La mejor opción para quien
quiera seguir al pie de la letra lo señalado en el título de este artículo, es
que todo le tenga sin cuidado, es decir que su interlocutor no encuentre en él
un rival al que enfrentarse. Por su parte, dicho lo dicho, es evidente que
ninguna opinión puede parecerle inadecuada, pues simplemente no la tiene. O sí,
ojo, pero actúa como si no, pues no cree que de un contraste de pareceres pueda
salir alguna conclusión coherente. O lo
que es lo mismo, lo ideal para no discutir es practicar un escepticismo
militante, del que solo abdicar cuando el adversario saque del refajo una faca
albaceteña, un krys malayo o un cuchillo jamonero. Pero claro, ha de tenerse en
consideración que en ese caso ya no se trata de no discutir o no discutir, sino
de salvar el pellejo. Otra forma a considerar para no discutir, es
simplemente darle la razón al otro aunque diga las mayores barbaridades. Aquí,
sin embargo, hay que andarse con ojo, pues hay adversarios muy recelosos que
pueden pensar que simplemente se les está tomando por idiotas. Por ejemplo
aquel que tras haberse cagado literalmente en nuestro padre, madre y
resto de la familia, encuentra en nosotros a alguien encantado de tal cosa.
Claro que incluso podría darse el caso (no tan improbable como puede suponerse
en un primer instante) que el aludido efectivamente se lleve fatal con toda la
familia y esté de acuerdo con lo que el otro ha dicho al acordarse de toda la
parentela. Pero, y este es un pero importante, puede ser que el
discutidor inveterado que busca guerra, sea asimismo un virtuoso que no admita
de ninguna manera que alguien no reaccione ante un insulto tan grave, y que
como consecuencia arme la marimorena. Es decir, le increpe por hijo de puta al
no considerar en absoluto a sus seres queridos permitiendo que un extraño los
llene de mierda.
Un error muy
común, sin embargo, tiene lugar cuando ante las opiniones ajenas absolutamente
contrarias a las propias, alguien decide que lo fundamental es mantener las
formas y ser razonable todo el rato. Sin embargo, en general quienes mantienen
con firmeza una opinión, no suelen estar motivados por un conocimiento
exhaustivo del tema de que se trate, sino por una emoción que en principio tratarán
de mantener oculta. Por ese motivo llegará un momento en el que exasperado por
los razonamientos bien fundamentados, acabará cagándose en Dios y en María Santísima,
asegurando lo equivocado que está el razonador y pasándose su racionalidad por
el forro de los cojones. No sé si queda claro. Cabe también en estos casos
en los que alguien que se enfrenta a un
interlocutor belicoso, que con la finalidad de llegar a un punto en que
todo vuelva a la calma, se muestre igualmente combativo, pues con frecuencia
ante la improvista resistencia ajena se da el caso de que el otro se achante al
darse cuenta de que quien tiene enfrente es lo mismo que él, un tipo lo
suficientemente pirao como para partirse la cara delante de quien haga
falta. CONTINUARÁ (o NO)
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