lunes, 10 de diciembre de 2018

VENANCIO

A Venancio todo le da igual. Si uno está de acuerdo con él, muy bien. Y si no, pues estupendo. Lo único que le desquicia es la duda, ni sí ni no, momento en el que una de dos: o avisa a la policía o llama a los bomberos.



Venancio se pasa el tiempo discurriendo, que no es lo mismo que pensando, ojo, afirma él con una contundencia solo equiparable al mero hecho de tirar por la calle de en medio, y todo resuelto.



Según Venancio, la situación exige un estudio pormenorizado de los hechos. Sacar a la luz los detalles en los que podría estar el verdadero “quid” de la cuestión. Dicho esto con la modestia a  la que haya menester o con la gallardía que se le ponga en los cojones, sin ir más lejos.



Paquita ya no es lo que era. Y cuando lo dice Venancio no se refiere a su juventud en la que lo más destacable, dados sus pocos años, era una cultura muy por encima de la media, sino a sus tetas, hoy muy lejos de aquellas que hacían que lo dicho más arriba resultara cualquier cosa menos evidente.



José Garcilópez Pumariño es un hombre de los que ya no quedan. Y no me refiero, como se podría pensar, a su erudición en cualquier tema al que se pudiera aludir, por original o extraño que fuera sino, considerando exclusivamente su fecha de nacimiento: contemporáneo de la generación del 98. A ver si me explico.



Las gallinas no vuelan, es cierto. Ni las avutardas tampoco. Y las perdices y codornices apenas son capaces de levantar el vuelo unos metros. Y por eso son cazadas sin piedad en cuanto se abre la veda. Volar, es cierto, resulta muy estético, pero es considerado por algunos como algo de mala educación. Y si no que, más allá de las alas de cera, se lo pregunten a Ícaro, que aún debe arrastrarse por la Hélade (posiblemente en el Peloponeso).



Venancio se levanta de la cama muy temprano y de inmediato sale al balcón, ya sea en verano o en pleno invierno. Es decir, haga frío, calor o viceversa. Llueva a mares, sople un viento helador o el simún del desierto. Venancio es muy suyo en todos los aspectos tocantes a su cuerpo del que, dicho sea de paso, apenas le queda una raspa.

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