jueves, 3 de enero de 2019

LUNA LLENA



Cada vez que A y B se encontraban se mostraban muy cariñosos y después de abrazarse y besarse apasionadamente, acababan a hostias indefectiblemente. Hay amores que matan exclamaban ambos al unísono, al ser interrogados poco después por la policía que solía presentarse de inmediato, y algo más tarde en la sala de Urgencias del hospital, donde era frecuente que continuaran la pelea. Afortunadamente los médicos y enfermeras e incluso los propios pacientes les imitaban enseguida, lo que no resolvía el problema, pero lo hacía mucho más coral y homogéneo.

Tengo las manos pequeñas, demasiado pequeñas para ser un hombre con todas las de la ley. Parecen de juguete, casi de niño y me avergüenzo de ellas, esa es la razón por la que incluso en verano salgo con unos guantes tres tallas superiores a la mía, y en la piscina siempre nado con manoplas. Pero no es suficiente porque después de todo no dejan de llamar la atención. He decidido por tanto comprarme unas tijeras y actuar en consecuencia. Los muñones son menos eficaces para sostener una tarde té, pero no me importa porque después de todo a mi el té no me gusta y puedo prescindir del café. Rascarse es otra cosa.

Yo, el abajo firmante, en pleno uso de mis facultades físicas y mentales, según certifica el doctor Estébanez en el Anexo I, declaro solemnemente que la luna brillaba en el firmamento a esas horas de la noche, como la fotografía tomada por mí mismo desde el balcón de mi domicilio, que se adjunta como Anexo II, puede atestiguar. Se trata, como  se puede ver en la misma, de un disco brillante de color naranja claro y consistencia desconocida dada la distancia. Asimismo puedo asegurar que la oscuridad de la noche impedía la observación de otros cuerpos celestes, bien por hallarse muy alejados, ser su brillo insuficiente o existir una contaminación atmosférica notable. No se apreciaba en aquellos momentos ningún ruido a ser tenido en cuenta a excepción de algunos ladridos, sin duda provenientes de un cánido insomne. Hecho mínimo éste, sin duda, pero que conturbó la paz de mi espíritu y que, en mi opinión, debe ser tenido en cuenta en la resolución que este digno tribunal debe tomar. Mi cerebro estando capacitado para obrar en todo momento consecuentemente, y por lo tanto distinguir el bien del mal, se sintió sin embargo, gravemente alterado,  y decidió acabar con la vida de Luisa Fernada, mi esposa, que dormía plácidamente en el lecho conyugal. Fue visto y no visto: no pudiendo resistir el impulso homicida que me asaltó, la asesté diecisietes puñaladas en el pecho con un cuchillo de cocina. Murió con la misma placidez con la que dormía, créanme ustedes. Y no dijo ni mu. Quizás a esto haya que añadir que las noches de luna llena es lo que tienen. Muchas gracias.

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