Es inútil despertarse
intempestivamente en plena noche y exclamar veintitrés, pongo por caso. Otro
caso sería treinta y siete, si al día siguiente se cumplieran esos años. Y no
hacer falta llamarse Sigmund Freud para afirmarlo.
Ya no me llama. Se debe
haber echado novio y considerarme excedente. Una cosa ajena a sus intereses. No
importa, siendo yo un tipo atractivo y con una mala salud de hierro (valga la
vulgaridad). Que su novio sea millonario solo es un detalle sin la menor
importancia.
Se dedica a escribir
historias sin sentido en las que no existen el planteamiento, nudo y desenlace
de los clásicos. Suelen consistir en meras descripciones. “Las mesas son de
roble macizo y tienen cuatro patas”. “Las sillas son de enea y también las tienen”.
Cosas por el estilo. En cualquier caso, los protagonistas siempre son el
aparador, el armario o la alacena, por ese orden. Nunca las mesas ni las
sillas. Eso que conste.
El señor ese de la décima
fila que se mesa los cabellos, levántese y venga a verme, dijo el profesor. El
problema que se planteó de inmediato en el aula, fue que nadie respondía a tal
descripción. Se trataba por tanto de una dificultad de orden psiquiátrico o
metafísico, pues solo existían seis filas, y el profesor llevaba las gafas
puestas.
Avelino se compró una motosierra y todas las
noches salía con ella ya cerca de la madrugada, y la hacía funcionar. Paseaba
por calles, jardines y parques simulando adecentar (la expresión es suya) los
macizos, parterres y setos, abundantes en aquella zona. Cuando fue detenido por
la policía local por excederse en la producción de decibelios en horas de
reposo, manifestó que en su opinión la sordera era una virtud insuficientemente
considerada.
Belarmino tras años de
dedicarse a la salud mental como psiquiatra jefe del Departamento
correspondiente del hospital Ramón y Cajal (lo que no debe tomarse al pie de la
letra), se jubiló y montó una ferretería en una de las calles principales de la
ciudad. La singularidad del establecimiento consistía en que solo se vendían
tornillos. O como mucho tuercas, algo que todos sus pacientes comprendieron de
inmediato sin más explicaciones.
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