió nada, aparte de parecerme una solemne tontería entablar una conversación a esas alturas del viaje. Volví a cerrar los ojos esperando llegar así hasta el final, pero lo cierto es que no pude quitarme de la cabeza la imagen de aquel chico mirándome intensamente poco antes. La verdad es que tuve que hacer un gran esfuerzo para no espabilarme y dirigirme a él para preguntarle si quería o necesitaba algo. Pero no lo hice y mantuve los ojos bien cerrados hasta que por megafonía anunciaron la inminente llegada del tren a mi destino. En ese momento me levanté y sin mirar al otro lado, me dirigí hacia la salida, dando así por finalizado mi viaje y digamos que el incidente con aquel muchacho. Sin embargo, poco antes de llegar a la puerta pude oír con toda claridad que alguien se dirigía a mí desde atrás y me decía “Adiós señor, buenas tardes. Hoy no ha podido ser, pero a ver si coincidimos otro día. Bombón”. Ni que decir tiene que apreté el paso y ni siquiera me detuve en el andén.

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