“¡Viva España… y la
repúblicas bálticas!” solía gritar a voz en cuello Venancio para zaherir a los
verdaderos patriotas, a los que la morcilla añadida al grito victorioso
nacional, sumía en un marasmo del que
solo podían salir liándose a hostias o tiros con todo lo que se moviese. Cómo
es posible que Venancio siga vivo es algo inexplicable, a no ser que quienes le
quieren mal utilicen pistolas de goma o su amor
España deje mucho que desear y le apunten por encima de la cabeza.
Después de utilizar el
inodoro para las funciones que le son propias, Venancio, el pintor, tenía la
inveterada costumbre de evaluar sus excedentes sosteniendo el papel que con el
que se limpiaba, a la altura de los ojos. “No estoy de acuerdo con el ocre de
mis óleos cuando trato de encontrar el verdadero color de los campos de
Castilla en el estío” solía exclamar
entre sollozos, en un rapto de lirismo exagerado, al comprobar el lamentable
marrón de lo que hablando llanamente llamaríamos su mierda. .
Venancio se solía
masturbar desde su más tierna infancia poco después de su Primera Comunión,
cuando descubrió por casualidad que el pito servía para algo más que hacer pis.
Por entonces solía complacerse en el cuarto de baño con el pestillo echado, a
pesar de las protestas de su mamá. Poco más tarde, ya en la adolescencia,
procedió a hacerlo en su cama rodeado de almohadones y apoyándose en el
cabecero, que tenía que aguantar a duras penas el ajetreo consiguiente, con
riesgo de descolgarse en los momentos finales. De mayor, casado con María Isabel, aprovechaba sus ausencias esporádicas
para darse satisfacción en cualquier lugar donde sus espasmos y jadeos no le
delataran. Por inverosímil que parezca, pasados muchos años, ya jubilado y
viudo, siguió dándose caña sin contemplaciones en el sillón de orejas en
el que a lo largo de su vida había leído con atención a los grandes clásicos de
la literatura universal, desde Homero hasta Cervantes. Sin olvidar al marques
de Sade, Henry Miller y Bukowski, cuando estaba solo. No le importaba el
ambiento distinguido del lugar ni los muebles de maderas nobles, herencia de
sus padres, aunque deba reconocerse que en esos momentos, conservando el calambrillo,
puede decirse que de producto final ni gota. Lo que se dice ni gota.
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