Aquella tarde yo me
encontraba solo en mi asiento en el lado derecho del vagón en el sentido de la
marcha. Junto a mí un asiento vacío, y al otro lado del pasillo lo que en
rápido vistazo, me pareció un chico de veintitantos años leyendo unos apuntes o
algo parecido. Me sentía cansado después de todo el día de aquí para allá
resolviendo gestiones en aquella ciudad a tres horas escasas de la mía. Al poco
de arrancar el tren, cerré los ojos y me quedé adormilado en una especie de
duermevela que sin embargo me permitía oír con relativa facilidad lo que se
decía a mi alrededor. El chico que he mencionado no hablaba con nadie y supongo
que seguía leyendo sus apuntes y subrayándolos como pude ver principio. Debía ser un estudiante y más que
estrictamente leyendo, estaba estudiando. A medio camino me incorporé un poco
en mi asiento, abrí los ojos y me di cuenta de que bastante gente había abandonado
el vagón, sin duda en algunas de las paradas intermedias. Pero lo que más me
sorprendió fue que al mirar para el otro lado, pude ver la cara del estudiante
que había abandonado su lectura y me miraba fijamente con sus ojos muy azules
detrás de unas anchas gafas de pasta rojo fosforito. Me sentí incómodo porque
dada su actitud, tuve la impresión de que quería que yo a mi vez le mirase y le
dijera algo. No sé, “buenas tardes”, “¿qué tal?” “ya queda poco” o algo
parecido, pero no se me ocurrió nada, aparte de parecerme una solemne tontería
entablar una conversación a esas alturas del viaje. Volví a cerrar los ojos
esperando llegar así hasta el final, pero lo cierto es que no pude quitarme de
la cabeza la imagen de aquel chico mirándome intensamente poco antes. La verdad
es que tuve que hacer un gran esfuerzo para no espabilarme y dirigirme a él
para preguntarle si quería o necesitaba algo. Pero no lo hice y mantuve los
ojos bien cerrados hasta que por megafonía anunciaron la inminente llegada del
tren a mi destino. En ese momento me levanté y sin mirar al otro lado, me dirigí
hacia la salida, dando así por finalizado mi viaje y digamos que el incidente
con aquel muchacho. Sin embargo, poco antes de llegar a la puerta pude oír con
toda claridad que alguien se dirigía a mí desde atrás y me decía “Adiós señor,
buenas tardes. Hoy no ha podido ser, pero a ver si coincidimos otro día. Bombón”.
Ni que decir tiene que apreté el paso y ni siquiera me detuve en el andén.
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